A través de la emblemática productora Cine-Ojo, Marcelo Céspedes –fallecido hoy martes en su búnker de la calle Lavalle, a los 65 años, de un paro cardiorespiratorio-- fue uno de los mayores impulsores y difusores del cine documental en la Argentina, cuando ese género hoy tan rico y prolífico en el país tenía como antecesores apenas un par de nombres antes que el suyo. Y el cine que él mismo dirigió y produjo siempre estuvo asociado a las mejores causas: los derechos humanos, la militancia social, la educación y la salud pública.
El cine documental argentino hoy no sería el mismo si no hubiera existido su atípica productora, fundada junto a Carmen Guarini en 1986, y de dónde salieron no sólo los films que ellos mismos co-realizaron –como Hospital Borda, un llamado a la razón, La voz de los pañuelos, Jaime de Nevares, último viaje y Tinta Roja, entre tantos otros-- sino también trabajos esenciales de cineastas tan disímiles como Alejandro Fernández Mouján, Andrés Di Tella, Albertina Carri, Cristian Pauls, Lorena Muñoz y Sergio Wolf, con quienes luego no faltaron distanciamientos y polémicas públicas.
Nacido en Rosario el 27 de abril de 1955, Céspedes estudió a fines de los años ’70 en la desaparecida Escuela Panamericana de Arte, pero en un momento en el que el documental no existía como tal en la Argentina fue un autodidacta, se formó haciendo sus propios films, como los cortometrajes Los Totos –que en 1983 compitió en el Cinéma du réel del Pompidou de París-- y Por una tierra nuestra (1985). En estos dos trabajos iniciales, centrado en la vida en las villas el primero y en la toma de tierras en Francisco Solano el segundo, ya se advierten los fundamentos que guiarían su obra como director y productor. Por un lado, la tradición del cine social de la Escuela de Santa Fe de Fernando Birri, y por otro la influencia narrativa del “cine directo” de Jean Rouch y Raymond Depardon.
La creación de la productora Cine-Ojo (denominada así en homenaje al Kino-Glaz del soviético Dziga Vertov) coincidió con los primeros años de la recuperación democrática en el país y sería determinante para llevar a cabo un proyecto de mayor alcance y ambición. Suerte de usina de producción, desarrollo y difusión del cine documental --cuando este género ni siquiera estaba contemplado en las reglamentaciones del Instituto Nacional de Cine-- Cine-Ojo fue la plataforma de lanzamiento del primer largo de Céspedes como director, Hospital Borda, un llamado a la razón (1986), que exponía crudamente pero sin miserabilismo alguno la terrible realidad de la manicomialización en la Argentina.
A ese título fundante le siguieron otros no menos influyentes y decisivos, realizados a partir de entonces con Guarini como co-realizadora: Buenos Aires, crónicas villeras (1986), sobre la expulsión de más de 250 mil villeros de la Capital Federal durante la dictadura cívico-militar; La noche eterna (1991), sobre la resistencia de los mineros de Río Turbio en pleno auge del neo-liberalismo menemista; La voz de los pañuelos (1992), mediometraje acerca de las Madres de Plaza de Mayo; Jaime de Nevares, último viaje (1995), con la colaboración de Osvaldo Bayer, sobre el luchador obispo neuquino, ganadora del gran premio del Festival de Leipzig, y Tinta roja (1998), ascético y a la vez cálido análisis de la construcción de la noticia policial en la redacción del diario Crónica.
A partir de entonces, Céspedes –con alguna excepción, como H.I.J.O.S. El alma en dos (2002)-- dejó la dirección en manos de Guarini y se dedicó a ampliar el campo de acción de la productora Cine-Ojo. Coproduce con Alemania el documental Che, ¿muerte de una utopía?, y la ficción El siglo del viento, ambas del maestro Fernando Birri. Paralelamente, Cine-Ojo comienza la distribución en video de films documentales de grandes realizadores casi desconocidos hasta entonces en nuestro país, como el estadounidense Robert Kramer, el holandés Johan Van der Keuken, el francés Nicolas Philibert y el suizo Richard Dindo.
En esta actividad se encuentra la génesis del DocBuenosAires, que nace en principio solamente como un foro de formación y de coproducción y ya a partir del 2001, sumado al foro, se expande como una muestra pensada para dar a conocer en Argentina un modelo de cine documental –“de creación”, se lo llamaba entonces-- que en esos años no existía en el país. Allí se difundieron por primera vez los documentales del ruso Alexander Sokurov mientras que del foro de coproducción salió premiado el proyecto de Yo no sé qué te han hecho tus ojos, el memorable documental de Lorena Muñoz y Sergio Wolf sobre la leyenda de Ada Falcón, que se filmó un par de años más tarde.
La producción absorbió por completo a Céspedes desde entonces, con La televisión y yo (2001), Fotografías (2007) y Hachazos (2001), las tres de Andrés Di Tella; Por la vuelta (2002), de Cristian Pauls; Los rubios (2003), de Albertina Carri; El tiempo y la sangre (2004), de Alejandra Almirón; Espejo para cuando me pruebe el smoking (2005) y Pulqui, un instante en la patria de la felicidad (2007), ambas de Alejandro Fernández Mouján; la ficción Ronda nocturna (2005), de Edgardo Cozarinsky; Meykinof (2005), de Carmen Guarini; Bialet Massé, un siglo después (2006), de Sergio Iglesias; Regreso a Fortín Olmos (2008), de Jorge Goldenberg; y Parador Retiro (2008), de Jorge Colás, entre muchísimas otras. Por caso, Céspedes fue el coproductor ejecutivo argentino de la exitosa ficción Los viajes del viento, del colombiano Ciro Guerra, y del documental Toda esta sangre en el monte (2018), de su hijo Martín Céspedes, sobre las luchas del Movimiento Campesino de Santiago del Estero.
Amante de la pintura y coleccionista de antigüedades, artesanías latinoamericanas y obras de artistas plásticos argentinos, Céspedes creó una suerte de escisión del DocBuenos Aires denominada Cine de artistas, junto al dibujante Eduardo Stupía. Y disfrutó enormemente de la gestación y concreción de ese proyecto interdisciplinario y surrealista denominado La ballena va llena, del cual él –junto a Daniel Santoro, Tata Cedrón, Juan Carlos Capurro y Pedro Roth—fue además de un integrante esencial el director de la película que salió de ese happening . Allí interpretaba a la perfección su clásico personaje de ogro gruñón, con el que disfrutaba perturbar a sus interlocutores. Muchas veces lo era, sin duda, pero también, en la intimidad, solía reírse –no mucho es cierto— con una intensidad impensable, que hacía temblar su minúscula, atiborrada oficina de la calle Lavalle al 1600, donde tanto trabajó y hoy también murió.