En la inmensa mayoría de los países todas las actividades deportivas están suspendidas por la pandemia. Pero en Estados Unidos el presidente Donald Trump juega a su propio juego montado sobre miles de cadáveres. Apuesta a abrir la economía y se apoya en espectáculos como la lucha libre de la WWE y las artes marciales mixtas de la UFC. Se trata de dos organizaciones cuyos referentes son tan republicanos como el magnate que ocupa la Casa Blanca. 

Vince McMahon, el dueño de la World Wrestling Entertainment, es el mismo al que Trump rapó con una rasuradora en el centro del ring tras ganarle un combate parodiado entre billonarios en 2007. Su esposa Linda es además funcionaria del gobierno. Dana White, el titular de la Ultimate Fighting Championship que organiza peleas coloreadas de sangre en una jaula, participaba de la campaña electoral del presidente hasta que los sorprendió el Covid-19. Aún en ese ambiente que le hace reverencias al hombre que irá por la reelección el 3 de noviembre, se alzó una voz crítica. Dave Bautista (un famosísimo ex campeón mundial pesado de la WWE) llamó a Trump “infantil y manipulador” y lo responsabilizó de que “60 mil estadounidenses han muerto bajo tu supervisión”. Ya se quedó corto. La cifra, hasta ahora, superó los 66 mil.

McMahon y White estaban presentes el 15 de marzo cuando el presidente anunció su plan de shock económico llamado Grupos Industriales del Gran Renacimiento Económico Americano que incluye además de la WWE y la UFC a la NBA, NFL (fútbol americano), MLB (béisbol), la PGA y LPGA (los circuitos de golf masculino y femenino en EEUU), MLS (la liga de fútbol), NASCAR (automovilismo) y la USTA (Tenis), entre otras organizaciones deportivas.


Trump las juntó con las compañías de armamentos, servicios, laboratorios, alimenticias y demás rubros que considera esenciales para la recuperación del país. Sabe que el deporte mueve miles de millones de dólares y sus amigos de la lucha libre y las artes marciales combinadas lo acompañan en la cruzada. No importa que controlen disciplinas cuya deportividad es muy cuestionada. Sí los negocios que hizo con ellas.

El actual presidente apostó por la WWE y la UFC cuando nadie daba mucho por su crecimiento masivo. A la organización de White – su amigo personal hace dos décadas – le prestó el Trump Taj Mahal. “Cuando compramos este negocio estaba prohibido en la mayoría de los estados. No fue respaldado por las comisiones atléticas y ninguna arena quería esto. No solo fuimos los anfitriones de los eventos allí, sino que en realidad apareció y los apoyó”, le agradeció a Trump el empresario de las artes marciales combinadas donde se permiten codazos y rodillazos. Los favores mutuos empezaban a ir y venir.

Dana White apoyando a Donald Trump en plena campaña electoral. (AFP)

El mandatario lo quiso hacer hablar en la Convención Republicana de 2016. “Estoy pensando en conseguir a algunos de los grandes deportistas que me quieren mucho… Nuestro país necesita ver ganadores. Ya no vemos ganadores. Tenemos un montón de payasos”, provocó el magnate en plena campaña electoral. No importa lo que diga o haga el presidente, White es un incondicional: “Nunca me escucharás decir algo negativo sobre Donald Trump”, comentó el capo de la UFC.

Con McMahon, la WWE tuvo en su staff de “luchadores” al mismísimo presidente de EE.UU. En 2007, decenas de miles de personas desbordaron un estadio en Michigan. Muchas más lo vieron por TV. Así fue que vestido de traje, Trump se lanzó en el ring side sobre su amigo McMahon. El video con la escena circuló por WhatsApp en estos días de cuarentena. Finalmente en aquella pelea por parejas junto a dos peleadores de verdad, Trump regaló billetes de un dólar entre sus fans. Y le ganó una apuesta al dueño de la WWE que consistía en que el vencedor le raparía la cabellera al perdedor sobre el cuadrilátero. Así puso su jopo amarillo a salvo en una coreografía anticipatoria de lo que es hoy. Un gobernante sin límites, mitad tirano, mitad showman. Como no podía ser de otra manera, el actual presidente terminó en el salón de la fama de la organización de su amigo McMahon, a cuya mujer nombró en algo así como la Administración de Pequeños Negocios de su gobierno. Todo quedaba entre amigos.


Estos vínculos político-comerciales permitieron que la WWE se mantuviera activa incluso durante la pandemia, ya que no quiso detener su calendario ni aún con la Covid-19 en ascenso. Su espectáculo principal, la WrestleManía, se desarrolló sin público en su Performance Center de Orlando, Florida, el 5 de abril. Sin público, pero con con transmisión de TV garantizada. La organización del amigo presidencial había anunciado en marzo que tenía 500 millones de dólares para sostener la actividad ante la falta de concurrencia que provocaría la pandemia.

Imagen del combate entre Trump y McMahon durante 2007.

Otro tanto va a ocurrir con la UFC, que programó tres veladas en Jacksonville, Florida, los días 9, 13 y 16 de mayo. El estado que le abrió sus puertas a la WWE con la firma del gobernador republicano Ron DeSantis, hizo lo mismo para permitir las peleas de enjaulados de la Ultimate Fighting Championship de White, el otro amigo presidencial. La norma a la que llamó “negocios esenciales” le permitió volver a la organización de McMahon primero y después a la UFC, que había sido corrida de California donde no pudo montar su jaula e incluso había anunciado la idea de que llevaría su espectáculo a una isla con sus propios aviones privados.

El gobernador DeSantis, que en Florida sigue las coordenadas de Trump, anticipó que la WWE podría tener la presencia de espectadores “en junio o julio” si “las tendencias son buenas” en la lucha contra la covid-19. Su competidora en audiencias de la UFC la sigue unos pasos por detrás. Dentro de una semana recibirá en el Vystar Veterans Memorial Arena, sin asistencia de público pero con televisión, a las primeras peleas durante la escalada de la pandemia. “Quieren pelear. La gente nos está pidiendo que lo hagamos y los deportistas también”, dijo White en la cadena ESPN, propiedad de Disney, que tiene los derechos de TV de su organización.

Una visita de Dana White a la Casa Blanca. (Prensa UFC)

El calvo amigo presidencial ya había hecho sus deberes en plena campaña electoral. Allá por febrero, en una de sus tantas apariciones públicas a favor de Trump, arengó a sus partidarios en Colorado: “Es un luchador, ama a este país, está haciendo grandes cosas por este país, y vamos a volver a ganar estas elecciones, damas y caballeros”. El presidente de Estados Unidos le devolvió la gentileza a mediados de abril para que no quedaran dudas: “Queremos recuperar nuestros deportes, es muy importante” aunque hablaba de dos disciplinas de cuestionable status deportivo. Favor con favor se paga.

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La pelea entre el actual presidente de EEUU y el dueño de la WWE continuó fuera del ring.