“Mientras uno tenga un jardín, tiene un futuro; mientras tenga un futuro, está vivo”, dijo en una oportunidad la escritora inglesa Frances Hodgson Burnett (1849-1924), aficionada a la jardinería. Llegó a cuidar con mimo variedad de cientos y cientos de rosas, que servían a la autora para dar rienda suelta a cierto gesto repetido: armar generosos arreglos que enviaba a sus amigos. “Lo que desconocía era que viviría para siempre gracias a un jardín que ni era público ni desbordante. Ni siquiera era real. Uno que llegó antes de la Primera Guerra Mundial como libro para niños: El jardín secreto”, señala la crítica brit Kate Kellaway al respecto de su obra más perdurable. Perenne clásico infantil, es la historia de una niña un poquito repelente, que -al morir sus padres en la India por un brote de cólera- es enviada a vivir con su tío y su primo a una remota mansión de Yorkshire, donde descubre un jardín mágico que deviene espacio propio, y naturaleza y amistad mediante, muta definitivamente su carácter caprichoso y arrogante. Adaptada en reiteradas oportunidades al fílmico (por ejemplo, en 1949 por el realizador Fred M. Wilcox, en 1993 por la polaca Agnieszka Holland, y este año, si todo vuelve a sus carriles habituales, está previsto el estreno de una versión dirigida por Marc Munden, con actuaciones de Colin Firth y Julie Walters), El jardín secreto devino el legado más recordado de Frances Hodgson Burnett, a pesar de tener una prolífica carrera con numerosísimas novelas y novelettes para adultos publicadas; la mayoría, de hecho. Y muchas de ellas, románticas. Así y todo, su nombre ha quedado inexorablemente asociado a la literatura infantil amén del mentado título, y otros como El pequeño lord y La princesita. Aunque una venidera antología en Gran Bretaña promete revelar el costado más sombrío de esta escritora tan versátil…

Así lo asegura el diario The Guardian en un reciente artículo, que adelanta cómo “un relato olvidado de la autora, para adultos, que no ha sido tocado por más de 100 años y se encuentra en los archivos de la British Library, será publicado en Queens of the Abyss, una antología de historias perdidas”. No cualesquiera, dicho sea de paso: obras de escritoras que abordaron tempranamente las weird tales, léase cuentos extraños, un subgénero de ambigua definición, acaso el costado más inquietante y sombrío de la literatura fantástica. Subgénero que el enorme H. P. Lovecraft así explicó en cierta oportunidad: “En una verdadera ‘historia extraña’, debe estar presente cierta atmósfera de ahogo e inexplicable temor a fuerzas externas y desconocidas (…), una suspensión o derrota maligna de las leyes fijadas por la Naturaleza, que son nuestra única salvaguarda contra los asaltos del caos y los demonios de un espacio insondable”.

“Con demasiada frecuencia, se acepta que fueron varones los que desarrollaron e impulsaron -durante el siglo 19 y comienzos del 20- los límites de las weird tales, pero eso no es cierto”, apunta Mike Ashley, reputado historiador, bibliógrafo y crítico brit, especializado en ciencia ficción, misterio y fantasía. Fichado como editor de esta propuesta por la susodicha biblioteca (que lanzará el libro en la segunda mitad del año con su sello editorial) para que aúne tempranas contribuciones de autoras, “reinas del abismo” como Marie Corelli, Violet Quirk, Sophie Wenzel Ellis, Greye La Spina y Margaret St Clair. Además de Hodgson Burnett, lo dicho, de quien han rescatado Christmas in the Fog, de abril de 1915. Parte de una serie de sketches que mezclan autobiografía y ficción, que Frances comenzó a escribir 10 años antes de su muerte para la revista Good Housekeeping, este cuento muestra a la autora lidiando con situaciones peculiares durante un viaje en barco de UK a Nueva York: niebla espesa, sirenas que “braman en su ira solitaria”, presencias “inhumanas, antinaturales” enrarecen un clima cargado, donde circunstancias y personajes reales se vuelven extraños, espectrales, casi sobrenaturales.

A modo de sucinta bio: FHB nació y creció en Manchester, pero al morir su padre, su madre decidió migrar a Tennessee por sugerencia de un hermano que había prometido ayudarla. Promesa incumplida que dejó a una joven Frances buscando revistas donde vender sus relatos y así ganar unos dólares con los que contribuir al hogar. Lo logró con creces, en publicaciones como Godey’s Lady’s Book y Harper’s Bazaar. Se casó dos veces y dos veces se divorció (el segundo marido era 10 años más joven), sonado escándalo que -siendo ya una escritora reconocida- llegó a ser tapa en diarios de época. Llevó una vida transatlántica entre Gran Bretaña y Estados Unidos (cruzó el océano 33 veces) y era (casi) vegetariana. Tras la muerte de uno de sus hijos, se volcó al espiritismo y la teosofía. Si acabó instalándose en Nueva York fue por su proximidad al mundo editorial de Manhattan, donde supervisó -como no podía ser de otro modo- la creación de un extenso jardín, que incluía variedad de flores…