Lázaro era un buen amigo de Cristo. Mateo, Marcos y Lucas aseguran que al menos en tres oportunidades lo alojó en su casa. En rigor de verdad, si no hubiera sido por el piadoso aporte de Juan, hoy nada sabríamos de aquel buen vecino de Betania. En su Evangelio, Juan cuenta cómo Jesús resucitó a Lázaro, muerto y enterrado cuatro días antes (11:41-44). Según la tradición ortodoxa, Lázaro se trasladó a Chipre y vivió en esa isla a lo largo de treinta años; según la tradición occidental: viajó a Marsella y allí murió martirizado.
Más allá de lo incierto de su destino, podríamos decir que Lázaro fue el primer ser humano que regresó de la muerte, además lo hizo con una particularidad que lo diferenciaría de los muchos que lo iban a suceder: de ninguna manera se comportó como una suerte de robot, sin voluntad propia ni discernimiento, tal como sucede con el resto de los resucitados en sus distintas variantes: desde los zombis y los vampiros hasta el propio Frankenstein, construido con fragmentos de diferentes cadáveres.
Si bien la literatura les prestó atención a estas criaturas, fue el cine quien les otorgó verdadera importancia. White Zombie (1932), dirigida por Víctor Halperin, es la primera película que se ocupa de los resucitados, pero será La noche de los muerto vivos (1968), dirigida por George Romero, la que se convertirá en el ícono de estos terribles cuerpos que regresan de la muerte.
Ese regreso, a diferencia del de Lázaro, no se produce gracias a la ayuda de Dios, no se debe a un mandato divino sino a la magia de un sacerdote vudú, a la voracidad del conde Drácula o a la paciente cirugía del doctor Frankenstein; en el caso de La noche de los muertos vivos pudo haber sido consecuencia de un satélite que realizaba trabajos de investigación en Venus, George Romero no lo deja del todo claro. Lo que sí queda claro es que estos insaciables fantoches, huérfanos de inteligencia, vienen a dañar a los que siguen con vida, obedecen sin chistar lo que les ordena el patrón.
A los científicos del mundo entero les inquieta la aparición de un nuevo brote de estos especímenes, se trata de un tipo especial de zombis que no regresan de la muerte, ya que ninguno de ellos sufrió ese disgusto final. Se los puede encontrar en plazas públicas, en las esquinas de diversas avenidas, incluso en muchos balcones con vista a la calle.
Su comportamiento, sus gestos, nos recuerdan a las atroces criaturas de La noche de los muertos vivos, igual que ellos se mueven a paso lento, como ellos deambulan sin sentido, pronunciando palabras incoherentes, en sus caras se refleja el mismo odio que reflejaban los muertos vivos de la película de Romero. Sabemos que estos nuevos zombis no pueden ser víctimas de un cirujano inescrupuloso o de un conde abusivo o de un sacerdote feroz, entonces ¿qué extraño virus les provocó ese estado catatónico que los aparta de cualquier razonamiento y hace que repitan, como cotorras obedientes, las palabras sin sentido que desde algún sitio alguien les dicta?
La comunidad científica aún no se ha puesto de acuerdo. Hay quienes aseguran que la peste es fruto de los trolls y de las fake news que circulan sin cesar. Otros afirman que la raíz del mal está en lo que, con voz grave y republicana, afirman ciertos políticos y ciertos economistas. Una tercera corriente de expertos, que día a día recoge a más seguidores, sostiene que el virus nace de los medios hegemónicos y de los obedientes periodistas que conchaban esos medios.
Cualquiera fuese su origen, inquieta el resultado: en los grandes centros urbanos es posible encontrar a estos recientes zombis tartamudeando sentencias que han oído y balbuceando palabras sin sentido. Apenas un par de detalles los diferencia de los zombis clásicos: pueden aparecer tanto de día como de noche, es común que sostengan una cacerola en su mano izquierda, mientras que en su mano derecha aferran un grueso palo con el que, ostentosamente, golpean esa cacerola. Se está buscando una vacuna, pero hay pocas esperanzas de encontrarla.