Vlada conduce camiones. No solía hacerlo, pero las necesidades económicas lo han empujado a tomar ese empleo temporal. La situación en Belgrado no es sencilla y los bombardeos constantes de la OTAN complican aún más el día a día. El año es 1999 y ese país llamado Yugoslavia ya no existe tal y como se lo conocía. La carga, el primer largometraje de ficción del serbio Ognjen Glavonic (35 años), transcurre en un momento y en un lugar muy específicos y los detalles de la trama, que se van revelando de a poco, (ver crítica aparte) incluyen una dolorosa página de la historia reciente de la cual no se habla demasiado: la “limpieza étnica” ejecutada por el gobierno serbio en la zona de Kosovo, con una mayoría de víctimas de origen albanés. Al comienzo del relato Vlada no lo sabe (el vehículo se entrega cerrado y es mejor no preguntar), pero el suyo es uno de los tantos camiones de la muerte que recorrieron los poco más de quinientos kilómetros que separan Kosovo de Belgrado con sus horribles cargas.
Estrenada mundialmente hace dos años en la prestigiosa Quincena de los realizadores del Festival de Cannes, Teret (el título serbio refiere no sólo a la carga de un transporte sino también a un peso moral que se lleva con dificultad sobre los hombros) describe una nación en descomposición y registra el descubrimiento personal de un crimen nacional. La película puede verse en la Argentina en la plataforma Prime Video de Amazon y, a partir del próximo lunes, también en Mubi.
“Estamos en cuarentena, pero aquí en Serbia hay medidas extrañas y un tanto ilógicas, como toques de queda desde las cinco de la tarde y hasta las cinco de la mañana. Pero sólo algunos días, mientras que en otros no se puede salir para nada. Hay cuestiones políticas de fondo, además, ya que se acercan las elecciones y es por ello por lo que se decidió flexibilizar algunas medidas: tenemos los mismos casos que hace un mes y si entonces decían que la situación no era buena, ahora dicen que estamos mejor”. Quien habla desde el encierro, en comunicación exclusiva con Página/12, es Glavonic. Antes de dirigir La carga, el joven realizador se ocupó del mismo tema, pero en formato de cine documental: Depth Two, estrenada en 2016 en la Berlinale, reconstruye las matanzas de 1999 a partir de los audios testimoniales de víctimas y victimarios, acompañados de imágenes de la actual República de Serbia. Es un film formalmente riguroso y emocionalmente impactante, con el cual Glavonic intenta revelar una historia vergonzosa de la cual casi nadie habla en su país. Sin embargo, La carga no fue un derivado de ese documental previo, como podría imaginarse.
“En realidad, todo comenzó con La carga. El documental, Depth Two, nació a partir de la investigación que hicimos para el film de ficción”, afirma antes de aclarar que, en realidad, “podría decirse que el documental fue el resultado de la desesperación de no poder conseguir fondos para rodar La carga. El origen de todo data de 2009, cuando todavía me encontraba estudiando cine. Fue entonces cuando escuché por primera vez sobre el caso. La verdad es que, hasta ese momento, no tenía idea de que apenas a unos diez quilómetros de mi casa había fosas comunes. Lo que ocurre es que nadie habla sobre eso y es muy difícil acceder a algún tipo de texto al respecto. Fue algo casual: alguien compartió conmigo un par de artículos en redes sociales y uno de ellos era básicamente el testimonio de uno de los camioneros, tomado en una corte especial en La Haya para crímenes de lesa humanidad. Casi de inmediato escribí un documento, un texto que era en esencia una lista de objetos que habían sido hallados en las fosas. A juzgar por esos objetos, era claro que la gente asesinada habían sido civiles. Hay que entender que no pude encontrar a nadie que supiera mucho más. Creo que nadie quería saberlo. Les pregunté a mis padres, a mis amigos, a mis profesores. Nadie sabía nada y creo que esa falta de conocimiento –y, me animaría a decir, de interés– me empujó a investigar aún más el tema. Desde el comienzo tuve claro que el protagonista de la película sería este conductor de camiones que no sabe lo que está trasladando y que, de a poco, iría conociendo la verdad sobre su carga, su trabajo y, en última instancia, su país, a partir de esos pequeños objetos que va encontrando a lo largo del viaje”.
-¿Cómo fue finalmente el proceso de producción de La carga luego del estreno de Depth Two?
-En 2011 conocí a mi productor, el hispano-serbio Stefan Ivancic, y desde ese momento intentamos que el largometraje se transformara en una realidad. Como pueden imaginar, el tema de La carga no es muy bienvenido en mi país. En general, las historias sobre la guerra y la violencia nos posiciona a nosotros, a nuestra nación, como las víctimas. Por lo que cada vez que uno intenta decir algo distinto, atacar de alguna manera esa lógica nacionalista, básicamente se transforma en un tema tabú y comienzan los ataques y amenazas. Así que conseguir el presupuesto para financiar una película como esta se puso muy difícil. Básicamente nos llevó seis años conseguir el dinero.
¿Y qué pasó durante el estreno del film en Cannes y luego en Serbia? También hubo algún tipo de problemas cuando La carga se exhibió en el Festival de Pingyao, en China.
