“La música trata acerca de la intensidad. Lo demás es ruido”, sentenció Florian Schneider, líder del célebre grupo Kraftwerk, en 2007. Si se empatiza con su teoría, entonces a partir de ahora el mundo será un lugar más estrepitoso. Aún más de lo que era desde que el coronavirus fuera declarado pandemia. Luego de que los primeros halitos de la noticia sorprendieran nuevamente a la escena musical mundial, por más que al principio estuviera ataviada por el caos, finalmente uno de sus colaboradores y su sello discográfico, Sony Music, confirmaron esta mañana la muerte del músico electrónico alemán. A lo que posteriormente se sumó un escueto comunicado de la agrupación: “Florian Schneider falleció de una breve enfermedad de cáncer pocos días después de cumplir 73 años”. No señalaron dónde ocurrió y al parecer no aconteció hoy sino la semana pasada. Un modo de anunciarlo muy consecuente con el enigma y hermetismo que siempre giró en torno al también compositor y figura fundamental de la vanguardia artística en el siglo XX.
De las cuatro veces que Kraftwerk vino a la Argentina, Schneider participó en los dos primeros desembarcos. En el último de ellos, en 2004, en el estadio Obras Sanitarias, no pudo disimular su cara de desconcierto y hasta de temor cuando de entre el público aparecieron unas bengalas durante uno de los clásicos de la banda: “The Model”. En 2008, unos meses antes de que el cuarteto y sus robots le abrieran a Radiohead en su debut en el país, el artista originario de la ciudad de Düsseldorf abandonó el laboratorio sonoro que había fundado junto a Ralf Hütter, sin que se supieran las razones de su distanciamiento. Lo cierto es que el tándem no se volvió a hablar nunca más desde entonces. Sin embargo, además de registrar diez trabajos discográficos en conjunto -con obras maestras como Trans Europe Express, Radio-activity y The Man Machine-, esa sociedad le legó al mundo uno de los mayores hitos de la cultura pop. Y hasta influyó a pesos pesados del arte como David Bowie, quien en su trabajo Heroes (1977) tituló uno de sus temas “V-2 Schneider”, a manera de tributo para el músico.
Siempre se recordará a Kraftwerk como artistas pioneros de la electrónica, por más que su disco Computer World lo hayan grabado sin computadoras. “Las conseguimos más adelante”, llegó a asegurar quien en 2015 lanzó la canción “Stop Plastic Pollution”, al lado de Dan Lacksman (miembro de Telex). Su idea era reunir a creadores, líderes y pensadores para concientizar sobre la belleza y fragilidad de los océanos, y colaborar en proyectos que pueden acabar con su destrucción.
Pero antes de convertirse en un paradigma del techno, Florian Schneider había pasado por varios grupos de su ciudad -entre los que destacó Organisation-, en los que tocó la flauta, el violín y la guitarra. No obstante, con el auge del krautrock, movimiento contracultural de la Alemania Occidental parido en la segunda mitad de los '60, Hütter y Schneider encontraron el espacio idóneo para la experimentación con sintetizadores. Así nació Kraftwerk, que finalmente alcanzó su consagración con su cuarto disco, Autobahn (1974). Allí demostraron que el futuro había llegado.
Ese trabajo, que decantó en la transformación del dúo en cuarteto y que fue el primero publicado en Estados Unidos, es considerada la piedra fundacional del synth pop (también denominado techno pop y electropop). Desde aquel entonces, la industria musical británica empezó a mirar a Alemania como el arquetipo del pop inteligente y de avanzada, por lo que lo tuvo como laboratorio de experimentación. En el medio de eso, Kraftwerk disfrutaba de su reciente internacionalización y tuvo una producción discográfica rica y disciplinada hasta 1986, cuando salió Electric Café. Antes de dejar al grupo, que comenzó a valorar más sus performances en vivo (Pascal Bussy, autor de la biografía Kraftwerk: Man, Machine and Music asegura que fue una de las razones por las que abandonó el proyecto), Schneider grabó un álbum más con los suyos en 2003: Tour de France Soundtracks. Y luego colgó el robot y los teclados, y se volcó, al mejor estilo de Prometeo, a ser amigo de los mortales.