A medida que las palabras avanzan, LIT killah puede cortarlas con la súbita languidez de un bostezo. Pide perdón y sigue, y uno lo imagina acovachado al otro lado del teléfono. No es para menos: está varado en Miami desde hace meses. Los efectos de la pandemia que paralizó a casi todo el planeta lo congelaron también a él, mientras espera por su turno en el avión que lo vuelva a traer a Argentina. “Ya se nos pasaron como cinco vuelos, estoy en la fase de indignación, ja. Tiene prioridad la población de riesgo y está perfecto, pero queda la bronca de querer estar en tu casa, con tus cosas”, se resigna.

 

Después de pasar por México y Puerto Rico había recalado en Miami junto a un amigo para trabajar nuevo material. “Nos estamos cuidando mucho, acá no se tomaron demasiadas medidas: el que quiere se cuida, y el que no, no”, aclara. Ahora, en una casa cuyo alquiler renueva por días, sin una computadora o un micrófono que le permitan trabajar o divertirse, el sopor sólo merma a cuentagotas a través de la pantalla de su celular, que habilita el contacto con el mundo exterior. O, en algún caso, a jugar al juego que lleva su nombre y que en dos semanas ya registró más de medio millón de descargas.

Producto de la alianza entre su sello y la desarrolladora Game Ever, más sus aportes propios en ideas y movimientos corporales, LIT killah The Game fue para el rapero un oasis entre las arenas del aislamiento. Con 50 niveles de jugabilidad al estilo Guitar Hero, funcionó tanto que las reproducciones de sus canciones crecieron un 25% y pudo confirmar la composición de su audiencia: el 65% de los que lo descargaron tienen entre 18 y 24 años. “Justo coincidió con la cuarentena, cuando la población tuvo más ganas de pasar el tiempo, y lo están jugando a full –se entusiasma–. Yo no lo terminé todavía, voy por el anteúltimo nivel. Está difícil.

 

Un bólido de González Catán a Miami

Con 20 años y decenas de millones de reproducciones en temas como Apaga el celular, Bufón o la balada Si te vas, Lit Killah es uno de los exponentes de la explosión del trap local y regional. Como tantos colegas, hizo una primera base de seguidores no con canciones sino como competidor de El Quinto Escalón. Mauro conoció el rap a los 10 años, a instancias del hermano de un amigo, y empezó en las competencias de freestyle a los 16. Desde entonces su preocupación mayor pasó a ser cómo cargar la SUBE para ir desde González Catán hacia donde fuese necesario. Más tarde apareció en la última etapa del certamen de Parque Rivadavia –la del escenario delante del monumento a Bolívar–, donde con rapidez se volvió un hueso duro de roer por la calidad de sus métricas y doble tempo.

“Lo que más me copó al principio fueron los videos del Halabalusa, ver a Dtoke en una placita, cagándose de risa con los compañeros“, retoma. “Después de eso salté a Kódigo, que fue mi mayor influencia en el freestyle. Ahora es un súper amigo, vamos a sacar un par de temas juntos. En la Argentina, a la mayoría de los referentes que estaban antes que yo los tomo a todos. Yo era un pibito que estaba todo el día mirando batallas, era súper fan. Jamás imaginé ser yo, algún día, el referente de otra persona.”

El salto a la popularidad de ahora fue gigante, ¿cómo lo tomás?

--Toda esta movida no existía. Si existía, era muy underground, no generaba números, ingresos, visitas, nada. El Quinto Escalón nos dio a todos el impulso para poder hacer música, y salimos unas diez personas haciendo esto, al mismo tiempo que el estilo explotaba mundialmente. Ahora, incluso en muchos otros países están interiorizados en la música que se está haciendo en la Argentina.

¿Cómo fue ese pasaje entre el rap y el trap?

--Apenas escuché rap, quedé loco. Empecé a escuchar mucho Eminem, Daddy Yankee, y más que nada música en inglés. Me gustaba el estilo, la agresividad, el flow, la melodía, aunque no entendía prácticamente nada de lo que decían. Cuando arranqué a andar en skate, incluí más variedad y se generó la mezcla que estoy tratando de hacer ahora. Para los que somos raperos, el trap fue la actualización del rap; éramos una generación que quería darle un aire fresco a toda la movida que, más que nada en la Argentina, era muy old school. El trap aportó la pizca de frescura que cautivó a la mayoría de la juventud. Esto es nuevo para mí y para toda la escena, seguimos experimentando y aprendiendo.

 

El año pasado volviste a competir en la God Level, ¿cómo balanceás con la música?

--Cuando terminó El Quinto, mucha gente decía “Estos pibes no dan para más”. Pero explotó el triple, y el año pasado comprobé que hay muy buen nivel. No es que por hacer música no puedas hacer freestyle, sino que a la música hay que dedicarle muchísimo tiempo, más si estás empezando. Cuando saqué mi primer tema, ya tenía casi 1 millón de seguidores, entonces experimenté sobre la marcha. Además, en ese momento no había más de tres productores en la Argentina, por lo que encontrar gente con ganas de progresar llevó muchísimo tiempo. Hace seis meses empezamos a venir a grabar a Miami, y ahí ya cambió todo, porque 4 días en Miami son 4 meses de Argentina. Puedo adelantar mucho trabajo y tener un repertorio armado como para ir tirando temas. Eso me dio la libertad de poder volver al freestyle.

¿Cómo es que allá 4 días son 4 meses?

--Éste es el centro del género. Acá están todos los latinos, viven Ozuna, Daddy Yankee… también muchos norteamericanos súper famosos. Están los mejores productores, hicieron miles de hits, entonces en un día de estudio hago cinco temas. Capaz que estás grabando y cae, no sé, Farruko; o te podés cruzar a Nicky Jam por la calle. Si quería hacer una colaboración desde Argentina, no me podía comunicar ni por Instagram. Cuando vine acá, le comentaba al productor, y me contestaba: “Obvio, ahí lo llamo”. Es muy fácil hacer relaciones, y ésa es una parte muy importante de la música.