Leo varios libros a la vez. No todos juntos, vamos, en mi larga mesa con el alcohol, las llaves, el desinfectante, se van desplegando los visitantes actuales que leo, marco páginas interesantes y ciertos párrafos que desearía compartir.
Tengo una larga relación con ellos que se inicia a partir de conseguir la posesión del carnet de la Biblioteca Manuel Belgrano ubicada en la calle Marcial Candioti entre Balcarce e Ituzaingó de Santa Fe, capital. Dejo testimonio de su ubicación porque es un mojón en mi vida. La sensación fue tremenda por lo abrumadora al ingresar y ver dos pisos de volúmenes forrados en papel marrón que me hizo exclamar: ¡No los podré leer a todos! Verdad, no pude.
Poseía dos libros por día alternando con mi Tesoro de la Juventud que papá le regaló a mamá cuando ella partió a trabajar de maestra a Soledad. Qué nombre para un pueblo: ¡Dios mío! Lo conocí cincuenta años después en un homenaje a ella y comprendí parte de la historia santafesina y mi familia. Pero esa es otra historia.
Aprendo mucho más tarde a leer con desapego, luego de recorrer las abultadas bibliografías de nuestras bibliografías universitarias que sobrepasaban el centenar de volúmenes extraordinarios y brillantes. Me exculparon Ítalo Calvino y Umberto Eco cuando sostienen el derecho del lector a dejar un libro si no les interesa o los aburre: ¡Qué alivio! También autorizan a marcarlos o doblarlos.
García Márquez cuenta que él y su mujer eran ansiosos y leían lo mismo. Cuando él terminaba una hoja (de los dos lados, por favor) la arrancaba y se la pasaba a la dama. Cuando quedaban sólo las tapas, listo, leído.
Tuve un amigo que compraba siempre dos ejemplares del mismo título. Uno lo guardaba sin abrir en un hermoso mueble heredado de sus ancestros y el otro lo marcaba, lo doblaba, lo sometía de cualquier modo que lo deseaba.
Otro tema es la compra. Aún en tiempo de febril docencia, me detengo a mirar vidrieras de ferreterías y librerías, aunque no necesite herramientas ni libros recomendados. Me fascinan los títulos, por ejemplo: cómo no comprar El arte y la ciencia de no hacer nada. Hallazgo. Un científico norteamericano, investigador formado en Suecia. Después de muchas páginas de entender poco llego a estos textos de su autor Andrew J. Smart quien escribe en 2013: “…Si Rilke o Newton hubieran vivido en nuestros tiempos, sus aportes a la ciencia y a las artes se habrían visto gravemente en riesgo como resultado de la exigencia de la productividad…”
Y cita en su capítulo IX que se titula: El trabajo está destruyendo el planeta a Peter Custers y dice (y cómo resuena en estos días de cuarentena): “La supervivencia de los seres humanos y otras especies del planeta Tierra, en mi opinión, sólo puede garantizarse mediante una transición oportuna a un estado estacionario, una economía mundial sin crecimiento”. Y cierra su libro escribiendo: “Si existe algo peor que trabajar por el sueldo, es trabajar sin sueldo”.
También puedo contarles sobre libros de Feng Shui, recetas varias, libros de José Antonio Marina especialmente Elogio y refutación del ingenio una Breve storia dell architettura in Sicilia, el espectacular volumen de Florian Illies: “1913 un año hace cien años” y el maravilloso Un jour a Vaux le Vicomte de los hermanos Devogue y la colección completa del Tesoro de la Juventud.
En estos días se celebró el Día Mundial del Libro y los derechos de autor. Libro significa en su origen, la corteza del árbol, con el cual se hace el papel.
Doy gracias a los árboles y a mi madre que me enseñó a leer.