--Doctor, esta semana tuve un sueño.
--¿Me lo quiere contar?
Resulta que estaba en un asado, me llevó un tipo que “decía ser mi amigo”. Ahí, medio tímidos, nos sentamos en un extremo de la mesa. En la otra punta, estaba el resto de los comensales. En un momento llega una torta, y varios hombres se acercan al que estaba sentado detrás de ella. El “que decía ser mi amigo” me da a entender que ya es momento de irse, y me sugiere ir a otro lado a seguir tomando algo. Yo no me muevo de mi silla. Miró la escena y empiezo a reconocerlos. El cumpleañero es el “Paragua” Alfredo Mendoza, y entre los hombres que aplauden y cantan atrás reconozco a Pautasso, Theyler y Fullana. Todos jugadores de la época dorada del Ñuls del 88’ al 92’. El paraguayo está grande, con arrugas, y tristeza en su rostro. Al terminar el canto fraternal de aniversario, su tristeza se hace más evidente. Hay silencio. Me paro, me pongo mi campera, y antes de irme lo miro y le digo: -Yo estaba en la tribuna el día de su gol del empate frente a América de Cali. Su cara se transforma, sonríe. Con esa última imagen, doy media vuelta y le digo al que “decía ser mi amigo” que nos vayamos.
Lo anoto apenas me levanto. Luego, como es costumbre este último tiempo, preparo el desayuno para mi familia mientras abro el portal de algunos diarios locales. Leo que le robaron la bicicleta al Trinche Carlovich. Lo golpearon y está internado en grave estado. Me pone triste, me viene el rostro del paraguayo como un sueño anticipatorio, y de inmediato el recuerdo del recuerdo del sueño.
Newell´s jugaba su partido de ida de la semifinal de la Libertadores. Era un día de semana. En ese tiempo vivíamos en Baradero. A dos horas de Rosario. Mi papá había preparado la sorpresa en complicidad con mi padrino. Salió a las cinco de la tarde de la fábrica, llego a casa, me dijo que agarrara la camiseta de Ñuls, un abrigo, y salimos. En un barcito del parque esperaba mi padrino con las tres entradas. Las visitas a Rosario, hasta ese día, habían sido los fines de semana, por algún evento, y yendo de familiar a familiar con una agenda intensa de visitas. Por eso, y por estar a solas con mi padre y mi padrino, mis “hombres a los que quería parecerme”, ese fue un día que siempre recordé.
La tristeza del “Paraguayo” en el sueño fue la misma que le vi a mi padre cuando intentaba rehabilitarse de un ACV, o a mi padrino cuando se sometía a la quimio, o la que me imagino del Trinche esforzándose por sobrevivir. ¿Cómo es posible burlar a esa tristeza colándole una sonrisa? Yo había descubierto una fórmula que utilice para acompañar a mi papá, más tarde a mi padrino, y al paraguayo en el sueño; “Regalarles un pasado”.
Por lo general a los regalos se los llama presentes; llévale un presente que es su cumpleaños, si te invitan a comer no te olvides de llevar un presente, deberías hacerle un presente por la atención, etc. Pero hay momentos en las vidas de las personas que están esperando que alguien les lleve un pasado, de regalo. Entonces estar en esos momentos al lado de mi padre, o mi padrino era traer las anécdotas de momentos compartidos, entre ellos el gol de Mendoza a los colombianos. Y que sonrían.
Hoy, sin recordar el sueño de la noche, me levanto, preparo el desayuno y veo en las noticias la muerte del “Trinche”, el mejor jugador de todos los tiempos. Tenia 74 años, los mismos que mi madre, que cada tanto también está triste porque sus personas ausentes son más que sus presentes.
En fin, si el Trinche era un mito, si tenía fama de gran jugador, si cada famoso que pisaba Rosario quería saber de su historia, no fue gracias a los datos, pruebas o constancias fílmicas de su habilidad y destreza. Fue, en cambio, por tantos otros que le regalaron pasado y construyeron el mito del gran jugador del pueblo. Sin embargo, lo habían hecho para arrancarle una sonrisa. Hasta siempre.