El joven mundano Charles Highway, un narcisista tan enfermizo como inteligente, solicita la admisión en la universidad de Oxford. Más allá de un ego desmesurado y una personalidad excéntrica, tiene por costumbre escribir “informes” donde elabora análisis rigurosos de las personas o situaciones, se despacha con observaciones ingeniosas o frases “señuelos” que lo ayudan a sacar ventaja frente a ciertas circunstancias. “Al igual que la mayoría de la gente, supe que tengo ambiguos sentimientos de culpa ante los que son de una clase inferior, ambiguos sentimientos de envidia ante los que son de una clase superior, más la obligatoria decepción con respecto al Sistema en sí”, plantea el narrador y protagonista de la novela El libro de Rachel, de Martin Amis, el primer título de una magnífica colección de doce libros que empezará a publicarse desde mañana junto al diario, cada quince días, con diseño de arte a cargo de Alejandro Ros. La colección incluye lo más destacado de la literatura británica, donde no podía faltar parte del british dream team, una generación literaria integrada por el propio Amis, Julian Barnes, Ian McEwan, Kazuo Ishiguro y Hanif Kureishi. Anagrama –esa editorial faro que fundó Jorge Herralde en Barcelona hacia el fin de la década del 60– eligió celebrar los 30 años de Página/12 con una docena de clásicos imprescindibles para los lectores. 

El equipo de los sueños

Marisa Avigliano, a cargo de esta colección, destaca que fue “un trabajo compartido” la elección de títulos y autores. “Lo armamos en Anagrama pensando en el perfil del diario. Jane Pilgrem, desde la editorial, me ayudó muchísimo. Anagrama y PáginaI12 ya habían hecho colecciones anteriores así que tuvimos que buscar no repetirnos y no perder de vista el perfil de los lectores del diario. El british dream team que Herralde creó en Anagrama es un catálogo siempre bien recibido y elegido por los lectores de Página, así que pensar en doce autores británicos fue una idea en la que desde siempre nos pusimos de acuerdo”, cuenta la editora. El dream team –el equipo de los sueños–, una expresión originada en el deporte –primero se la aplicó al equipo norteamericano de básquetbol y después al Barça de Johann Cruyff–, viene como anillo al dedo para la promoción de novelistas británicos nacidos entre 1946 y 1954: Julian Barnes (1946), Ian McEwan (1948), Martin Amis (1949), Kazuo Ishiguro (1954) y Hanif Kureishi (1954). 

“Una literatura es también todo lo que falta en ella –advierte Avigliano–. Los nombres elegidos, aparte de representar algo que podría darse en llamar ‘la literatura inglesa típica’, se refieren o aluden a lo que está al sesgo o queda señalado como una especie de blanco activo. Saki es profundamente social haciéndose pasar por frívolo, Martin Amis es maduro sobre todo en una primera novela, Kureishi parece un emblema exitoso de todo lo que es desventurado y paria, en Gran Bretaña y muchos otros países de Europa. La pregunta siguiente es propia y se abre de inmediato para mí: ¿es la literatura insular de Inglaterra parte de Europa? Amis, Barnes, Ishiguro,  Kureishi y McEwan son autores que tenían que estar sí o sí, el lector que lee en español los conoció a través de Anagrama”. Después del inaugural Libro de Rachel, la colección se completará con Chesil Beach de McEwan (2 de abril), Intimidad de Kureishi (16 de abril), El perfeccionista en la cocina de Barnes (7 de mayo), Hasta luego y gracias por el pescado de Douglas Adams (21 de mayo), Una lectora nada común de Alan Bennett (4 de junio), Cuentos de humor y de horror de Saki (18 de junio), Los Grope de Tom Sharpe (2 de julio), Nocturnos de Kazuo Ishiguro (16 de julio), El inimitable Jeeves de P. G. Wodehouse (6 de agosto), ¡Noticia bomba! de Evelyn Waugh (20 de agosto) y 31 canciones de Nick Hornby (3 de septiembre).

Un mundo feo

 “Así que tengo diecinueve años y generalmente no sé lo que me hago; robo mis ideas de los libros, tomo prestadas mis miradas a los ojos de los otros, no adelanto a los subnormales ni tullidos por la calle porque temo que mi agilidad les deprima, me encanta ver jugar tanto a los niños como a los animales, pero no me importaría ver cómo le dan una patada a un pordiosero o cómo atropellan a una niña porque no son más que nuevas experiencias que voy acumulando; no me gusto a mí mismo y observo con burlona sonrisa este mundo más feo y menos inteligente que yo. Supongo que todo esto es de lo más corriente, ¿no?”, dice Charles en El libro de Rachel, primera novela publicada por Amis cuando tenía 24 años, con la que obtuvo el Premio Somerset Maugham en 1973, traducida por Antonio Mauri. Ahí está germen de su obra narrativa que se consolidaría en Dinero (1984), Campos de Londres (1989), La flecha del tiempo (1991) y Experiencia (2000), entre otros títulos. Charles escribe a contrarreloj, en el Londres de los años 70, acerca de sus últimas semanas antes de cumplir los veinte años, en una especie de carrera vertiginosa por dejar atrás el mundo de la adolescencia para devenir adulto. Más que enamorarse de Rachel, el joven toma la decisión de enamorarse de ella para concluir o despedir su adolescencia. Novela metaliteraria, Charles escribe The Rachel Papers –el título original en inglés– para registrar sus sentimientos respecto a la chica. El lector no sólo asistirá a esa escritura “en tiempo real”, sino que también se encontrará con otra obra del joven: Conquistas y técnicas. Una síntesis.

