La deuda fue, durante meses, lo que mantuvo en pausa a la economía argentina. Todo parecía suspendido hasta tanto no concluyera la negociación con los acreedores. Así pasamos los primeros días del recambio de gobierno y también el verano. Sabíamos que la oferta recién se conocería en marzo. Finalmente fue en abril y en medio de una pandemia cuyo final nadie conoce. Hoy vence el plazo para que los acreedores acepten o rechacen. Hace unos días, tres grupos adelantaron su opinión: aceptar la oferta les generaría “pérdidas desproporcionadas que no son justificadas ni necesarias”.
A pesar de ser un tema que llena las secciones de economía (tan masculinizadas), es más evidente que nunca que se trata de un problema político. Y que, por supuesto, podemos leerlo con lentes feministas. Cuando reclamamos participación en todos los ámbitos de decisión, no pedimos solamente “cupo”. La presencia de mujeres no garantiza una mirada feminista, lo sabemos bien. Bregamos, en cambio, por lecturas que garanticen y protejan la vida, ante todo.

En este mismo espacio, en febrero decíamos que nada garantizaba que un mal acuerdo fuese mejor que dejar de pagar. Cuando los paisajes se vuelven oscuros hay fantasmas que, de tanto rondar, asustan menos. Ya en ese entonces, nadie sabía lo que podía un default. La falta de acceso al crédito en una economía en recesión puede ser compleja y eso es lo que se intentaba evitar. Pero ahora la recesión es mundial. Si la deuda se declaró insostenible no es porque haya un número objetivo a partir del cual el equilibrio se rompe y la economía colapsa. Se declaró insostenible porque el ajuste fiscal necesario para pagarla cae sobre cuerpos concretos, para los que el significado de la crisis no se expresa en porcentaje sino en la falta de un plato de comida, medicamentos o un abrigo en el invierno.

Les acreedores de siempre (o la foto que importa)

“La deuda es con nosotros” fue la consigna de los movimientos sociales, apoyada por parte de la coalición de gobierno, que se hizo oír fuerte en febrero. Faltaba más de un mes para que la pandemia llegara a la Argentina y las calles se llenaron para demostrar que no había margen para el ajuste que seguía reclamando el FMI. Es probable que los carteles hayan recorrido los despachos de los organismos internacionales y de las lujosas oficinas de los fondos de inversión. En la huelga del 9 de Marzo, el movimiento feminista agregó “la deuda es con nosotres, ni con la iglesia ni con el FMI”. En ese momento era imposible prever la actual parálisis del Congreso.

Al poco tiempo, el Fondo declaró que la deuda era insostenible y sin mediar palabra sobre el préstamo pre-electoral a Mauricio Macri, les pateó la pelota a los acreedores privados. Era otro mundo. Nuestras calles contaban con el impulso de las revueltas masivas en todo el continente (Haití, Ecuador, Colombia y Chile) contra los planes de austeridad diseñados del otro lado del océano y apoyados por los gobiernos neoliberales.

Para lxs acreedores de siempre (lxs más postergadxs) la crisis del coronavirus no hace más que acrecentar la deuda, que no resiste ninguna clase de default. Según el Relevamiento Nacional de Barrios Populares (Re.Na.Ba.P), alrededor de un 10% de la población vive en barrios en los que más de la mitad de los habitantes no tiene acceso regular a al menos dos de los servicios básicos (red de agua corriente, red de energía eléctrica con medidor domiciliario y/o red cloacal). Antes de la pandemia, la tasa de desocupación para las mujeres en estos barrios era el doble (22%) que la que registraba en promedio la Encuesta Permanente de Hogares para el tercer trimestre de 2019 que, a pesar de medir lo que ocurre en los grandes centros urbanos, subestima la situación de las barriadas más humildes (Observatorio de Géneros y políticas públicas). Al menos tres millones se sumaron a los ocho que ya acudían a los comedores populares desde que empezó el aislamiento.

