Aunque las ciencias de la salud y sus brazos principales –epidemiología, infectología y virología– marcan el pulso de los abordajes principales durante la pandemia, otras ciencias ofrecen sus miradas específicas y procuran conectar el fenómeno con causas que revelan su corte estructural. Mariana Schmidt es doctora en Ciencias Sociales (UBA) e investigadora del Conicet en el Instituto Gino Germani. Forma parte del Grupo de Estudios Ambientales y, desde aquí, plantea: “La emergencia mundial de esta pandemia no tiene mucho de natural, en el sentido en que no es un desastre ajeno al accionar humano. Se relaciona con el impacto antrópico de las sociedades sobre la naturaleza; por ello, pensar al coronavirus como un conflicto social contribuye a una mirada que supera a la coyuntura y pretende reflexionar sobre causas profundas”.
Cuando destaca la presencia de “causas profundas” invita a pensar el asunto a la luz de una crisis civilizatoria y ecológica que se despliega a nivel mundial desde hace décadas. “El sistema capitalista, agresivo y extractivista, no deja de colonizar territorios, naturalezas y cuerpos a lo largo y ancho del planeta. Todo, desde el enfoque del capital, es concebido como un recurso plausible de ser explotado; así las desigualdades se exhiben gigantes. Ya lo olvidamos pero hace muy poquito la agenda estaba marcada por los incendios en Australia y en el Amazonas. Hoy se nos recomienda lavarnos las manos con agua y jabón, pero a veces desconocemos que buena parte del mundo no tiene acceso”, describe.
El modelo de agronegocios, liderado por firmas trasnacionales, requiere de una producción intensiva que quiebra al medio los ecosistemas: la destrucción de bosques nativos, la simplificación de la biodiversidad, el incremento de las superficies sembradas con transgénicos, el reclamo incesante de los pueblos fumigados, la contaminación de los suelos, el cielo y las fuentes de agua. En este marco, “ciudades enteras han crecido a la sombra de ecosistemas frágiles, que desencadenan interacciones entre las sociedades humanas y la naturaleza que en el pasado no existían. El contacto con ciertos agentes patógenos –como algunos virus– es mucho más estrecho y los riesgos sanitarios se incrementan sin que nos demos cuenta”, relata Schmidt. El ejemplo paradigmático –y cercano– lo constituyen los jaguares, tucanes y serpientes que se advierten, cada vez con mayor recurrencia, en ciudades del norte del país. Como las fronteras se corren, los animales también pierden su GPS.
Un razonamiento similar hilvana Guillermo Folguera, investigador del Conicet, que aborda al coronavirus a partir de las herramientas que brinda la filosofía de la biología. “Las últimas epidemias que azotaron al planeta tienen un origen zoonótico, es decir, virus que traspasaron de animales a personas. Como se deshacen los ambientes que habitamos, los bichos –ya sean mosquitos, murciélagos, o bien, otros vectores– tejen otros lazos con la gente. Comunidades hacinadas los incorporan a sus dietas, a su cultura alimenticia. Todos los procesos de extractivismo siguen la misma lógica: grandes grupos privados que barren riquezas naturales y perturban los ecosistemas al involucrar migraciones y desplazamientos forzados de la biodiversidad”, apunta. Y completa: “Los incrementos térmicos, la disminución de oxígeno en mares, la pérdida de hielos y la masa de glaciares, son procesos que se hacen patente como signo del cambio climático de esta época. La pérdida de la salud, la falta de acceso al agua y el deterioro de la seguridad alimentaria componen un cóctel explosivo en relación a la pandemia”, propone Folguera.
No obstante, las transformaciones ambientales no solo afectan a la distribución de los vectores sino también a la rapidez con que los virus se replican dentro de ellos. Al mismo tiempo, los cambios extremos se expresan, en muchos casos, a partir de inundaciones que mezclan aguas pluviales con las residuales y las contaminan con bacterias de las que los organismos humanos no están protegidos. En efecto, desde las ciencias de la atmósfera también se realizan aportes para explorar el modo en que las condiciones actuales de cambio climático afectan la salud de las personas. El informe del IPCC (Panel Intergubernamental de Cambio Climático) publicado en 2018 describe que, a causa del factor antrópico, las temperaturas podrían elevarse entre 3 y 4 grados en 2100 y redundar en una mayor frecuencia de eventos meteorológicos extremos, como sequías y precipitaciones de mayor intensidad.
Federico Robledo, –doctor de la Universidad de Buenos Aires e investigador del Conicet– señala: “De cara al 2030, se deben reducir en un 45% las emisiones de dióxido de carbono que se registraron en 2010 y alcanzar emisión 0 en el 2050. Las olas de calor se incrementan e impactan en el aumento de la mortalidad. Prevalecen los casos de personas con patologías cardiovasculares y respiratorias, cuadros de insuficiencia renal y deshidratación. Al mismo tiempo, las enfermedades vectoriales también emergen: los insectos mediadores de patógenos se reproducen mejor en ciertas condiciones climáticas”. Abordajes como estos tienen la ventaja de ser más flexibles y de habilitar aportes cruzados provenientes desde diferentes campos disciplinares. El concepto “Gestión del riesgo de desastres” puede ser aplicado para comprender los modos de acción ante la pandemia. “Un desastre ocurre cuando se conjugan tres cosas: amenaza, exposición y vulnerabilidad. Una lluvia extrema, por ejemplo, es una amenaza para una población expuesta en una zona inundable, que se halla en condiciones vulnerables. En el caso de la pandemia, el virus amenaza a las poblaciones expuestas, además vulnerables porque sus sistemas de salud no tienen las capacidades de responder. Se ven desbordados”, narra Robledo.
Hacia nuevos mundos posibles
En poco tiempo, con buena parte del mundo en cuarentena y con circulación limitada, la naturaleza comenzó a brindar guiños de recuperación. Los canales de Venecia, ahora cristalinos, son revisitadas por peces que no se advertían desde hacía muchísimo; al tiempo que la atmósfera china empezó a descontaminarse tras reducir de manera significativa la emisión de gases de efecto invernadero.
Existe una constelación explicativa para el coronavirus, pues, las relaciones no se establecen de manera causal, ni las conclusiones se hallan exentas de contradicciones. “Para dejar de culpar a los chinos por comer sopa de murciélagos, más vale intentar poner en práctica una mirada menos reduccionista. Incluso de estos conflictos tan dramáticos pueden extraerse aprendizajes valiosos. Me refiero a cambios a nivel local y regional que posibiliten nuevos vínculos con el ambiente y con nosotros mismos; así como a repensar nuestras lógicas productivas y de consumo. Estamos obligados a crear nuevos mundos posibles”, subraya Schmidt. Desde este punto de vista lo interpreta Folguera cuando sostiene: “Leía una frase esclarecedora: ‘Nos resulta más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo’. Pienso que tenemos que considerar seriamente la transformación de la matriz productiva. Evidentemente nuestra forma de vida no es compatible con proteger nuestra salud, la naturaleza y el planeta”.
“No alcanza con pensar soluciones tecnológicas a los desastres. No es suficiente con la vacuna, requerimos reflexionar acerca de una salida social ante eventos como estos. Las respuestas no vienen solo del lado de la ciencia sino de la organización de los colectivos ciudadanos”, concluye Robledo.