Es enfermera, trabaja en un hospital público, tiene, por el lugar de trabajo, una mirada del otro lado del “quédate en casa”, de los miedos al contagio, de los cuidados. ¿Cómo se vive la situación pandemia en un espacio clave para su tratamiento? Ante esa primera pregunta Práxedes hace su diagnóstico: “La sociedad está un poco paranoica y noto que la gente tiene mucho miedo. Muchos se cuidan pero al mismo tiempo muchos otros no. Respecto del establecimiento hospitalario, en este momento los trabajadores usamos un cobertor "total face", dos barbijos, las gafas, la cofia, el camisolín, los guantes y las botas. Y además, nos rociamos con agua y lavandina. Si no te inmunizás con la enfermería no te inmunizás con nada. En todo sentido te lo digo”.

En julio de 2015, Praxedes Candelmo Correa empezó a trabajar en el Hospital Argerich de la ciudad de Buenos Aires, sábados, domingos y feriados de 12 a 24. Primero en Neonatología. Luego en Unidad Coronaria. Hace 5 años, quien al nacer fue llamado Sebastián y muchos años después fue conocida en las noticias como Malena Candelmo, logró empleo estable. Estable, sí, por primera vez en décadas de humillaciones televisadas y avasallamientos legales. Antes de su trabájo en el emergentológico Hospital Argerich y ya recibida con promedio altísimo, Praxedes tuvo quie hacer una denuncia por transodio que sufrió durante una prueba de admisión del Hospital Rawson -donde en 2014 fue obligada a desnudarse. La irradiación institucional de ese episodio despertó alguna conciencia en el universo sanitario y colaboró con su presente.

Puede que Candelmo lleve añares cuidando “enfermos”, porque puede que viva sobrepuesta a los que ciertos “enfermos” pudieron haberle dicho de chica, cuando era marcada públicamente como culpable de “haber calentado” a un folklórico DT futbolístico al que, por cierto, nunca le faltó trabajo. Ni cuidados. Algo es y será clarísimo en aquella ominosa historia: la “enferma” nunca fue ella.

Trabajás en el lugar que tuvo al primer fallecido por coronavirus de la Argentina. ¿Qué pasó a partir de eso?

Se activaron todos los protocolos y empezó a circular mayor información sobre cómo cuidarnos. Cuando los pacientes te ven vestida así, con tantas cosas encima para protección, te preguntan por ejemplo: “¿Por qué estás vestida así, si yo soy negativo?” Pero claro, los informes a veces son posteriores a la internación de alguien y resulta que una ya atendió y pudo haber tenido contacto con covid, entre otros virus.

¿Te provoca miedo?

No, los profesionales de la salud no tenemos miedo. Eso te lo puedo asegurar, al menos en actitud el miedo no se demuestra. La preocupación llegaría si no te dejaran usar insumos y eso no ocurre, desde ya. Y yo además, al haber vivido siempre burlada y agredida (y no me hago la víctima), al haber vivido siempre con hostilidad, un virus me deja trabajar más tranquila que tantas otras cosas. No le tengo miedo a la muerte y en este trabajo no hay lugar para ello.

¿Qué te llevó a estudiar enfemería?

El origen es el cuidado de mi abuela materna, que tuvo múltiples ACVs y tenía problemas de coagulación. Mi mamá siempre la cuidaba en sus internaciones pero en un momento empecé a cuidarla también yo. Iba y la higienizaba, le ponía la chata… Y cuando otra paciente me pedía también la ayudaba… Hasta que en un momento una enfermera me dice “Malena -en ese momento mi nombre todavía era Malena- ¿por qué no te dedicás a esto?” Y yo le dije: “No, me van a discriminar”. Ya estaba cansada de que me expulsen de todos lados. Pero ella me aseguró que en salud no iban a detenerse en mi identidad de género sino en mis ganas de trabajar. Le hice caso y en 2009 me anoté en la Escuela Superior de Enfemería Cecilia Grierson. En el examen de ingreso me saqué un 9. Yo quería salida laboral inmediata y la carrera es de 3 años, pero igual me prendí. Mi abuela falleció a fines de ese año y yo me recibí en 2012.

O sea que empezaste a cursar en plena pandemia de la gripe A…

Sí, ese año fue un lío. Íbamos de acá para allá. Le debo mucho a la escuela Grierson y al Hospital Santojanni, que fue mi hospital “cuna” como se dice en la carrera. Es a partir de mi paso por esas instituciones que por ejemplo fui a la Legislatura a recibir el título y pude llevar a mis padres a que vean cómo lo recibía.

¿Cómo fueron tus primeros momentos en el Argerich?

Me ayudó mucho el Delegado Gremial de Sutecba Eduardo Paredes, porque frente a la discriminación reinante y frente a mi pasado mediático era muy factible que todo me costara mucho. Y gracias a él no fue tan así.

¿Tu presencia nunca fue resistida?

Obvio que sí. Según un ex subgerente, a mí me sacaron del sector de Neonatología por el enojo de un padre que dijo algo así como “¿Cómo puede haber alguien así acá?”.

¿Por ser trans, por tu pasado mediático o por ambas?

Por ser trans.

¿Y hoy no pasa?

