Con apenas 3 años, la niña Nora ya participaba en concursos de manchas para chicos y grandes en Lanús, Lomas de Zamora y Mar del Plata. A los 5 ganó su primer premio, otorgado por la Asociación Álvaro Yunque. Hoy, con símbolos patrios, y elementos escolares y del hogar vinculados a su infancia, la artista crea una iconografía propia, anclada en su historia y en la de una generación que creció bajo la protección de la escuela pública.
“Allí tengo todo mi reservorio. Con esa parte de mi vida, mantengo un diálogo muy profundo y constante”, dice la artista en diálogo telefónico con Radar. Hoy, cuenta, se emociona con las figuritas y los recortes que le fascinaban de niña. El olor de los útiles le trae recuerdos bellos, como el de aquella vez en que sus tíos le regalaron una caja de lápices Caran d'Ache cuando regresaron de un viaje a Chile. Son momentos que la marcaron: “En mis obras siempre recurro a las técnicas básicas y primarias del jardín de infantes: recortar, plegar y pegar con tijera y goma de pegar”, dice la artista.
El libro Nora Iniesta. Collages 1980-2020, con texto de Rodrigo Alonso, reúne collages sobre papel y objetos ensamblados que la artista realizó desde que ganó el premio Georges Braque (becada por el Gobierno Francés, residió en Francia hasta 1983) hasta hoy. De los once libros que lleva publicados, este es el primero organizado cronológicamente. En paralelo con estos ensamblados, la artista hizo pinturas, objetos, esculturas, collages, bordados, grabados, libros de mármol. Por una invitación de Osvaldo Giesso, hizo 365 libros en mármol de carrara blanco y, además, uno que reunía todos y que pesó 36,5 kilos. Exacto. La precisión, los números y las fechas son algunas de las pasiones, junto con los juegos y útiles, que le atraen a Iniesta. También hizo tríos de mármol serigrafiados con frases como "Ver, oír y callar"; "Mucho, poquito, nada" e "Insistir, persistir" –esta última, a tono para estos tiempos de aislamiento por la pandemia causada por el coronavirus–.
La librería y el bazar
Su primera profesora de dibujo fue una vecina del barrio, y en la escuela normal tuvo un profesor que la incentivó en el camino del arte. Se formó en la Escuela de Bellas Artes Manuel Belgrano y en la Escuela Nacional de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón, y se especializó en técnicas de grabado en Slade School of Fine Arts, en University College de Londres. Recibió el Premio Braque. Expuso en EE.UU., Francia, Corea, Marruecos, Ucrania, Perú y México. Realizó instalaciones y esculturas en los alrededores del Lido, en Italia. Dirigió durante una década el Museo Nacional del Grabado en Argentina. En un recorrido por su biografía no se puede dejar de mencionar que 1980 fue seleccionada para representar a Argentina en la XI Bienal de Jóvenes en el Museo de Arte Moderno de la Ville de París. En 1989, representó a nuestro país en la Tercera Bienal de la Habana, y en 2001 participó de la III Bienal de Artes Visuales del Mercosur, en Porto Alegre.
Iniesta suele recorrer librerías escolares y bazares donde se nutre de materiales para sus obras. Con útiles de la escuela y elementos de uso cotidiano del hogar, hace ensamblados exuberantes, barrocos, cargados de símbolos y vivencias de su infancia. “Para mis padres fue un gran esfuerzo cuidar a tres hijos en edad escolar y brindarles todo lo que necesitaban”, dice. En su casa, había un cuartito donde guardaban todos los útiles que compraban en cantidad para la escuela: cajas con gomas de borrar, cuadernos, hojas, lápices negros y de colores, marcadores. “Ese mundo siempre me ha fascinado”, cuenta Iniesta. Aún hoy recuerda con felicidad el olor a goma de borrar y a lápices de colores a los que recién sacaba punta. Un aroma que jamás olvidó y que condensa un tiempo que añora.
Rafael, su padre, era viajante de comercio y Amalia, su madre, trabajaba desde la casa cosiendo trabas de corbatas, gemelos y otras prendas que luego vendía. Usaba pedrería, botones, telas de colores, oro, plata. Con esmero, la niña Iniesta ayudaba a armar y a pintar prendedores y pulseras para vender. Sus obras tienen mucho de eso que aprendió de chica: diseñó pins, bijouterie, juegos para encastrar, rompecabezas, calendarios, hizo tazas y platos con la imagen de Evita. En “Evita maestra recorre el país”, con recortes de sitios de nuestra geografía, la artista desplegó distintas versiones de Evita –una figura que su familia repudiaba y que para ella encarnaba un hada madrina que regalaba bicicletas y juguetes a los chicos del barrio–. En su libro Evita. La dama de la esperanza, Iniesta –siguiendo su modo de trabajo exhaustivo– nos sumerge en todas las posibles facetas de Evita: mítica, lúdica, dominante, gaucha, protectora, proteica. Y la lista sigue. Con colores fulgurantes, los ensamblados con impresiones de Eva sobre porcelana y metal resultan hipnóticos. Iniesta desata joyas y escudos fabulosos con elementos plebeyos: platos de cartón y de porcelana, rastis, cuerina, madera y papel.
Usa, entre una innumerable cantidad de materiales celestes y blancos, elementos como pedrería, cintas, telas, sellos, figuritas con brillantina, recortes de revistas, figuritas de próceres, estampitas, dados, fichas de juegos de mesa, naipes, piezas de dominó, bolitas de vidrio, piedritas de bijouterie, telas, muñequitos de plástico, vidrios de colores, escarapelas, tejidos, peluches. Con ese magma potente, ensambla obras que condensan su pasado, la nostalgia de esa niña que fue. “Tuvimos momentos muy difíciles: mi padre sufrió un robo atroz en Mar del Plata: los tres hijos trabajamos y pudimos salir adelante”, recuerda.
El concepto de patria
A su vuelta de París, en 1983, se propuso “hacer un reconocimiento del terreno”: durante un año y medio visitó a más de 500 personas con distintos oficios y profesiones –desde Susana Rinaldi y Soledad Silveyra hasta un zapatero de barrio–. “Tenía que ver con el concepto de patria: convivir todos juntos en esa diversidad de oficios, ocupaciones y profesiones. Quise abarcar todo lo diverso”. En ese tiempo, la artista se encontró con las personas seleccionadas (algunas las conocía, con otras se vinculaba por recomendación de una tercera). Después de compartir un día con cada una y conocer en qué consistía su trabajo, Iniesta creó un calendario inspirado en oficios y profesiones de las personas que visitó. “A partir de esa vivencia, acumulé cantidad de material y me encerré en mi taller a trabajar con cada obra –dice Iniesta–. Mi padre me ayudó mucho: hizo las letras del calendario con una pluma redondilla”. Ese calendario está vinculado también a la vida escolar: las vacaciones; la época en la que se compran materiales, zapatos, guardapolvos y útiles; el receso invernal; las vacaciones.
En sus obras, los colores de la bandera argentina son claves. “Para mí, el concepto de patria es amplio. Yo no me sitúo en Argentina y pongo un coto. Siento que mi patria cobija, que es solidaria –señala Iniesta–. Encuentro valores y trabajo con ellos a partir de los colores que la representan. Para mí, más allá de que la patria es la infancia, la patria somos todos. Contundentemente, la patria es en plural: es la matriz que nos contiene”.