Los efectos de la pandemia son diversos, pero todos refuerzan las desigualdades preexistentes. La brecha económica y de género convierte a mujeres y niñas, sobre todo mujeres y niñas pobres, en las protagonistas indiscutidas del trabajo de cuidado multiplicado exponencialmente por la Covid-19.
¿Cómo se expresa en números la distribución desigual del trabajo de cuidado en la Argentina? En condiciones “normales”, 9 de cada 10 mujeres realizan tareas de cuidado, dedicándoles en promedio más de 6 horas diarias, mientras que sólo el 58 % de los varones participan en estas tareas, dedicando 3 horas. Sobre llovido, mojado: en este contexto de aislamiento, a las tareas habituales se añaden, como capas, la escolaridad dentro del hogar, los cuidados higiénicos reforzados, los cuidados vinculados a la salud mental y la asistencia a personas en grupos de riesgo. Para algunas mujeres, además, se sumará el teletrabajo, y en los barrios populares la atención de comedores y merenderos. Un informe reciente de Unicef sobre la situación de las mujeres durante la cuarentena, lo corrobora: el 51 % se siente “más sobrecargada con las tareas del hogar”.
Aunque en los últimos tiempos la reflexión académica y el diseño de políticas públicas sobre la organización social del cuidado han ganado terreno, los patrones culturales que la regulan están muy lejos de ser alterados, y los estereotipos de género sobre los que se asientan se mantienen sólidamente vigentes. Por eso la ESI es una herramienta fundamental en tiempos de pandemia, especialmente cuando la sobrecarga de tareas de cuidado avanza también sobre las niñas. Es que además ellas ven incrementadas sus responsabilidades dentro del hogar por su condición de género. No sólo deben lidiar con la ayuda a las mujeres adultas, en detrimento de sus tiempos de estudio y juego, sino que sus derechos son vulnerados desde todos los frentes. El contexto de confinamiento aumenta considerablemente el riesgo de padecer violencias múltiples. Desde situaciones de abuso y violencia física, hasta enfrentarse con una escolaridad mediada por tecnologías a las que tienen menos acceso que los varones.
Cuestionar los roles de género establecidos culturalmente es tarea de la ESI. Reflexionar sobre el cuidado en un sentido amplio, desnaturalizando aquello que reproduce la desigualdad. Hay mucho por desandar: la desvalorización del trabajo doméstico (trabajo reproductivo) respecto del realizado en la esfera pública (trabajo productivo), su no remuneración, su invisibilización y su feminización. Desde el Ministerio de Educación de la Nación trabajamos con el objetivo de aprovechar la situación de aislamiento obligatorio como una oportunidad para pensar el cuidado como ejercicio solidario, no sólo en el ámbito de la familia, sino en el comunitario, sin división sexual ni de género. Para eso reforzamos contenidos para la plena implementación de la Educación Sexual Integral desde la plataforma Seguimos Educando.
La ESI es una herramienta poderosa, no solo para repensar los roles de género, sino para identificar situaciones de abuso y reconocer los propios derechos. Desarma una cantidad fenomenal de prejuicios y revisa los esquemas culturales que los posibilitan, para des-aprenderlos. Propone ponerlos en tela de juicio y aprovechar la pandemia y su crisis del cuidado para imaginar otro paradigma social, con más igualdad y justicia social.
*Directora de Derechos Humanos, Género y ESI del Ministerio de Educación de la Nación.