Helmer es un hombre de mediana edad, un hombre común hasta que un día decide tomar las riendas de su vida. Es un simple granjero que vive en la casa familiar en el norte de los países bajos junto a su padre que está convaleciente. Su hermano gemelo y su madre murieron hace unos años y el deterioro paulatino pero constante de la salud de su padre le da espacio para que empiece a tomar, por primera vez, decisiones según sus gustos, sus necesidades y sus deseos. En la novela Todo está tranquilo arriba, somos cómplices de los profundos cambios y del abandono progresivo de sus miedos.
Helmer decide mover los muebles de lugar, mudar a su padre a la habitación de arriba y remodelar la habitación principal para hacerla suya.
De a poco vamos sabiendo de su soledad, de sus pérdidas y de su pasividad ante los hechos que fueron sucediendo, algunas veces por desidia. El relato va y viene del presente al pasado y va trazando el vacío en el que vive el protagonista.
A través de los diálogos, muy bien construidos, se desarrolla la historia: los cambios presentes y los hechos del pasado, hechos que arrastra Helmer mientras van pasando los años. Cuando se mira al espejo casi no reconoce a ese hombre que ve reflejado.
La vida que él se vio obligado a llevar en la granja le pertenecía a su hermano, el favorito, pero ante su muerte hereda una vida que no elije. De ahí, una suma de rencores, oportunidades y amores dejados en el camino. El entorno rural, los animales, corderos, vacas y unos burros, con los que tiene una tierna relación, son parte de una realidad asumida como única posibilidad.
Narrado con sencillez, el relato cobra fuerza y acompañamos a Helmer a ser el protagonista de su vida, a sobreponerse al drama íntimo que lo mantuvo adormecido todos esos años y descubrir que nunca es tarde.
Todo está tranquilo arriba, Gerbrand Bakker, Ediciones Bajo la luna, 2012.