La carga 7 puntos
Teret; Serbia/Francia/Croacia, 2018.
Dirección y guion: Ognjen Glavonic.
Fotografía: Tatjana Krstevski.
Intérpretes: Leon Lucev, Pavle Cemerikic, Tamara Krcunovic, Ivan Lucev, Igor Bencina.
Duración: 98 minutos.
Estreno en Amazon Prime Video y desde el lunes 11 en Mubi.
Exterior, día. Amanecer. Al sol le cuesta asomarse por encima de unas sierras frías y húmedas. Serpenteando por un camino rural de ese valle, se adivinan las luces de una camioneta. A bordo, el chofer le da instrucciones a su acompañante: cuando se suba al camión que le van a proveer, no debe detenerse por ningún motivo hasta llegar a su destino. No debe hablar con extraños ni hacer preguntas. Su tarea consiste simplemente en entregar “la carga”. Con este sencillo punto de partida, el director serbio Ognjen Glavonic (ver entrevista aparte) construye un film seco, minimalista incluso, pero que con muy pocos elementos es capaz de sugerir la tragedia nacional que se esconde en la caja del camión que al protagonista le toca conducir.
República Federal de Yugoslavia, 1999. En la provincia de Kosovo, las fuerzas estatales serbias y los separatistas albano kosovares están inmersas en una guerra fratricida. Para complicar más las cosas, los aviones de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), impulsados por los Estados Unidos, no tienen mejor idea que echar nafta al fuego y desde hace unos días bombardean incesantemente la región, donde la población civil es mayoría. Es en ese contexto que Vlada --el robusto, hirsuto Leon Lucev, que parece una suerte de Hagrid de los Balcanes-- acepta sin chistar el trabajo que le ofrecen. Tiene mujer y un hijo adolescente y la fábrica en la que se engrasaba cotidianamente las manos ha cerrado, a causa de las bombas. Lo que no sabe –o mejor dicho, no quiere saber— es que ahora se ensuciará la manos de otra manera, y ya no le será tan fácil lavárselas.
El método del director Glavonic es el de ir dosificando la información muy paulatinamente. El espectador sabe tan poco como su protagonista, o incluso menos, si no fuera que a esta altura se ha hablado mucho sobre la “limpieza étnica” en la ex Yugoslavia. Pero también es cierto que se ha olvidado mucho. Y La carga, una suerte de road movie macabra, viene a recordarlo para aquellos que –muy especialmente en su propio país— tienen la memoria corta, o prefieren el olvido.
La caja del camión de Vlada está sellada con cadenas y candados y el hombre se hace al camino. Pero se le hace difícil cumplir con lo que le han ordenado. Las rutas también han sido bombardeadas y llegar a Belgrado es más difícil de lo que se supone. Hay que tomar desvíos en una zona que Vlada no conoce y no le queda más remedio, en una parada en la que se baja a pedir información, que subir a la cabina a un adolescente que parece huir de la casa de sus padres. En una guerra, todos tienen algún buen motivo para intentar escapar de allí donde se sienten presos, o en peligro.
Glavonic filma muy bien la estrecha cabina del camión, en la que importa tanto el paisaje gris, triste, desolado que se le presenta a Vlada por delante del parabrisas como aquello que se asoma por detrás desde su espejo retrovisor, que puede ser la silueta ominosa de un coche de policía, por caso. Se diría sin embargo que aquello que poco a poco va cobrando un incipiente, agobiante peso dramático es justamente lo que nunca se ve, lo que Vlada carga sobre su camión –y sobre su espalda-- como una culpa, una penitencia. El contenido de la caja de su camión es el constante motor de una película que prefiere dejar pudorosamente afuera de su campo visual esa “carga” que Vlada lleva como puede sobre su conciencia.