-Lo que ocurrió durante las proyecciones en Pingyao fue lo siguiente: Serbia tiene muy buenas relaciones diplomáticas con China y cuando la película quedó seleccionada hubo charlas al respecto en nuestro parlamento. ¿Cómo podía ser que China permitiera su exhibición?, se preguntaban. Pero es algo que ha perseguido al film desde el comienzo. Ya antes de su estreno en el Festival de Cannes hubo un par de intentos de bloquear la película, de evitar su exhibición. Lo realmente gracioso es que nadie la había visto y hubo comentarios en la prensa sobre la manera en la cual la película mostraba los cadáveres o cómo los serbios mataban ciudadanos albaneses, cortándoles la cabeza. Nada de eso se ve en La carga, como saben quienes sí la han visto. En fin, todo eso tiene que ver con cierto sentimiento de culpa, me parece. Los ataques duraron seis meses, hasta el estreno comercial en Belgrado hacia finales de noviembre de 2018. A fin de cuentas, creo que la película no es en esencia sobre esos crímenes, sino sobre todo lo que vino después, la manera en la cual se habla sobre las víctimas, la conspiración de silencio alrededor de esos hechos. Y sobre aprender a hablar sobre algo que es invisible, darles una voz a aquellos que fueron no sólo asesinados sino, también, literalmente sepultados para que sus cuerpos no se transformaran en evidencia de los crímenes.
-A pesar de tener un protagonista que podría parecer excluyente, La carga tiene una estructura semi coral: ciertos personajes secundarios aparecen y toman el centro del relato, para después volver al camionero y su viaje. ¿Eso es algo que estuvo presente desde un primer momento en el guion?
-El guion fue sumando cosas que para mí son muy personales, como las imágenes de los bombardeos o los recuerdos de mi padre sobre la ex Yugoslavia. En un primer momento, la película tenía como único protagonista a este tipo que descubre la verdad sobre su carga y que tiene que descubrir qué hacer con esa verdad. Pero de a poco, durante ese proceso de varios años, caí en la cuenta de que si me quedaba con esa única idea el proyecto no valía la pena. Sentí la necesidad de que La carga fuera más personal, que no tuviera que ver solamente con la generación de mis padres sino también con la mía. Básicamente, la historia transcurre durante la última de las cuatro guerras de los años 90, la que terminó destruyendo el país en el que nací, la Yugoslavia socialista. Un país que, por otro lado, nació después de otro conflicto bélico, la Segunda Guerra Mundial. Me interesaba conectar todo eso y ubicar la historia en un momento en el cual un viejo orden está muriendo y hay otro que todavía no ha nacido. No es sólo que el país se disolvió a nivel geográfico, algo similar ocurrió con ciertos valores. Los valores antifascistas, que eran los de la generación de nuestros padres, por ejemplo. De alguna forma, el protagonista termina dándose cuenta de que forma parte de un crimen fascista y eso se contrapone con la historia de su padre, que enfrentó a los fascistas. Los personajes que aparecen brevemente en la película, casi todos jóvenes, representan un momento congelado de la historia. Y es allí donde el relato sobre el padre de Vlada que cierra la película acaba teniendo un sentido. Allí se habla de un árbol y, de alguna forma, La carga tiene esa forma: está su tronco principal, pero las ramas también son importantes. La generación más joven tiene sus propias preocupaciones y, de alguna manera, no se ve conmovida por los bombardeos. Al menos no con la misma intensidad que sus padres. La verdad es que me interesaba más que la película tuviera una forma extraña a buscar que cada pieza encajara a la perfección. El árbol era también era una manera de conectar el relato con el final de Depth Two, donde puede verse una semilla germinando, una imagen abierta que puede significar varias cosas. ¿Representa al mal extendiéndose o es la vida que continúa después de la muerte?
-A lo largo del camino, de manera real o bien a partir de fotografías, el protagonista se topa con dos monumentos dedicados a sendas batallas de la Segunda Guerra, pero su intención no parece simplemente la de homenajear a aquellos soldados.
-El primer monumento que se ve en La carga está ubicado en un parque y conmemora la Batalla de Popina de 1941, el primer enfrentamiento de los partisanos yugoslavos contra la ocupación. Está geográficamente en el camino que recorre el camión pero me interesaba incluirlo por una cuestión visual: la forma circular del monumento se ligaba a algunos de los objetos que Vlada va encontrando, como el chupetín o la bolita. El segundo monumento sólo lo vemos a partir de un par de fotografías y es uno de los más bellos del país. Conmemora una de las batallas más grandes durante la Segunda Guerra Mundial en tierras yugoslavas, la Batalla de Sutjeska, sobre la cual hay una superproducción bélica producida en los años 70, con Richard Burton en el rol de Tito. La película, en el fondo, tiene que ver con la manera en la cual percibimos el tiempo. Y los chicos que aparecen en el final o en la escena del casamiento, lo mismo los ladrones en el monumento o el autoestopista, todavía no son lo suficientemente mayores como para saber qué tiempo les ha tocado vivir. Aunque ya lo sabrán, eventualmente. Hay mucha esperanza en la película, en particular sobre el final. Porque allí también está el abuelo, a quien nunca se ve, pero que ha dejado esos recuerdos desparramos para quien quiera verlos. Imágenes de una infancia que también son las de un país que ha dejado de existir. Y es por eso por lo que el viaje le permite al protagonista descubrir no sólo lo que hay en el camión sino, fundamentalmente, qué hay dentro suyo. Quién es él realmente. Y poder transmitirle a su hijo todo eso, su pasado y su presente.