Se ha dicho hasta el cansancio que esta época está fuera de quicio y también se repite de manera insistente que “algo” ocurrió hace cuarenta o cincuenta años --un error, un equívoco, un desvío, pero sabemos muy bien que se trató de una intención y de un propósito, de un giro económico y político fulminante-- para que nos toque vivir hoy en un mundo y en un tiempo poco menos que incontrolable.
Esta percepción, agravada y subrayada por la pandemia del coronavirus, adquiere dimensiones irónicas e impensables consiguiendo que nuestro presente se transforme en un estado “sin tiempo”, en un hoy de espera marcado por la angustiante significación de la incertidumbre.
Llegado a este punto cabe preguntarse --por lo menos como ejercicio reflexivo-- si la abrumadora aparición de la pandemia es una réplica orgánica del desborde tecnológico en el que vivimos o se trata de la inaudita encarnación mórbida de la mismísima globalización. Como si dijéramos “el colmo” de la globalización, desde todo punto de vista.
La sospecha (naturalmente figurativa) de la aparición de un virus “consciente” cuyo horrendo propósito es terminar con una especie destinada a cometer los más irreparables errores (la forma actual del capitalismo y sus complementos culturales es posiblemente el más grave de todos) me llevó a reconsiderar --aunque la idea parezca descabellada-- el acto primero de Hamlet y sobre todo la escena número cinco, donde el fantasma del rey asesinado convoca a su hijo para que sepa por qué el mundo está desquiciado (out of joint) y por qué algo huele a podrido en Dinamarca. Desde ya, el espectro de medianoche no utiliza esas frases, sencillamente cuenta de qué modo fue asesinado por su propio hermano y traicionado por su propia mujer, reina y madre de Hamlet.
Quienes hablan del desquicio y de la hediondez del reino son Marcelo y Horacio, dos amigos de Hamlet, testigos privilegiados del encuentro espectral y conocedores del terrible mandato que la orden del padre significa para el hijo: vengarlo, hacer pública la verdad y reponer el orden en el caos del mundo.
Ante semejante peso, Hamlet se lamenta haber nacido en época tan difícil sabiendo, sobre todo, que a él le corresponde, según la orden paterna, solucionar los estragos.
Mientras releo este relampagueante primer acto (pero Shakespeare jamás nos ahorró primeros actos poderosos) hojeo un libro que tengo a mano, el que reproduce los diálogos sustanciosos entre Jacques Derrida y la pensadora francesa de origen rumano Elisabeth Roudinesco donde, precisamente, uno de los temas hegemónicos es el encuentro fantasmático de Hamlet con su padre muerto y la influencia que esta escena tuvo en Carlos Marx, lector apasionado de Shakespeare.
La referencia a Carlos Marx aparece cuando Roudinesco y Derrida hablan del texto de este último titulado “Espectros de Marx”, seguramente, considera Roudinesco, el texto más sorprendente de Jacques Derrida, y explica que la idea fundante de la conferencia (luego se volvió libro) se apoya en tres grandes escenas de la cultura occidental moderna y “posmoderna”: la primera es Hamlet hablando con el fantasma de su padre sobre el estado de las cosas; la segunda es la publicación de El Manifiesto Comunista en 1848 donde Marx sostiene que “el espectro del comunismo recorre a Europa” y, por último, el mundo globalizado de la actualidad, al que Derrida llama “Mundo catástrofe”, “mundo en fase maníaca”.
Por último, estas expresiones remiten a la desazón de Horacio, amigo de Hamlet, cuando exclama --siempre en el primer acto-- “Oh, día y noche, cuán extraño es todo!” Y Hamlet, melancólico y repentinamente sabio, lo entera de cuán peor puede ser todo. No obstante, va a acumplir con su legado, va a intentar la rectificación del mundo.