A todo esto, empezó la primavera y ni nos dimos cuenta. Las lluvias de abril hicieron florecer los cerezos, la naturaleza está en su máximo esplendor. Debajo del brillo de los árboles, un puñado de personas se desplaza tímidamente, tomando distancia, hacia el hospital. Todos llevan tapabocas y van cabizbajos. La distancia recomendada entre personas es de 6 pies, casualmente, la misma medida que se utiliza para cavar tumbas.
En el Hospital Bellevue, uno de los centros de atención al COVID-19 en Midtown East, Manhattan, hay un cartel de colores que dice “acá trabajan héroes”. Los “héroes”, en su mayoría mujeres negras, salen con los ojos enrojecidos y arrastrando los pies. Las estadísticas acompañan lo que veo a simple vista, el 65 por ciento de los trabajadores esenciales en el Estado de Nueva York son mujeres. El 22 por ciento de los trabajadores esenciales son negros, según un informe de Fiscal Policy Institute.
Al dar la vuelta para recorrer el perímetro de las instalaciones, me encuentro con los camiones frigoríficos, son dos. Las muertes descendieron, pero no lo suficiente como para deshacerse de ellos. El pico fue de 806 durante la primera semana de abril, hoy los decesos se mantienen alrededor de 300 diarios a lo largo del estado.
Algunas noches son las ambulancias las que no me dejan dormir, otras las noticias. Leo en el feed de mi Instagram que una de las jefas de urgencia de los hospitales que están atendiendo COVID-19 se suicidó. Lorna Breen tenía 49 años, contrajo Coronavirus y tras recuperarse siguió trabajando. Antes de quitarse la vida, fue ingresada a un hospital en Virginia por agotamiento, dicen que había vuelto demasiado pronto a trabajar, que su psiquis no lo soportó. Estaba atendiendo 18 horas al día, durmiendo en los pasillos del New York-Presbyterian Allen Hospital.
Lorna Breen no tenía antecedentes de enfermedades mentales, pero cuenta su padre que estaba apática últimamente. Una de las últimas imágenes que describió a su familia, según el New York Times, es que los pacientes se les morían antes de llegar a sacarlos de las ambulancias. A pesar de que esto es lo que cuentan los trabajadores, Andrew Cuomo, Gobernador del Estado de Nueva York, afirma que por el esfuerzo de los neoyorquinos “no hemos llegado a colapsar el sistema de salud”.
“Habría que ver qué es colapso para Cuomo”, Jillian Primiano es enfermera de Wyckoff Hospital en Brooklyn, y tuvo que entrenar enfermeras de parto para ayudarla, porque no daban abasto con el personal. “Los casos críticos y las muertes se redujeron por la orden de quedarse en casa, eso es un hecho, pero en los hospitales de Nueva York, tanto doctores como enfermeras estuvimos tratando una cantidad inimaginable de pacientes críticos” Jillian me cuenta, también, que los hospitales se quedaban sin medicamentos, y que los pacientes con respirador estaban a la vista de todos, en espacios comunes porque las salas no alcanzaban, tampoco alcanzaban los monitores. “Muchos hospitales están sin suplementos de limpieza. El personal, en el pico de la pandemia estaba usando la máscara N95 por una semana entera”. Todo esto ha resultado en una masa trabajadora esencial exhausta tanto física como emocionalmente.
El 45 por ciento de los adultos estadounidenses ve afectada su salud mental por el brote del COVID-19, según una encuesta de Kaiser Family Foundation. Respecto de esto, Cuomo asegura que su preocupación principal son los trabajadores de primera línea, para quienes se creó un servicio de asistencia especial ,y recibirán tratamiento gratuito. Lorna fue la segunda profesional de la salud de Nueva York en quitarse la vida. El primero fue John Mondello, técnico médico de emergencia de 23 años, se pegó un tiro luego de declarar a un amigo cercano el estrés que le generaba ver tanta gente morir.
Las sirenas se escuchan a distintas distancias día y noche, vienen en todas las direcciones, un coro al cual nos fuimos acostumbrando. La emergencia se ha vuelto la nueva “normalidad”. Andrew Cuomo nos felicita, habla de enemigo invisible que logramos enfrentar. En un artículo de La fiebre, una perspectiva latinoamericana sobre el COVID-19 que salió por ASPO, Maristella Svampa y Mónica Cragnolini, hablan largamente del peligro del uso de lenguaje de guerra para referirse al virus. El discurso bélico borra las causas socioambientales de la pandemia, atacando al síntoma -el virus- y no a sus causas. Y sus causas tienen que ver con la explotación indiscriminada de ecosistemas.
Es el capitalismo feroz el que nos puso en ese sendero, y es el mismo capitalismo cínico el que invita a aplaudir a “los héroes” todas las noches a las 7pm, mientras las muertes, 23.841 al día de la fecha en Nueva York, tienen una demografía clara que también tiene relación directa con el sistema de explotación. Lo dijo Bill de Blasio, el alcalde de la ciudad de Nueva York, que la persistencia la inequidad económica y el acceso a la salud generaron la disparidad en las muertes. Se refiere al dato que las estadísticas arrojaron hace un par de semanas que indican que los latinos y negros están muriendo a una tasa del doble respecto de los caucásicos.
Este impacto desigual tiene que ver con varios factores, la mayoría de los afectados latinos y negros presenta enfermedades preexistentes, no posee cobertura médica y, por ende, carece de chequeos médicos regulares. Pero además de lo estrictamente médico, esta población constituye el 77 por ciento de los trabajadores esenciales del estado, es decir, la gente que sigue o siguió trabajando. También se suma el componente habitacional, en Queens, epicentro del epicentro, con 3.832 muertes, las familias comparten unidades, en ocasiones llegando a ser 10 personas por casa. El distanciamiento social es un lujo al cual muchos no pueden acceder.
Recomiendan que tomemos aire, que caminemos unas cuadras cada un par de días. Rara vez lo hago. Estar adentro me hace sentir que el aislamiento es una elección, pero en cuanto piso la calle, la realidad. “No hay dinero, están todos mal-mal” escucho decir en español por teléfono a un chico que está entregando pedidos de supermercado. Las estadísticas también dijeron que el 50 por ciento de los trabajadores esenciales son inmigrantes. Aún así Cuomo se refirió en su conferencia del último viernes al virus como el “gran igualador”, una vez más. Cuando le preguntaron cómo evalúa su performance en esta crisis, a dos meses del reporte del primer caso y con 313.457 casos confirmados, dijo: “Hice lo mejor que pude”.