La enfermedad mental continúa tan desvalorizada como siempre. Bajo formas mejor camoufladas que en otras épocas aún se impone su rechazo, más solapado y así más eficaz. Darse el tiempo para reaccionar pues lo anonadante es no lograrlo. Fue más sencillo ver el encierro brutal de los manicomios desde un extremo del movimiento pendular volviendo con fuerza inercial hacia su otro punto límite: la diseminación por toda la sociedad. En pandemia, los gobiernos del mundo se pavonean orgullosos de asesorarse con científicos para avalar medidas de control mientras abundan consejos para controlar la ansiedad. Habría que reconocer las contradicciones en las que desembocamos cuando nosotros mismos batallamos por sustituir la expresión “enfermedad mental” por “salud mental”, más políticamente agradable pero menos real.
La salud orgánica existe; la comprueban los médicos en sus análisis de laboratorio. Pero ¿cómo podría existir la “salud mental” si simplemente una desilusión hace perder la cordura? Ya Joseph Breuer (1892) había descubierto que “cualquier afecto penoso puede producir” ¡exactamente el mismo! “efecto de una ausencia” y que, algo más alarmante aún, “las ensoñaciones habituales son” peligrosamente “convertidas, por la angustia o la expectativa, en ausencias alucinatorias”.
Cuánta sutileza porta la enfermedad mental si resultamos ser tan sensibles a una ausencia y cuánto poder las expectativas angustiantes para llevarnos a la locura. Es tiempo de entender lo que significa enfermarnos mentalmente, más aún cuando las personas ausentes se cuentan en televisión como goles de mundiales de fútbol y estamos obligados a ausentarnos de tantas cosas de la vida en nombre de la salud.
Para Freud (1924) un indicador decisivo de enfermedad era el modo en que cada uno pierde la realidad. Interesante perspectiva hoy: según cómo reaccionemos al perder la realidad estaremos en las neurosis, las psicosis o las melancolías. Y como bien podríamos preguntarle a Freud cuál considera la reacción normal, sorprende al responder que una buena combinación de la reacción neurótica y de la psicótica. Es decir: no desconocer lo que nos pasa, haciendo como que no sucede lo que sí está sucediendo, para quedar en mejor posición de transformar la realidad en vez de perderla. En este punto, hacer como en las psicosis: no renunciar a querer cambiar el fragmento de realidad que impone sufrimiento; como sí hace la reacción neurótica queriendo negociar todo. Tampoco tomar el atajo de la reacción en las psicosis cuando reemplazan por rechazo con un parche lo insoportable. Nadie “es” neurótico ni “es” psicótico; pero si repetimos la misma reacción ésta nos presentará como francamente neuróticos o psicóticos. La realidad la perdemos todos; en cada coyuntura de la vida de manera distinta. Las enfermedades mentales, no el estado saludable, crean fenómenos balizas por dónde ir curando el sufrimiento de aquella pérdida. Más enfermamos es señal de que más estamos intentando curar. Excesivo miedo a estigmatizar lo patológico fue una desmentida; sencillamente, nos sucedió que enfermamos: lo único que hace pensable de qué vamos a morir.
*Psicoanalista