Una evidencia golpea el corazón de la adolescente Simone de Beauvoir cuando descubre que no puede vivir sin la amistad de Elisabeth Zaza Lacoin, a quien conoció cuando tenía nueve años. Zaza –su mejor amiga que aparece en varias obras- es la protagonista de su novela más íntima, Las inseparables, escrita en 1954, que se publicará por primera vez en Francia y en España, y será la primera ficción póstuma de la autora de El segundo sexo a 34 años de su muerte. “Necesitaba su presencia para comprender la necesidad que tenía de ella. Fue una evidencia fulgurante. Bruscamente convenciones, rutinas, clisés, volaron hechos añicos, y me sentí sumergida por una emoción que no estaba prevista en ningún código. Me dejé levantar por esa alegría que me inundaba violenta y fresca como el agua de las vertientes, desnuda como un hermoso granito. Pocos días más tarde llegué al curso antes de hora y miré con una especie de estupor el asiento de Zaza: “¿Si no se sentara nunca más en él, si muriera, qué sería de mí?”, se pregunta la escritora y filósofa francesa en Memorias de una joven formal.
Zaza murió poco antes de cumplir los 22 años, en 1929. De Beauvoir (1908-1986) recuerda lo que Zaza le dijo a su madre antes de morir: “No se entristezca, mamá querida (…); en todas las familias hay una oveja negra: yo soy la oveja negra”. Los médicos hablaron de meningitis y de encefalitis; pero no se supo con precisión cuál fue la enfermedad que acabó con su vida. “A menudo de noche se me ha aparecido, muy amarilla bajo una capelina rosada, mirándome con reproche. Juntas habíamos luchado contra el destino fangoso que nos acechaba y he pensado durante mucho tiempo que había pagado mi libertad con su muerte”. Así termina las memorias de la filósofa y escritora francesa que fue la responsable del despertar feminista de millones de mujeres, con una frase que se convirtió en una consigna del activismo feminista en el mundo: “no se nace mujer, llega una a serlo”, afirma en El segundo sexo (1949).
Sylvie Le Bon de Beauvoir, hija adoptiva y albacea literaria, decidió que era hora de publicar esta novela hasta ahora inédita, que la filósofa y escritora dejó lista, pero que no le puso nombre. En Las inseparables, título que eligió Le Bon, Zaza es Andrée Gallard, “una pequeña desconocida de pelo castaño, mejillas hundidas con ojos oscuros y brillantes que miran con intensidad” y cuya “seguridad y habla rápida y precisa”, desconciertan y fascinan de inmediato a Sylvie Lepage, alias de Simone de Beauvoir, hasta el punto de transformarse en un amor adolescente, el primero quizá. “Comprendo de pronto, con estupor y alegría, que el vacío de mi corazón, que el sabor triste de mis días solo tenían una causa: la ausencia de Andrée. Vivir sin ella no era vivir”, escribe alguien que, sin embargo, sabe que su amiga “ignora absolutamente” lo que siente por ella. “¿Cuál es el sentimiento innominado que, bajo la etiqueta convencional de la amistad abraza su corazón nuevo, entre el asombro y los trances, sino el amor?”, plantea Le Bon en el prólogo de la novela, citado por el diario El País de España. “Ella comprende rápidamente que Zaza no siente un apego similar, y que ni sospecha de la intensidad del suyo, ¿pero qué importa eso ante el deslumbramiento que significa amar?”, escribe la albacea literaria.
La editora de la novela, Laurence Tâcu, de Ediciones L’Herne, afirma que “lo magnífico del libro es que Simone lo escribe cuando ya es una persona reconocida -cinco años antes había publicado El segundo sexo- y, aun así, se presenta en un plano secundario, un poco como la sombra de esa jovencita que admira y que es una rebelde mucho antes que ella”. Pero con el tiempo cambia la influencia. “Intelectualmente es Simone quien influyó a Zaza, quien la animó con fuerza a que fuera ella misma”, advierte Le Bon. La importancia de la amiga, agrega la albacea literaria, “se sitúa en otro plano: la presencia de Zaza a su lado cuando ella realizaba un difícil combate para su emancipación fue valiosa. Las dos lucharon juntas contra el ‘destino fangoso’ que les esperaba como mujeres en esa época, y en esa lucha Zaza sucumbió. Esa tragedia atormentó a De Beauvoir”.
Los nombres y los detalles de la vida real han sido modificados en Las inseparables. “Su educación las encorseta, no hay familiaridades, no se tutean, pero a pesar de esa reserva, se hablan como Simone no habló jamás con nadie”, revela su hija en el prólogo. ¿Por qué esta novela sin título permaneció guardada en un cajón tantos años cuando narra, desde la ficción, una amistad tan crucial que ya estaba, en un registro autobiográfico, en Memorias de una joven formal (1958)? Después de la muerte de la filósofa y escritora en 1986, Le Bon se convirtió en su albacea literaria y decidió continuar publicando la correspondencia De Beauvoir: cartas a Jean-Paul Sartre, a Nelson Algren y a Jacques-Laurent Bost, entre otros. La propia autora no quiso publicarla en vida, especialmente después de que Sartre, su compañero, desestimara la novela. “Creo que era muy severa consigo misma. Y Sartre era muy severo con Simone. Puede que tampoco quisiera verla como una escritora, sino más como una filósofa”, sugiere Tâcu que, como Le Bon, subraya el hecho de que la propia De Beauvoir nunca destruyó los manuscritos de la obra. “Si solo hubiera sido un borrador, no la habría mecanografiado –conjetura la editora de Ediciones L’Herne-. Creo que era algo tan íntimo que le resultaba difícil sacarlo a la luz en vida. Es un libro acabado. Es un buen libro”. Zaza –como la Andrée de Las inseparables- hizo de la ironía un sistema. Esa joven –acaso el primer amor adolescente de la narradora francesa- ponía en ridículo las costumbres establecidas y las ideas hechas.