El tiempo transcurre distinto desde el día que oímos al Presidente decretar la cuarentena. La rutina, el trabajo, las relaciones, la educación, el arte, la economía, la alimentación, la casa, la calle, lo privado, lo público, el futuro: todo lo que entendemos por cultura se transformó en otra cosa.
Ante esto, una institución que tiene como misión diseñar, coordinar y ejecutar las políticas culturales de una provincia no puede continuar con sus proyectos ni puede quedarse inerte, como si el día después de la cuarentena todo fuera a volver a la “normalidad”.
La doble contradicción del concurso “Cultura te busca” lanzado por la Secretaría de Cultura de Salta, el cual ofrece como premio, en plena cuarentena, una sala pública “sin cargo”, para hacer un concierto presencial, pone de manifiesto una contradicción mucho mayor: la de una institución especializada en la cultura que parece no comprender que la cultura, tal como la entendíamos hasta hace un mes, está mutando.
Mientras se transforman los hábitos y relaciones entre las personas, mientras las escuelas -principal dispositivo de inclusión e igualación social- están cerradas, mientras vemos una reformulación del Estado en todas sus funciones, una profunda crisis de los sistemas económicos; lxs artistxs y artesanxs -quienes se han quedado súbitamente sin posibilidad de trabajar- han sido lxs primerxs en reclamar a esta institución que no se vuelva un museo de sí misma.
En el contexto del Covid-19, la cultura -en un sentido amplio que incluye el arte, pero que se refiere principalmente a los sentidos que damos al mundo y a nuestras vidas, las formas de organización social, los valores, los derechos, las tradiciones, la relación con el medio ambiente- no es menos importante que la economía o la salud. De hecho, podríamos decir que el sentido de la salud y de la economía se definen en la cultura.
Este momento exige, por lo tanto, la puesta en valor de la cultura, la realización de un plan estratégico articulado con los demás planes de crisis del gobierno provincial y nacional: un plan provincial de emergencia cultural, con programas que prevean acciones inmediatas para afrontar este período y acciones para el “día después”.
Para ello, la Secretaría de Cultura debería asumir la responsabilidad de diseñar los mecanismos y procedimientos que garanticen la participación comunitaria en este proceso. Esto implica convocar y coordinar una mesa de trabajo multisectorial y multidisciplinaria, que permita la construcción de un plan con diversas miradas, experiencias y propuestas: profesionales de la gestión cultural y representantes de distintas áreas de Gobierno, pero también representantes de los distintos sectores del quehacer cultural, de los centros culturales y comunitarios, municipalidades, organizaciones sociales, comunidades indígenas, organizaciones de derechos humanos.
Es momento de superar el paradigma de cultura como un asunto exclusivo de los expertos de la cultura, de los espacios y recursos públicos como un patrimonio exclusivo de las instituciones públicas. La emergencia exige otras categorías y otras formas de gestión y nos da una oportunidad única para afrontar este cambio.
Esta participación no será posible ni sostenible, en un contexto de crisis, sin políticas de la salud y políticas económicas, pero tampoco sin políticas de contención, convivencia, reconocimiento y participación, es decir, políticas culturales. La tarea primordial durante la emergencia será entonces desarrollar políticas culturales para la (re)creación de la cultura en días de pandemia: la reconstrucción del tejido social y las relaciones bajo nuevas formas de organización de la vida, la convivencia pacífica y la tolerancia, la cultura del cuidado mutuo y el cuidado del medio ambiente, de la solidaridad.
En estos días asistimos a disputas simbólicas, luchas por el sentido de la pandemia y sus consecuencias, que son disputas por la cultura: cómo debe organizarse la sociedad a partir de este hecho, cómo debemos interpretar y vivir este momento y el futuro. A través de políticas culturales se puede promover la interpretación y producción de discursos alternativos desde las comunidades, que puedan intervenir en las disputas por los nuevos sentidos de la cultura. Otra fuente fundamental de producción simbólica alternativa a los discursos hegemónicos es aquello que llamamos “industrias culturales”.
Con “industrias culturales” nos referirnos habitualmente a un sector difuso que en lugares como Salta casi nada tienen de lo que identifica a una industria y que muy poco se relaciona con la definición original del término vinculada a la cultura de masas. En Salta y en el NOA, si hablamos de industrias culturales para referirnos a la producción de contenidos culturales que generan un valor económico, tenemos que hablar principalmente de una industria artesanal, en etapa de manufactura.
Es necesario, por lo tanto, redefinir el término y desarrollar una tipología propia, contextualizada y actual. De otra manera ¿Cómo podrían diseñarse políticas adecuadas para el sector ante la emergencia? ¿Cómo podría interceder la Secretaría de Cultura de Salta para que los gobiernos interpreten al sector y puedan adaptar las políticas públicas para que los incluyan?
Si en la cultura se producen sentidos, las “industrias culturales” son productoras, al mismo tiempo, de capital económico y capital simbólico. Frente al relato único de la pandemia que construyen medios y plataformas de internet, las industrias culturales pueden contribuir a la producción y circulación de otras narrativas, otros puntos de vista.
Lo que llamamos “industrias culturales” son también industrias del encuentro, del intercambio, de la experiencia, de lo colectivo, del disfrute, del cuerpo, de lo comunitario, de lo público. Palabras que entraron en crisis con la pandemia y que es indispensable reformular: para concebir nuevas formas de comercialización y consumo de los bienes culturales, pero principalmente para valorarlas como instancias de construcción de lo común, de humanidad.
Los artistas, a través de su trabajo, recrean la cultura, nos interpelan desde lo sensorial y lo intelectual, nos dan otras herramientas para pensar y resignificar la cultura en tiempos de pandemia. En un momento en que nuestro sistema de pensamiento está rebasado por la crisis, el arte nos ofrece otras formas de comprender lo que nos está pasando y de imaginar futuros.
Las políticas públicas deberían atender, en este momento, a la cultura -en ese sentido amplio que he descripto- y al sector productivo de la cultura en particular, en tanto engranaje de la usina de sentidos que es la cultura.
Pero, además, debería hacerlo porque este sector se desarrolla en un campo de grandes desigualdades, escasa regulación, integrado por trabajadores que, en su gran mayoría, realizan su actividad en condiciones de informalidad y precarización laboral. En este sentido, una Secretaría de Cultura tiene un doble trabajo: llevar adelante políticas para el desarrollo de la economía de la cultura y, al mismo tiempo, interceder para que los gobiernos interpreten las condiciones particulares del sector y adapten las políticas permitiendo el acceso de hacedores culturales a programas de sostenimiento durante la emergencia.
* Gestor cultural. Docente de la diplomatura en gestión cultural de la UNJu. Cursa Licenciatura en Artes en la UNSaM. Realizó un posgrado en gestión cultural en la UNC.