La semana pasada se terminó de confirmar la existencia de contagio comunitario de Covid-19 en varios barrios populares de la ciudad de Buenos Aires, y por estos días, mientras la curva de contagios en el resto de la ciudad disminuye, en las las villas se está acelerando de manera drástica. Principalmente en la villa 1-11-14 del Bajo Flores, donde ya hay 5 muertes, y en la villa 31 de Retiro, donde hay más de 198 casos y un fallecimiento.

“Las personas están cada vez más angustiadas en el barrio, especialmente por la falta de comida, de medicamentos, y también porque hay muchísimo miedo al contagio”, cuenta a Las12 Shirley Bricher, vecina de la villa 1-11-14 y Promotora de Salud del Centro Comunitario MP La Dignidad.

Pero la aparición del coronavirus está muy lejos de ser el único problema que alarma a los barrios más olvidados de la ciudad más rica de país: “Lo que está haciendo todo esto es profundizar todavía más la pobreza estructural, porque ni el hambre, ni el hacinamiento, ni la falta de agua, ni el dengue son problemas nuevos en las villas, pero el tema es que, en este contexto de pandemia, el daño que eso está generando es muchísimo más grave”, dice Lilian Andrade, comunicadora de La Poderosa en la villa 31.

Y ante esta crisis que lleva tantísimo tiempo y que parece nunca tener fin, una vez más las mujeres y feminidades vuelven a ser quienes se hacen presentes en sus barrios, tramando estrategias comunitarias frente a cada urgencia y cada necesidad, y asumiendo todos esos múltiples roles que van desde las tareas domésticas y los cuidados de sus familias, hasta los asuntos de la salud, la economía, el trabajo, y los reclamos sociales siempre tan invisibilizados de esos territorios.

¿Quién se lava las manos?

Silvana Olivera tiene 36 años y vive en la villa 31 junto a cinco integrantes más de su familia. Hasta antes del aislamiento social obligatorio, trabajaba como cajera en una franquicia de panaderías. Ella, como la mayoría de los y las habitantes de ese barrio, estuvo más de diez días sin agua. En todo ese tiempo, Silvana se vio obligada a romper la cuarentena para acercarse hasta los camiones cisterna que envió el Gobierno de la Ciudad y así poder cargar agua en unos tachos de pintura de 20 litros que le sirven de recipientes, y que luego los tuvo que volver a llevar a su casa para subirlos por las escaleras hasta el tercer piso en donde vive.

“Es increíble que hayamos estado tanto tiempo sin agua en medio de una pandemia. Y todavía hay muchos lugares que siguen sin tener. Todos las mañanas las vecinas tenemos que ir a cargar baldes para llevarlos a nuestras casas. Algunos caminan hasta siete cuadras con los tachos de 20 litros. Estoy segura de que los contagios se expandieron por eso, porque además de no poder higienizarnos, tuvimos que hacer filas larguísimas de gente que viene de todos lados. Y encima el agua que nos dan no es potable; está sucia, entonces ni siquiera la podemos tomar. La forma en la que tenemos que guardarla, en los tachos sin tapa, también es muy peligrosa, porque acá hay muchísimos casos de dengue. Desde el Gobierno de la Ciudad se la pasan hablando del descacharreo, la limpieza de manos y todo eso, pero en estas condiciones es imposible hacerlo”.

Ramona Medina también vive en la Villa 31, en una de las manzanas en las que aún no volvió el agua. La voz le tiembla cuando tiene que contar lo que le pasa: “Para poder tomar agua tenemos que comprarla, y acá la situación económica está totalmente desbordada, porque ni siquiera podemos salir a trabajar, y la asistencia que tendríamos que tener de parte del Estado no existe. Yo soy parte del grupo de riesgo, no tengo plata para comprarme bidones de agua, entonces tengo que estar reciclando todo el tiempo, porque además ahora también la necesitamos para cortar el alcohol y la lavandina. Es una injusticia total tener que estar en cuarentena, encerradxs y sin agua”.

¿Cuál fue la respuesta del Gobierno de la Ciudad? “Echarle la culpa a Aysa -dice Silvana-. Y Aysa le echa la culpa al Gobierno. Se pasan las responsabilidades, pero nosotrxs sabemos muy bien que por el proceso de urbanización que se estuvo haciendo estos cuatro años acá, toda la infraestructura de la red de agua de nuestro barrio le compete exclusivamente a la Secretaría de Integración Social y Urbana del Gobierno de la Ciudad, porque Aysa llega hasta los límites del barrio, pero de ahí hacia adentro ya es ese organismo el que debe garantizar el acceso al agua en todas las viviendas”.