–¿Por qué empezar con El libro de Rachel? Charles, el protagonista, ¿podría ser una especie de Holden Caulfield británico? 

–La comparación es completamente falsa, pero va a ayudar a vender el libro. Dejémosla (risas). Tiene el valor de esos blurbs que con el tiempo se domestican y se adoptan. Hay un momento en que Charles reflexiona sobre Erewhon –anagrama de Nowhere, ningún lugar–, utopía o distopía doméstica de Samuel Butler tan alejada de cualquier atisbo comparativo norteamericano que corremos el riesgo de acercarnos a la verdad por ejercicio de distanciamiento.

–Habría una especie de hilo que conecta El libro de Rachel con Chesil Beach de McEwan, y sería el hilo del sexo y el amor, ¿no? ¿Qué preguntas o reflexiones le suscitaron la lectura de Chesil Beach?

–El hilo del sexo y el amor solicitan un conjunto de trivialidades tan servil como necesario. Es lógico que lo encontremos en dos novelas perfectas sobre el amor, el sexo, la decepción y las huellas que dejan en lo que podemos decir. Después del amor sobran las palabras; después del sexo, faltan.

El territorio de la intimidad

 “Eran jóvenes, instruidos y vírgenes aquella noche, la de su boda, y vivían en un tiempo en que la conversación sobre dificultades sexuales era claramente imposible. Pero nunca es fácil”, se lee al inicio de Chesil Beach de McEwan, publicada en 2007 y traducida por Jaime Zulaika. En esta excepcional novela se narra la “noche de bodas” de Edward y Florence a principios de la década del 60, en una Inglaterra pacata y demasiado provinciana, todavía sumergida en las secuelas de la Segunda Guerra Mundial. No hay literalmente “noche de bodas”, no hay primer encuentro sexual entre los protagonistas. El placer y las caricias le generan aversión a Florence, como si ella estuviera viviendo en el pasado, en un momento anterior a la era de los Beatles y los Rolling Stones. Estas criaturas concebidas por el narrador británico, autor de Niños en el tiempo (1987), Ámsterdam (1998), Expiación (2001), Sábado (2005) y la más reciente Cáscara de nuez (2016), son víctimas del conservadurismo y los buenos modales en el territorio de una intimidad aún clausurada.

“Conozco todas las razones que justifican la institución del matrimonio indisoluble: es un sacramento, un juramento, una promesa, todo eso. O un compromiso profundo e irrevocable tanto en un principio como en una persona... Pero no recuerdo exactamente la fuerza y los detalles de la argumentación. ¿Hay alguien que sí?”, pregunta Jay un escritor y guionista cinematográfico de poco más de cuarenta años, con una carrera exitosa –sus guiones han sido nominados al Oscar–, una mujer inteligente que trabaja en la industria editorial y dos pequeños hijos. Después de seis años de convivencia ha decidido que el matrimonio –al que define como “una batalla, un viaje terrible, una temporada en el infierno y una razón para vivir”– se acaba y que se marchará de su casa. En Intimidad, novela publicada en 2006, traducida por Mauricio Bach, Kureishi explora un tema complejo y doloroso como el abandono de la vida familiar. Si el amor es un juego sucio, “tienes que macharte las manos”. “Si te mantienes a distancia, no suceda nada interesante”. 

–Le devuelvo una pregunta que postula la propia novela Intimidad, o que la sobrevuela: ¿Por qué un hombre deja de amar a una mujer?

–Contesto con un autor de lengua inglesa que se postulaba como algo contrario a un inglés –algo que adoptó de inmediato su discípulo, no sé si dilecto pero también irlandés: Samuel Beckett: “Por muerte, por ausencia, por cambio de costumbres”.

–Si tuviera que intentar definir cuál es la característica del humor y la ironía británica presentes en Amis-McEwan y Kureishi, ¿cómo los definirías?

–Son completamente distintas, incluso entre Amis y McEwan. En el comienzo, Amis y Kureishi son más humorísticos que irónicos. A partir de los últimos libros, la ironía de McEwan pierde desparpajo y adquiere una especie de vuelo distinto, casi beatífico.

–¿Por qué eligió un libro “raro” dentro de la obra de Barnes como El perfeccionista de la cocina?

–¿No es este título de Barnes donde cae redondo sobre sí mismo? Es hora de que los lectores de El loro de Flaubert se entreguen a este maestro de maestros, a ese lugar que parecía reservado a otros, menos ávidos de revelar secretos que, sin la clave de gracia de Barnes, que nunca es fórmula sino fábula, permanecerían en alto sin mantenerse en pie.

–¿Por qué seguimos leyendo a Saki como leemos a Chéjov? ¿Qué lo convierte en un clásico?

–Tendríamos que leer a Saki como a Chéjov. La Revolución del 17 cambió un poco las cosas, en la medida en que la Inglaterra eduardiana no fue modificada y, en cambio, la rusa rural y zarista, sí. Tendríamos que leer a los dos porque ambos tienen rabia, ironía y compasión. Como muy pocos. Ambos también tienen una escritura –un estilo– inigualable: limpio, perfecto, con un enorme vocabulario que, paradójicamente, los ayuda a restringirse.

–¡Noticia bomba! es una sátira sobre el periodismo de fines de los años 30 del siglo pasado. ¿Le parece que sigue siendo actual esa sátira, que no ha perdido vigencia?

–¡Noticia bomba! gana una primera batalla temporal que su reedición celebra siempre porque no debe declararse novedad para serlo. ¡Noticia bomba! es una joya sin engaste, saltarina. El tiempo es “su pasión, es su paciencia”, de acuerdo con el poema paciano.