5 - LOS ROSTROS DEL DIABLO 

(Byeonshin/Corea del Sur, 2019)
Dirección y guion: Kim Hong-seon
Duración: 113 minutos
Elenco: Bae Seong-woo, Sung Dong-il, Jang Yeongnam, Hye-Jun Kim, Yi-Hyun Cho y Kim Kang-Hoon
Disponible en iTunes y Google Play

La primera escena de Los rostros del diablo muestra a un cura joven en una habitación a solas con una adolescente maniatada a la cama. Una situación que podría funcionar como preludio al arrojo hacia los placeres culposos de la carne, pero que inmediatamente revela su sentido verdadero: la chica está poseída y el visitante llegó hasta allí con el único objetivo de quitarle el demonio del cuerpo. Lo que sigue son los sonidos guturales y cavernosos, varios mensajes amenazantes en un lenguaje inescrutable, los contoneos físicamente imposibles y una buena cantidad de objetos volando por los aires, o sea, lo que mismo que se ha visto un millón de veces desde que William Friedkin creó el imaginario audiovisual sobre lo que sucede durante esos rituales en El exorcista. Incluso la idea central de un demonio que contamina el núcleo duro de una familia y un sacerdote en plena crisis de fe obligado a expulsarlo es deudora directa del clásico de 1973.
La diferencia, en todo caso, radica en una tibieza que hace que el film nunca termine de decidir si quiere volcarse a la generación de sustos por impactos sonoros –una constante del cine de terror contemporáneo que no distingue fronteras geográficas– o a través de una atmósfera aterradora, atravesada por la presencia del Mal, algo que ocurría en el film del director de Contacto en Francia. El surcoreano Hong-seon Kim propone un desarrollo narrativo disparatado, con varias marchas y contramarchas, aunque no lo suficientemente ridículo como para satisfacer a los cultores de la autoconciencia.
A esa escena introductoria, que culmina con el suicidio de la chica y un primer plano a un cuervo que ilustra la continuidad del maleficio, le sigue un salto temporal de unos cuantos meses. Ese momento coincide con la llegada de una familia a una flamante casa amplia y confortable por la que pagaron monedas en un remate. Rápidamente descubrirán que la ganga es, en realidad, un pésimo negocio, en tanto a un vecino extraño se sumarán los comportamientos anómalos de los distintos integrantes de la familia. Durante un desayuno la madre le pega un susto bárbaro al hijo menor. Una de esas noches el padre se aparece en el cuarto de la hija adolescente con una masa en la mano y lentamente le corre la sábana mientras observa su cuerpo semidesnudo con evidente deseo, una escena que por su perversión se ubica como lo más destacado de un relato que inmediatamente después pierde su norte.
Lo que hasta allí era una navegación mayoritaria por aguas sugerentes –hay toda una secuencia sin música de la chica huyendo del padre que genera una tensión notable– se convierte en una sucesión de estímulos visuales que confunden tensión con impacto. Tampoco ayuda el regreso de aquel cura de la primera escena, que desde entonces anda torturado mentalmente y por esas casualidades del guion es el hermano del padre. Pero esa crisis de fe carece de espesura dramática, convirtiéndose así en una de las tantas subtramas de un film que termina naufragando por el peso de sus propias limitaciones.