El extremo contraste de la geografìa de la Ciudad de Buenos Aires, entre la villa 31 y Catalinas.

Pero como sucede tantas veces, frente a la desidia del Gobierno aparece la organización popular. Y lxs vecinxs de estos barrios, si hay algo que han aprendido a pura adversidad, es a cuidarse comunitariamente.

Ramona sabe mucho de esto, y por eso decidió hace un tiempo formar parte del eje de salud de la Casa de las Mujeres y las Disidencias de la Villa 31: “Como organización nos estamos ocupando de todo lo que el Estado no hace: estamos viendo la manera para que las vecinas que necesitan atención médica puedan tenerla en tiempo y forma, y también estamos brindando todo tipo de asistencia a las familias que se enfermaron con este virus: les llevamos agua, comida y productos de limpieza a sus casas para que puedan cuidarse en cuarentena”.

Pamela Gallardo está estudiando para recibirse de enfermera y es Promotora de Salud del CeSAC Nº 47 (Centro de Salud y Acción Comunitaria), en donde todos los días, junto al equipo que trabaja con ella, atiende a más de 60 personas, entre ellas varias posibles de haberse contagiado coronavirus.

“Veo cosas muy flojas por parte del Gobierno de la Ciudad. Por ejemplo, hace ya unos días se concretó que la Secretaria de Inclusión Social y Urbana se iba a hacer cargo de acercarle alimentos e higiene a la familia de las personas de casos positivos, pero eso no se está cumpliendo. Hay muchas cosas que son simplemente palabras y que no se concretan. Y también hay mucha falta de comunicación. Por ejemplo, no sabemos qué pasa con lxs pacientes que trasladamos de acá a los hospitales, entonces la familia muchas veces tampoco sabe, o no sé sabe qué pasa o con quién se quedan los hijos de esas personas. Las salas donde atendemos también son lugares muy reducidos, y si no tratamos de que esté la menor cantidad de gente el nivel de contagio puede ser muy peligroso”.

Desde hace ya unos meses, las integrantes de la agrupación La Poderosa venían advirtiendo que si el virus entraba en el barrio la situación iba a ser incontrolable: “Lo que está haciendo todo esto es profundizar todavía más la pobreza estructural, porque ni el hambre, ni el hacinamiento, ni la falta de agua son problemas nuevos en el barrio, pero el tema es que, en este contexto, el daño que eso está generando es muchísimo más grave”, aclara Lilian Andrade, comunicadora de La Poderosa en la villa 31.

Lxs vecinxs de la villa 31 tuvieron que pasar más de diez días sin agua para que, el martes, el Gobierno empiece a hacer testeos dentro del barrio: “Establecieron lugares de testeo para quienes tengan algún síntoma o estuvieron en contacto estrecho con quienes ya se contagiaron. Esto da la posibilidad de aislar a los casos confirmados y es ideal principalmente para adultes mayores que no se manejan bien afuera del barrio, pero también para un montón de casos más. Lo que estamos exigiendo ahora es que sean testeos reales, es decir, que se hagan verdaderamente y que sean para todas las personas, no solamente para algunas. Y además, para que se cumpla con el protocolo, tienen que poder garantizar un acompañamiento integral, que estas personas tengan comida, sanidad, productos de limpieza, agua potable, etcétera”, concluye Lilian.

Durante todo un día, Las12 intentó establecer comunicación con varixs funcionarixs del Gobierno de la Ciudad para saber qué respuesta tenían sobre la falta de agua en la villa 31. O al menos dar alguna explicación sobre lo que sucede con las redes precarias y con las obras nuevas en las que se gastaron más de mil millones de pesos. O el motivo por el cual, como informaron al poder judicial, han enviado al barrio un solo camión cisterna para más de 45 mil personas.

Después de varios intentos, una persona cercana al Gobierno que no quiso hacer público su nombre, envió un comunicado informando que la situación ya se había normalizado. Sin embargo, varias mujeres de la 31 consultadas por Las12 avisaron que esto no era así en todos lados, y que hay manzanas del barrio que aún hoy, después de más de una semana y en plena pandemia, siguen sin poder tener acceso al agua.

El virus del hambre

Zaira Mamani Fernández tiene 34 años, vive en la villa 1-11-14, milita en el Movimiento Evita, es ama de casa, cuidadora domiciliaria y, desde hace ya cinco años, coordina un comedor y merendero asistido -el Gobierno de la Ciudad le da los alimentos pero no paga el alquiler, los sueldos, ni los servicios públicos-, a donde acuden más de 158 familias.

Zaira cuenta que desde que empezó la pandemia se duplicó la cantidad de gente que llega al comedor: “Todos los días viene gente a pedir por favor un plato de comida. Recibimos alrededor de seis familias por día, y nosotras tenemos que anotarlas en una lista de espera porque ya no tenemos cupo y no nos alcanzan los alimentos. Actualmente tenemos doce familias en la lista”.

