El historiador israelí Yuval Noah Harari es una celebridad global, invitado a exponer sus ideas por diversos presidentes y líderes empresariales occidentales, cuyos libros “Sapiens, de animales a dioses”, “Homo Deus” y “21 lecciones para el siglo XXI” se han traducido a cincuenta idiomas y superaron los 15 millones de ejemplares vendidos.
Semanas atrás, publicó un artículo en el diario británico Financial Times
donde apuntaba que la crisis de la Covid-19 planteaba dos desafíos para la humanidad.
Uno de ellos, el uso de la tecnología para el control social que permitió a países como China hacer un control efectivo del desarrollo de la pandemia, al mismo tiempo amenaza las libertades individuales civiles como nunca antes en la historia, gracias a la profusa información personal recogida por dispositivos móviles.
El segundo, se refiere al dilema entre el aislamiento nacionalista y la solidaridad global. En este caso, sostiene que tanto la epidemia como la crisis económica resultante son problemas mundiales, que solo se podrán resolver de forma efectiva mediante la cooperación global.
Para el frente de la salud, recibiendo consejos y equipos médicos de gobiernos que ya han enfrentado problemas similares o llevando adelante una sinergia global para producir y distribuir equipos médicos. En tanto, para el de la economía, dada la naturaleza global de su desarrollo y de las cadenas de valor, evitar el caos instrumentando acciones coordinadas.
En este punto, critica fuertemente el rol del gobierno nacionalista de Estados Unidos, contraponiéndolo con crisis mundiales anteriores, como la financiera de 2008 y la epidemia de ébola de 2014, donde Estados Unidos asumió el papel de líder mundial, reclamando que el vacío dejado por este país, centrado en el ideal de Trump de privilegiar su país por sobre el resto del planeta, debería ser cubierto por otras naciones.
En base a este último concepto, es posible observar cómo difícilmente sea posible pensar en una "solidaridad global" sin liderazgo. Como sucede desde Breton Wood, esa coordinación global dejará ganadores y perdedores en función de la división internacional del trabajo que analizaron autores como Celso Furtado o Raúl Prebisch.
La idea de solidaridad global puede resultar interesante, pero lo cierto es que difícilmente los Estados-naciones, de forma directa o a través de organismos multilaterales, no hagan valer su poder para proteger sus propios intereses o, mejor dicho, el de sus poderes económicos, en desmedro de los países periféricos.
Según un informe del Departamento de Seguridad Nacional de Estados Unidos del 1° de mayo, China retrasó la información sobre la Covid-19 con el objetivo de incrementar sus importaciones de equipo médico y reducir su exportaciones, mientras que se supo que el gobierno de Trump buscó que una de las empresas que están buscando la vacuna contra el coronavirus, CureVac dejara su sede de Tübingen, Alemania, y se trasladara a su país para desarrollar la vacuna solo para su población.
Las recientes experiencias de la Argentina con el FMI, que apoyó abiertamente a un gobierno que protegía los intereses del capital financiero y multinacional antes que los de su población, o de Bolivia con la OEA, que respaldó la dictadura que derrocó al presidente encargado de estatizar a las empresas privadas de servicios públicos, son dos de los varios ejemplos que exhiben como la cooperación global ya es un hecho, pero en función de intereses que no responden a las sociedades de los países en vías de desarrollo.
La idea de Harari plantea también un escenario donde tanto gobiernos como organismos multilaterales son quienes poseen el poder de fijar las políticas públicas, cuando es sabido que los mismos se encuentran fuertemente condicionados por el verdadero poder, el económico.
Las críticas que está recibiendo la OMS por no haber anticipado y tomado medidas frente a la actual pandemia pueden ser entendida tomando las palabras de su ex Director Secretariado para la Salud Pública, Germán Velásquez, quien luego de veinte años en este organismo se retiró denunciando el acelerado proceso de privatización de la OMS, debido al financiamiento clave que las farmacéuticas realizan sobre el mismo.
En rigor, los ejemplos pueden ser en todos los sentidos. Tras la crisis global desatada por las hipotecas subprime en 2008, en las reuniones del G-20 de los años subsiguientes se enumeraron una serie de recomendaciones para maximizar las regulaciones financieras, incluyendo el combate contra las guaridas fiscales. Todo ello cayó en saco roto, en la medida que afectaba a las corporaciones globales más poderosas.
También a nivel local, el caso del litigio argentino contra unos pocos fondos especulativos, los denominados fondos buitre, fue apoyado tanto por el gobierno norteamericano como por el FMI, quienes observaban en estos financistas ultra especulativos un elemento de disrupción para las finanzas globales. El resultado, sin embargo, terminó siendo una victoria de los buitres.
Así, con organismos multilaterales cuyas burocracias se debaten entre fortalecer la división internacional del trabajo llevada adelante por los países centrales, o la impotencia para afectar intereses de las grandes corporaciones económicas, el empoderamiento de los mismos podría conducir al riesgo de que se profundicen las inequidades, a costa de disminuir aún más el poder de los Estados nacionales para fijar reglas que promuevan el bienestar de su población.
Por cierto, eso no excluye otro tipo de alianzas, centradas en intereses comunes de países hermanos para enfrentar las amenazas de otras fuerzas nacionales, tal como sucedió con la Unión Europea, la OTAN, el Mercosur o el proyecto ALBA, que naufraga actualmente por la decisión de los gobiernos neoliberales de Ecuador y Bolivia de renunciar a esa alianza.
Es lo que de hecho planteó Juan Perón en 1951, cuando intentó reeditar el fallido Tratado del ABC (Argentina - Brasil - Chile), bajo la concepción de que luego del pasaje de los feudos a los Estados-Nación, el próximo paso sería el del continentalismo. En referencia al primer tratado, Perón señaló que el mismo “sucumbió abatido por los trabajos subterráneos del imperialismo, empeñado en dividir e impedir toda unión propiciada o realizada por los ‘nativos’ de estos países, ‘poco desarrollados’ que anhela gobernar y anexar, pero con factorías de negros y mestizos”. También durante el segundo intento, el liderazgo global de Estados Unidos sería clave para su fracaso, junto al sostenimiento del nuevo orden internacional, al cual la cooperación global para la división internacional del trabajo mantiene en plena vigencia.
@JBlejmar