Enfermería es un ambiente muy particular. Es un ambiente bravo. De repente caen acusaciones y nadie tiene una filmación, por ejemplo, para rebatirlas. En muchos aspectos tenés que ser dura a rajatabla. El paciente se te llega a caer, ponele, en una unidad cerrada y eso es una responsabilidad tuya enorme. Yo le explico el protocolo de manejo en área cerrada a todo el mundo para liberarme un poco de posibles dolores de cabeza. Al principio, tuve que pedirle que le inicien sumario administrativo a tres colegas mujeres de terapia intensiva. Me dejaban sola. Hacía yo sola toda la medicación y toda la higiene del sector. Eso duró hasta 2017.

¿Cómo operaba ese “complot”?

Si el paciente de terapia intensiva se me cagaba y yo lo higienizaba, me decían “Ay, lo vas a desestabilizar”. Pero si no lo limpiaba, me demandaban: “¿Cómo lo dejaste así?”. Y con los recursos también, te daban vuelta los argumentos. Si usaba cofia y demás objetos para cuidarme, resulta que usaba muchos recursos. Si no los usaba, muy mal lo mío. Así todo el tiempo. No me querían ver en acción, en ningún sentido. Logré que me cambiaran de horario y ahora tengo tres grandes compañeros.

Su desembarco en el servicio de salud pública también quedó marcado por un episodio que a fines de ese mismo 2015 ocupó horas y horas en medios varios: el hallazgo de un bebé abandonado en un baño del hospital. El nombre de Candelmo volvía así a las pantallas y no por sus batallas, pero ella prefirió callar e impedir el show sensiblero de una televisión dispuesta a licuar responsabilidades.

¿Cómo encontraste a ese bebé?

En uno de los baños públicos. Cuando hacía turno mañana me la pasaba tomando mate para estar bien despierta. Fui a firmar, entré al baño… veo algo envuelto, tirado.. supuse que estaba sucio o que no se podía pasar. Miro de cerca ese paquete y descubro una manito. Dije “Tiraron un muñeco” pero de inmediato me cayó la ficha. Hospital, baño, algo envuelto… Me empecé a acercar con miedo y cuando abro, no lo podía creer. Lo recuerdo y se me pone la piel de gallina…y eso que se supone que yo tengo más afinidad con los pacientes adultos mayores. Me acompañó mi supervisora al shock room para que lo evalúen y no supe más nada de él.

Si bien vos no estás en la guardia, debés haberte encontrado ya con historias de menores abusados y violados, como tu propia historia..

Por secreto profesional no puedo revelar eso pero hay historias que son muy fuertes. Vivís todo y todo lo del otro lo sentís. Hay cosas que te hacen reír y cosas que te dejan helada. Abuso de niños ves en todos lados. Vivís y ves lo que no te imaginás. Esta es mi respuesta.

Haciendo balance: una infancia feliz

Por las mañanas, Praxedes descansa y ordena su casa. No son días de días libres: son jornadas infinitas de trabajo al son de una autoexigencia cuasi total. “Hay mucha tensión y mucho nerviosismo” cuenta.

Candelmo estuvo doce años involucrada con un hombre “en una relación en la que era todo sexo”: “En su momento todo lo que le pedí a Dios, todo lo que soñé, todo lo que imaginé de un tipo, todo eso me fue brindado. Pero me olvidé de pedirle internamente algo importante”.

¿Qué?

Que me tratara bien y me valorara. Y no, lamentablemente él era sólo para eso. Era para tener sexo. Como me gustaba mucho me lo banqué 12 años. Fue una parte importante de mi vida a la que ahora miro de reojo con una sonrisa. Es lo que me tocó. En este momento no quiero saber nada. Menos por un marplatense al que ahora no puedo ver, ni viajar a ver ni nada.

Dejaste de hablar de tu pasado. De tu infancia y de parte de tu juventud, de lo que te pasó, ¿por qué?

Porque hay cosas que duelen pero mi infancia fue lo más hermoso de mi vida. Algún día tal vez vuelva a hablar. Mi infancia ahora para mí es el Colegio San José de Calansanz de Martínez; el Fátima, los muñecos de Star Wars, los de He Man; los Thundercats, las jugueterías y los arcades. Fui feliz. Fui feliz en Mar del Plata también, con una coca light, con maníes y con el sol. Fui realmente feliz. Con pocas cosas. Ahora siento que es un honor contártelo porque a pocos se los digo.

¿Cómo fue la elección de tu nombre?

En 2012 dije “Ahora que hay ley de identidad de género me voy a buscar un nombre que me aleje de lo mediático y que sea ambiguo”. Yo veía que los pacientes, cuando los atendía y me preguntaban mi nombre, es como que se quedaban un poco. Algo se cortaba, había una fricción. En un momento me gusto Hipólita, la mamá de Diana en la serie “La mujer maravilla”. Pero no me gustaba el significado, que es “la que desata los caballos”. Encontré Praxedes, “la que tiene empeño, la que tiene fuerza”. Ideal para enfermería. Y decía además “la que es activa”. ¡Pero ojo que yo no soy activa!… Esto lo aclaro porque si no este nombre me va a traer problemas con los chongos.

¿Y cómo te dicen en el trabajo?

Praxis. Y bromean “Como la mala praxis pero buena eh…”

En temporada de encierros, ¿sentís que en tu pasado hay mucho encierro?

Sí. Lamento mucho que muchos no hayamos podido crecer libremente. Y a propósito de la pandemia… ¿puedo agregar algo más?

Sí…

Hay otra pandemia que se llama femicidio. Nadie lo está tomando muy en cuenta.