Con lxs habitantes de la villa 31 sucede algo parecido: la mayoría, o bien ha perdido su fuente de empleo por la pandemia, o tiene trabajos informales, o la situación de la cuarentena les obligó a suspender sus changas habituales: “En nuestros merenderos se duplicó la demanda a nivel nacional, mientras que en los comedores se triplicó, así que con la misma mercadería tenemos que inventar cómo hacer para que de ahí puedan comer tres veces más personas. Ahora estamos llegando al número de raciones gracias a los aportes de la gente, aunque no siempre alcanza y algunxs se quedan sin comer; además de que la cifra va en aumento a medida que la cuarentena y la situación de la pandemia se agrava”, dice Soledad López, redactora de La Poderosa y vecina de la 31.

“Si bien nos están mandando más raciones -dice Zaira en relación a la ayuda que reciben por parte del Gobierno de la Ciudad-, igualmente no son suficientes, porque el hambre acá es muchísimo. Y además, también tenemos mucha gente que por distintos motivos no puede asistir a los comedores, y esas personas, que no tienen plata ni para comprar el gas o los artículos de limpieza, no están recibiendo ningún tipo de ayuda”.

Y agrega: “Las pocas veces que viene gente del Gobierno de la Ciudad al barrio hacen algo que a mí me da muchísima bronca: desinfectan cinco metros, se sacan una foto como diciendo ‘ya fumigamos toda la villa’ y se van enseguida”.

Tareas desconectadas

Florencia Alarcón es docente hace diez años y hace más de uno que trabaja en la villa 1-11-14 como maestra de quinto año de la primaria. Desde que empezó la cuarentena, Florencia cuenta que está haciendo malabares para poder seguir comunicada con sus alumnxs.

“La situación con las clases es muy difícil, porque estamos tratando de seguir con la cursada a través de Whatsapp, pero la mayoría de les chiques no tienen celular, o a veces comparten uno entre toda la familia. Además, muchxs lo cargan con tarjeta y cuando se les acaba el crédito quedan incomunicades. Con las computadoras pasa algo parecido: algunes tienen, pero no tienen internet, porque no hay wifi en el barrio, entonces no les sirve para nada. A veces les mando una tarea y me responden una semana más tarde. Aparte de los cuadernillos que manda el Estado, nosotros también armamos unos y los llevamos a la entrega de los bolsones. Eso también nos posibilitó el poder contactarnos con les chiques que no teníamos su teléfono. Todo cuesta mucho acá, pero insistimos igual porque estamos convencides de que en este momento más que nunca la escuela tiene que estar presente, y tenemos ganas de saber de nuestros alumnos y alumnas, de seguir construyendo saberes de manera conjunta, y también de seguir denunciando la desigualdad enorme en la que vivimos.”

Algo similar a lo que pasa con la educación sucede con las situaciones de violencia machista en los barrios: el contexto de la cuarentena se intensificaron más y son las mismas vecinas, en este caso, quienes tienen que ayudarse entre ellas. Además, a este escenario también se le suma la violencia económica, el hambre y la crisis; cuestiones que inciden directamente en que esas situaciones se incrementen.

“En un contexto en donde cerramos nuestras cooperativas de trabajo, que están conformadas en un 86% por mujeres y feminidades, y teniendo que reducir la vida de todas nuestras compañeras adentro del hogar, muchas de ellas compartiendo las 24 horas del día con su agresor, con accesos muy limitados a redes de protección por el aislamiento, entendimos necesario armar guardias telefónicas, donde las compañeras están en constante comunicación con todas, principalmente con quienes están atravesando una situación de violencia de género. Y, ante cualquier situación de urgencia, se activan los mecanismos de cuidado de la misma comunidad barrial. Actualmente estamos haciendo 406 acompañamientos, que son seguimientos diarios”, explica Jésica Azcurraire, vecina de la Villa 21.24 y referente del Frente de Géneros de La Poderosa.

Feminismo villero y popular

“Mientras las estadísticas del coronavirus muestran una prevalencia de la población masculina entre los contagiados, hay una estadística más silenciosa que se engrosa al borde de este fenómeno global. Apenas la OMS declaró la pandemia, Naciones Unidas emitió un informe donde advirtió el peso desigual que la propagación del virus tendría sobre nosotras”, observa la politóloga Andrea Conde en un artículo publicado el martes por este diario.

