A veces me despierto y creo que tuve un mal sueño, una pesadilla de ésas que permanecen al acecho aún en la vigilia. Y enseguida me doy cuenta de que no soñé con que el mundo era un purgatorio, y que lo es. Que en el panóptico global hay algo que reventó, y que es el mundo en el que vivíamos el que mutó.
Ya quedaron imprecisas y un poco inútiles todas las asociaciones al pasado, porque este nuevo laberinto sólo encontrará su explicación mirando hacia adelante. He mencionado hace poco el discurso de aceptación del Nobel de la escritora polaca Olga Tokarczuk, porque junto con el ensayo que escribió hace unos días Ignacio Ramonet, son las dos lecturas de la época que más me han interpelado últimamente. Ramonet hablaba de un “hecho social total”, que convulsiona todas las esferas sociales, económicas y políticas. Así es lo que transcurre atravesado por fosas comunes, escupidores de médicos, conteos diarios, asimilación de esos números, el lento acostumbramiento al horror, la admisión cada menos escalofriante de que en un país han muerto ese solo día mil o dos mil personas, o quinientas, o festejos porque fueron cuatrocientas. Y esa inercia de la que es imposible librarse porque viene de una dimensión del efecto del tiempo que no controlamos, es la que permite y habilita a la ultraderecha, que antes era sólo derecha, a dar por hecho que habrá miles de muertes más pero que “no hay que parar”.
¿Qué es la economía sin la sangre, la saliva, el sudor, el hueso roto, la piel despellejada, el ruido en las vísceras, sin todos esos millones de cuerpos de hombres y mujeres que las elites pretenden volver a poner en sus lugares de trabajo? Son números. De cuentas bancarias o de muertos. Les da igual. No son anticuarentena, son antivida. Nunca nada fue tan evidente. La mutación ha hecho que esos villanos y todos los idiotas útiles que les creen sus folletines de alambre –los presos iban a ser fuerza de choque del comunismo, con esto están tapando el dengue, la estrategia sanitaria es una intromisión intolerable del Estado en las vidas privadas, y bla bla –, hayan dejado atrás la simulación. No disimulan. Morirá más gente y la economía fracasará: ya hay fábricas en Estados Unidos con cientos de obreros contagiados, y siempre está el ejército de desocupados, pero esta vez, que es diferente a todas, esos condenados también están muriendo como moscas. Muy pronto no habrá reposición de mano de obra.
Este proyecto elitista es en realidad una reacción a un fracaso absoluto, pero de un absoluto ontológico. Somos Abeles y Caínes al principio de otra historia que quizá sea larga, o no. Nadie puede prever hasta dónde querrá Trump abordar su plan B, que es derrocar a Maduro e iniciar una guerra con China ¿Suena distópico? Nada es distópico hoy. Porque hay muchos desequilibrados y nadie está controlando nada. Se salió de madre el mundo. Por eso lo recomendable es ir en cámara lenta, día por día, haciendo de la lentitud, y de su pausa el primer atributo necesario para soportar estos días.
También recordé, cuando leía a Ramonet, que él fue el primero en conceptualizar al Pensamiento Unico que caracterizó al neoliberalismo de los ´90. Eso cambió. Es un concepto desdibujado porque ya no hay pensamiento único, y esa herida narcisista es la que nos vienen cobrando hace mucho tiempo a los que nos desmarcamos de la interpretación corporativa de la realidad. Hoy Trump y Bolsonaro y otros muchos que integran el equipo antivida, pueden profesar abiertamente, como gargajos repugnantes, su desprecio por la vida humana, pero son los excéntricos del mundo. No ganan la discusión. Porque el mundo ya es multipolar, y el pensamiento también, y a los desequilibrados se los ve como son. Esta politización de la pandemia por parte de la ultraderecha la ubica ahí: en un extremo inimaginable hace tres meses.
Volviendo a Tokarczuk, en su discurso de 2019 decía que las noticias falsas nos habían sumergido en la ficción. Que la gente vive inmersa en un mundo ficticio que se cuenta a sí misma porque se lo repiten permanentemente, y que nunca hubo en la historia de la humanidad tanta gente hablando de sí misma, tantas primeras personas, intercambiando mensajes con otras primeras personas. Decía también que un efecto de las noticias falsas es que no permite que exista una realidad que pueda ser explicada. “Nos faltan explicaciones sobre el mundo”. Hoy esa idea es potenciada por la pandemia y por el desemascaramiento de lo aberrante.
Esta semana el fotógrafo brasileño Sebastiao Salgado subió un video de una belleza extraordinaria, en blanco y negro, con apoyos en la pantalla de gente como Susan Sarandon, Almodóvar, Brad Pitt, Sting, y muchos otros, en el que pedía que no permitamos que mueran todas las tribus aisladas de la Amazonía. Lo decía mientras se iban viendo los retratos de esas etnias que él registró durante años. La belleza, el valor, lo indescriptible, lo fascinante, lo sano, lo inocente, lo bueno estaba ahí. Y en Manaos están las fosas comunes ya cavadas, las visibles, porque los muertos de la Amazonía profunda no tendrán tumba.
Todo está claro y es límite. Lo que pasó en las villas porteñas se pudo haber evitado si los villeros fueran considerados personas, simplemente. Hubo dos meses para prever qué hacer. Y no hubo nada y menos que nada: no hubo ni agua ni luz. Los medios diluyen el tema, están esperando al conurbano. Ahí sí los noteros llegarían en manada. Porque el dispositivo es amoral, igual que todos los que lo integran.
Así que sólo queda tomarlo con calma, hablar y decir todo lo que se piense, leer, tratar de entender más, y defender la vida como lo hicimos siempre. Esta vez es literal. Estamos defendiendo nuestras vidas y las de nuestros seres queridos y las de todos los demás. Los villanos están dispuestos a todo, y se pasaron de rayas.