En la última semana, a esta deuda estructural se sumó la llegada del coronavirus. En particular, se disparó el número de afectados en la Villa 31, la más cercana a los barrios más caros de la Ciudad. Mientras en el resto del país se logró “aplanar” la curva de contagios, en las villlas de la Ciudad es exponencial. Lxs vecinxs denunciaban hacía semanas la falta de agua y de protocolos especiales para poder respetar el aislamiento, pero las autoridades parecen más preocupadas por conseguir el aval de Nación para habilitar los take away (?).

Golpear hasta la muerte

En este contexto de crisis económica, social y sanitaria tan delicada, lo que piden hoy los acreedores es sinónimo de muerte ¿Cuál sería para estos fondos de inversión una “pérdida necesaria”? ¿Qué nivel de pobreza, indigencia y desocupación están mirando (si es que miran alguno) para definir si lo que se les ofrece es o no proporcionado? Por lo pronto, todo el continente gasta más en el pago de intereses que en salud pública, desproporción que en Argentina se disparó con el macrismo.

Hay una puja que no es ni más ni menos que por la distribución de ingreso. La recesión viene para largo, sobre todo para los países como el nuestro, a los que la pandemia nos encontró ya con dos cifras de desempleo, más de un tercio de la población bajo la línea de pobreza y la informalidad laboral en aumento. Por eso es fantasioso pensar que puede haber una fórmula para que ganemos todxs. No hay posibilidad. Se trata de la definición de recesión: el producto se achica, se recauda menos y hay menos para repartir.

Algunos, como lxs que convocaron ayer a golpear cacerolas “por la falta de un plan económico”, a salir a la calle “contra el comunismo” y a pedir que las y los presos mueran en las cárceles tienen clara la contienda. Son los mismos que hace unos años apoyaron (¿o miraron para un costado?) cuando Argentina batía récords mundiales en emisión de deuda los que hoy piden que se relaje la cuarenta “para no fundir al país”. Entendieron bien que los tiempos de crisis son tiempos de cambios, y salen a decir lo propio. A juzgar por la suerte del proyecto de impuesto a las grandes riquezas, los adalides del punitivismo no parecen preocupadxs ni por los ladrones de guantes blancos (evasores fiscales hoy preocupados por evitar que se les exija pagar tan sólo lo que deben) ni por los asesinos que habitan las comisarías.

Endeudades del mundo, uníos

Ésta es al menos la quinta crisis de deuda para la Argentina. Al igual que el aumento del desempleo, la precarización laboral y la emergencia habitacional, la deuda es sobre todo una herencia del modelo económico de la dictadura y es desde ese entonces, un instrumento privilegiado para concentrar la riqueza en pocas manos.

El miércoles más de cincuenta economistas, en su mayoría titulares de cátedras en universidades de Estados Unidos, y autores de los libros con los que se enseña economía en todo el mundo, firmaron una nota en apoyo a la oferta de Guzmán. Se trata de una carta bienintencionada que recuerda la falta de un marco legal internacional para resolver los problemas de deudas soberanas y subraya el sombrío panorama social que debería conmover a los acreedores. Lamentablemente es también un recordatorio del carácter colonial del canon con el que se enseña la disciplina y se reproducen las voces autorizadas. Se cuentan con una mano los nombres de quienes provienen de países que hayan atravesado crisis de deuda.

Como dijo el ministro Martín Guzmán en una columna de opinión en el Financial Times, “Argentina es un anticipo de lo que vendrá para las naciones de todo el mundo que luchan contra la deuda”. La letra chica de los bonos plantea cláusulas de “aceleración” (que habilita a demandar el pago adelantado inmediato del total de los intereses y el capital de los papeles) y defaults cruzados (según la cual cuando un bono no se paga en tiempo y forma, asumen que el resto de los títulos están en la misma situación) que protegen a los acreedores. Es urgente contar con instrumentos, tanto políticos como legales, que defiendan a lxs deudores, que permitan trazar alianzas internacionales y establezcan un marco común para limitar la especulación. En un mundo dado vuelta, vale repetir, nadie sabe lo que puede un default.