Ese informe de la Naciones unidas que cita Conde, afirma: “Las mujeres no sólo son víctimas. Desempeñan un papel crucial en la respuesta a la covid-19. Cerca del 70 por ciento del personal de salud en la línea de combate, así como en el área de trabajo social, son mujeres. Las mujeres también cargan con una parte desproporcionada del trabajo no remunerado de cuidados de personas y son actores críticos del desarrollo sostenible en todos los países”.

Todavía quedan zonas sin agua en la villa 31 y 31 bis.

Un claro ejemplo de esto es el caso de las promotoras de salud de la Ciudad de Buenos Aires, quienes, más allá de todo el marketing que hace el Ministerio de Salud de la Ciudad al remarcar el rol fundamental que cumplen ellas en esta pandemia, eso no se ve para nada reflejado en sus contratos laborales, ya que todas las personas que trabajan en este rubro están contratadas bajo un subsidio de capacitación en donde no cuentan ni con seguro, ni con ART ni con ningún tipo de cuidado.

“Estamos con muchísimo trabajo y eso nos está desbordando”, comenta Shirley Bricher, también vecina de la 1-11-14 y Promotora de Salud del Centro Comunitario MP La Dignidad: “Nuestro trabajo debería ser de doce horas semanales, pero acá lo que se trabaja es mucho más; no tenemos horario y ahora es bastante peor, porque las necesidades son muchísimas más”.

Al igual que lo que dice el informe de la ONU, Zaira también cree que las mujeres vienen teniendo un rol fundamental desde que empezó la cuarentena, porque son quienes más trabajan y además, al final del día también tienen que cuidar de sus familias: “Las mujeres le estamos poniendo bastante el cuerpo a la pandemia, porque ahora hay que trabajar muchísimo más que antes. Organizamos la comida, el colegio de nuestrxs hijxs, desinfectamos los pasillos; hacemos de todo. El 1º de mayo, por ejemplo, que supuestamente era feriado, terminamos todas cansadísimas, con dolores por todo el cuerpo de tanto trabajar, pero contentas a la vez porque logramos que todxs se puedan llevar su plato de comida”.

Shirley, por su parte, cuenta que desde el mes pasado sus días son bastante complicados: se levanta a las seis de la mañana ya pensando en todas las tareas que tiene para ese día y en cómo hacer para poder sobrellevar el barrio con todo lo que hace falta y lo que se necesita. Desayuna algo rápido, sale de su casa y ya no vuelve hasta la noche. Y así todos los días desde que empezó el aislamiento social obligatorio. Sus tareas son muy variadas: desde tomarle la presión a una vecina, repartir folletería para prevenir el coronavirus y el dengue (Flores es uno de los barrios más afectados de la ciudad), hasta hacer ollas populares o llevarle la comida a un adulto mayor que está en cuarentena y no puede salir. Entre todo eso, Shirley también cuida a su hija y está estudiando para terminar el secundario.

“Las mujeres acá, en el barrio, trabajamos mucho más que los varones, porque aparte de hacer todas las tareas de la casa también salimos a la calle a buscar comida, insumos, medicamentos, o trabajamos en los comedores y los centros de salud, porque en esos lugares la gran mayoría de personas también somos mujeres. Y ahora además se están empezando a sumar nuevas voluntarias que quieren ayudar”.

Shirley reflexiona sobre cómo encuentra anímicamente a la gente de su barrio: “Las personas están cada vez más angustiadas, especialmente por la falta de comida, de medicamentos, y de lugares donde poder vacunarse, y también hay muchísimo miedo al contagio. Ahora se dejaron de hacer los controles médicos en los hospitales y en los centros de salud. Como las personas mayores no pueden salir de sus casas, somos nosotras quienes tenemos que ocuparnos de todo eso, pero muchas veces no podemos porque nos piden, por ejemplo, una receta que la hacían antes en el hospital, pero ahora hay que hacerlo en otro lugar que queda muy lejos y no podemos ir, entonces las personas que tiene diabetes, por ejemplo, se quedan sin tomar su medicación”.

La situación de precariedad y abandono que se vive en los barrios populares no es de ahora sino desde hace muchísimo tiempo. Y desde hace bastantes años también, a veces en silencio y otras no tanto, son las mujeres y feminidades de estos mismos lugares quienes están acostumbradas a inventar y a generar respuestas rápidas frente al permanente estado de crisis en el que viven.

Tal vez sea por eso también que, ante esta nueva crisis pandémica, ellas no sólo no se rinden sino todo lo contrario: con una solidaridad desbordante que les nace desde muy adentro, saben sacar fuerzas de donde pareciera que ya no quedan para hacerle frente a todas las adversidades; mientras repiten, como si fuera un mantra una frase que llevan a todos lados a donde van: “de esta crisis, o salimos entre todas, o no sale ninguna”.