Reconocemos los mejores tiempos sólo cuando los dejamos atrás, y en las antiguas rutinas descubrimos el deleite extraño de lo conocido: paisajes dormidos de placeres olvidados. Hoy el aire suspendido de los deseos sólo reconoce el aroma de los aplausos. Hermosas palmas para la sanidad pública, tan incómoda para el neoliberalismo, ese virus letal del sistema siempre empecinado en recortar. Cuando a las ocho de la tarde Leo Messi sale al balcón de su casa comprende que los aplausos no son para él, son para los ídolos anónimos de rabona fina, elegante, necesaria frente a los regates de la muerte.
Pocas cosas tienen tanta belleza plástica como una gambeta en velocidad, limpia interminable, eterna, del capitán argentino. Pero en la gambeta de la vida las plegarias se amontonan, y en ocasiones son plegarias que nadie escucha. Estas sí. Leo Messi puede dejar el Fútbol Club Barcelona. Su contrato se lo permite. El diablo se deslizó muy sabio sobre la letra pequeña de su renovación en 2017, y su cola anidó inocente sobre la clausula de rescisión automática que el rosarino puede ejecutar si lo comunica a la entidad este mes de mayo.
El rostro del presidente azulgrana, Josep María Bartomeu, se gira estos días hacia la súplica, hacia la oración. Su relación con Messi está quebrada. Las heridas supuran y se amontonan como un rosario de cicatrices. Los encontronazos y duelos verbales vuelan como peligrosas katanas sobre la indiscreción de los medios. “No deja de sorprender que desde dentro del club hubiera quien tratara de ponernos bajo la lupa e intentara sumarnos tanta presión”, explotaba el capitán cuando la entidad dejó entrever que el plantel no estaba de acuerdo con bajarse el sueldo un 70 por ciento por el Covid-19.
Nunca antes su voz se había escuchado tan alta. "Me pareció un poco raro, veo extraño que pase algo así”, declaró cuando se filtró que la empresa 13 Ventures, contratada por la entidad, creaba perfiles falsos en redes sociales para desprestigiar personalidades críticas con la actual conducción como Pep Guardiola y Xavi, y a jugadores del primer equipo como Gerard Piqué y su persona. “Lo que hiere y raspa solo empeora con el tiempo”, matizaba Proust.
El pasado reciente arrastra un reguero de descalificaciones. “Con el entrenador muchos jugadores no estaban satisfechos, ni trabajaban mucho”, expresó Éric Abidal, secretario técnico de la entidad, al cesar en enero a Ernesto Valverde. “Cuando se habla de jugadores, habría que dar nombres porque si no se nos está ensuciando a todos y alimentando cosas que no son ciertas”, atacó el capitán.
Baudelaire reclamaba como un derecho humano el “irse”, el irse de lo cotidiano. Sin el sentido poético de la metáfora Messi declaraba en febrero en diario catalán Mundo Deportivo: “No se me ocurre irme”. Varios condicionantes juegan a favor del rosarino. El posible relevo de la dirigencia en las elecciones de 2021; el apoyo incondicional del vestuario y del entrenador: “Messi no se irá del Barcelona, siempre estará unido al club. Está acá desde hace 20 años y nadie podría explicar una ruptura, es algo que va más allá del dinero”, declaró Quique Setien en La Gazzetta dello Sport. La posible incorporación de Lautaro Martínez, el jugador del Inter de Milán, es otro estímulo matizado por el cántabro: “Es un jugador importante, un gran jugador. La posibilidad de jugar con Messi es una aliciente enorme”. La clausula de rescisión de Lautaro es de 111 millones de euros, precio que el Barcelona quiere rebajar con la cesión de algunos jugadores.
El otro sueño del capitán es un sueño perdido. Las puertas del paraíso de la Premier League, la mejor liga del mundo, se acaban de cerrar. La ruptura del Reino Unido con la Unión Europea determina que los futbolistas europeos condenados a más de doce meses de cárcel tengan el ingreso prohibido en el territorio británico. Messi fue sentenciado por delito fiscal con un año y medio de prisión, y 15 millones de euros de multa.
El futuro de Messi se decide en mayo. El presente de la afición azulgrana deambula entre dos espectros infecciosos: el coronavirus y la incertidumbre palaciega.
(*) Ex jugador de Vélez y campeón Mundial en Tokio 1979.