Mientras las estadísticas del coronavirus muestran una prevalencia de la población masculina entre los contagiados, hay una estadística más silenciosa que se engrosa al borde de este fenómeno global. Apenas la OMS declaró la pandemia, Naciones Unidas emitió un informe donde advirtió el peso desigual que la propagación del virus tendría sobre nosotras: “Las mujeres no sólo son víctimas. Desempeñan un papel crucial en la respuesta a la covid-19. Cerca del 70 por ciento del personal de salud en la línea de combate, así como en el área de trabajo social, son mujeres. Las mujeres también cargan con una parte desproporcionada del trabajo no remunerado de cuidados de personas y son actores críticos del desarrollo sostenible en todos los países”.
En nuestro país esta tendencia se corrobora e intensifica especialmente conforme se desciende en la escala socioeconómica. En el sector de la salud, 69 de cada 100 trabajadores son mujeres y en el servicio de enfermería éstas alcanzan el 82,7 por ciento. A su vez, nuestro país tiene una distribución estructuralmente desigual de las tareas de cuidado. Como se indica en el informe “Las brechas de género en la Argentina”, elaborado por la Dirección Nacional de Economía, Igualdad y Género, casi el 90 por ciento las mujeres realizan el 76 por ciento de las tareas domésticas no remuneradas dedicándoles un promedio de 6,4 horas diarias, mientras que sólo el 57,9 por ciento de los varones participa en estos trabajos, a los que les dedican un promedio de 3,4 horas diarias. A su vez, según datos del 2017 en la Ciudad de Buenos Aires se estima que el 36,7 por ciento de los hogares familiares multipersonales tienen jefatura femenina y esta situación asciende al 55,8 por ciento en el espacio socioresidencial de villa. La pandemia agudiza y amplifica las desigualdades existentes.
A las tareas habituales, distintas para cada sector socioeconómico, se añaden como capas, la escolaridad dentro del hogar, los cuidados higiénicos multiplicados, los cuidados vinculados a la salud mental y la asistencia solidaria a personas en grupos de riesgo. Para algunas se sumará el teletrabajo, o la atención de comedores y merenderos, o el exceso de horas extras y la imposibilidad de tomarse licencias para atender las situaciones de sus hogares, si son profesionales de la salud. Si la imagen de las mujeres como malabaristas que tan bien utiliza Eleonor Faur en su libro El cuidado infantil en el siglo XXI constituía una metáfora visual para representar la situación de multitareas y demandas a las que nos enfrentamos día a día, la intensificación de los cuidados por la pandemia y el contexto de inestabilidad económica que esta conlleva coloca definitivamente a las malabaristas caminando sobre una cuerda floja.
Frente a esta situación se vuelve cada vez más urgente avanzar en una reforma estructural que equilibre definitivamente las tareas de cuidado, y como parte de esa búsqueda, reconozca económicamente el valor de esas actividades. Hablo de una transformación que abarque, tanto los aspectos materiales como los culturales que construyen los estereotipos de género sobre los que se asientan la división sexual del trabajo y también un ideal de familia. Por eso me interesa repasar aquí tres políticas públicas que se implementan en estos días y que me parecen un aporte importante en este camino.
Por un lado, la plena implementación de la Educación Sexual Integral que en este contexto de escolaridad desde el hogar refuerza sus contenidos. Desde la Dirección de Derechos Humanos, Género y ESI del Ministerio de Educación Nacional proponemos reflexionar sobre el cuidado en un sentido amplio, no sólo poniendo en crisis su confinamiento en el ámbito doméstico en contraste al trabajo productivo/remunerado, propio de la esfera pública, sino además, reforzando la necesidad de pensar las tareas de cuidado como responsabilidades comunitarias, sin división sexual ni de género. De esta manera, estamos educando en un paradigma de mayor igualdad.
En paralelo, la implementación del Programa de Promotores/as Comunitarios en los barrios vulnerables y el Ingreso Familiar de Emergencia contribuyen a la valorización de las tareas de cuidado. En el primer caso, al realizar un aporte económico a las tareas de desarrollo comunitario que realizan mayormente las mujeres en los barrios populares y que se conoce conceptualmente como tercer jornada laboral (la que viene después del empleo productivo y la realización de las tareas en el propio hogar). El IFE al incorporar a las mujeres de 18 a 65 años sin empleo formal y a las trabajadoras de casas particulares entre sus beneficiarios remunera a quienes desarrollan las tareas de cuidado.
Empezando por las últimas para llegar a las primeras y por los y las chicos/as para llegar a los/las adultos/as en medio de la crisis global, tenemos la oportunidad de valorizar el cuidado y reivindicar la igualdad en la búsqueda de un nuevo modelo. Queremos crear, criar y creer en otro paradigma, en otra humanidad: humanidad con justicia social.
* Andrea Conde es Lic. en Ciencias Políticas.