1 El monólogo de Roberto Pettinato frente a las cámaras quizás sirva como síntesis de la miserable semana que se vivió a partir de los sucesos de Olavarría. La parrafada está en youtube, una hemorragia resentida: vale la pena verla. En un país de exculpados, el Indio Solari fue crucificado por los medios y masacrado en las redes sociales. Los que no fueron abducidos por la dicotomía torpe de “Indio Solari, progre millonario K” versus “Intendente de Olavarría pichi y PRO”, desempolvaron rencores antiguos de los años de cocó y rocanrol. Ahora se ve: muchos escondían un puñal bajo el poncho a la espera del momento oportuno. El momento llegó.
2 Es cierto: endogámico, autosuficiente, fóbico, altanero, Solari acumuló odios en un ambiente del que reniega, el rock argentino. Odios de pago chico, fogoneado por frases tipo “no me gustan Los Fabulosos Pedorretas”, “los Ratones Paranoicos son los Danger Four de los Stones”, etc. Los que se dedican al negocio de la música igual: nunca procesaron que se llevara el dinero él solito, sin intermediarios, a su manera. Esa manera: un codicioso y precario know how alternativo que se estroló en Olavarría. Más allá de cómo hayan sido las muertes. Todo el mundo sabe, pero nadie habla a tiempo. Gastando frases hechas como “misa pagana”, recién cuando están seguros de que pueden gatillar desenfundan el dedo acusador. Todo el mundo lo sabe: en los conciertos del Indio no se escucha ni se ve nada y se la pasa muy mal, y nadie cuida a nadie. El desamparo es total.
3 En una entrevista realizada por este cronista en 2005 en su casa de Parque Leloir, Solari daba su opinión sobre un tema que muchos relacionan, hoy, con lo de Olavarría. Aquel sentido común –y una franqueza destacable– es hoy, también, un apunte de características algo proféticas.
¿Qué opinás de la tragedia de Cromañón?
No es mi intención hurgar en llagas y heridas, pero tengo mi punto de vista. Yo no lo puedo ver a Chabán como un asesino. Ni siquiera como un empresario. Para mí es un artista. Creo que lógicamente se tiene que hacer responsable porque le explotó a él. Pero hay que ver todo esto en el marco de las inseguridades que tiene nuestra sociedad. Yo nunca he tenido una relación profunda con Chabán, hemos, sí, tocado en Cemento. Y en otros lugares peores. Yo he tocado en lugares donde no se murió nadie de pedo. Es así. No hay que ser hipócrita. Quiero dejar de lado el desgarrador dolor de los padres, respeto ese dolor con el alma. Pero no le podemos dar conciencia social a un grupo de padres desesperados, porque ellos pretenden algo muy parecido a la venganza. En fin, todo el país está dentro de los parámetros de seguridad de Cromañón. Y no son los parámetros de Bélgica o Suiza. Son parámetros de Tercer Mundo.
¿En qué sentido?
Es todo así. El Dodge 1500 que va por la autopista con la rueda floja... Se le sale y nos matamos cinco. El verdulerito que va con su chata a buscar verdura al Mercado... Es esa chata, no puede tener una segura. Porque no puede laburar, no le da el filo. Igual, no quiero meter todo en la misma bolsa.
4 Solari arrojó a la largo de cientos de reportajes –de Cerdos & Peces a Vorterix– conceptos y palabras que se volvieron moda entre la prensa de rock, como “sistémico” o “cultura rock”. Fueron puestos en circulación prácticamente por él. ¿De qué se habla hoy cuando se habla de cultura rock? ¿De Olavarría y sus puestos de fernet y cerveza o de Lollapalooza y sus foodtracks veganos?
5 ¿Cuándo fue que el Indio perdió la chaveta retórica? ¿Cuándo rebajó su hechizante discurso filosófico atravesado por lecturas beatniks y por una curiosidad voraz a ideas cuantitativas, machonas, de barrio? ¿Por qué lo del “pogo más grande del mundo”, por qué torear a Mick Jagger con el mismo tema, por qué subrayar que “mi público no conoce el soldout”, por qué hacer del Parkinson una dramática puesta en escena que ni Sandro con su enfisema? En un impreciso momento el Indio fue devorado por su personaje y dejó de cantar: pareciera que el que canta es su público a través de él; que su función artística mutó en la de un padre –algo ausente, algo severo– que apenas pide: “Cuídense solos” o “No seas boludo, ¡bajate de ahí!”.
6 Olavarría fue otra muestra de una operación cultural ocurrida a partir de los 90: la futbolización del rock. En ningún sitio como en los shows de Los Redonditos se cristalizó tan profundamente la rancia “cultura del aguante”. Fue fraguada por los arrojados al tacho del sistema menemista. La desocupación joven record, la crisis económica palpable en el segundo mandato y la perversión del poder político configuraron un vacío, digamos, ético, que ocuparon –a su pesar– Los Redonditos. Los chicos vieron en esa entelequia llamada Patricio Rey valores nobles y un sitio de pertenencia. Le creyeron, le creen. Fanáticamente. No existe público más fanático que el de los Redonditos y, por extensión, del Indio. Nunca llegaremos a comprender cabalmente a ese público, a su lealtad.
7 Los cínicos que avancen con su cinismo. Ya habrá más “tragedias” para alimentar la insaciable necesidad de pontificación y (ex) culpabilización: en una cancha de fútbol, en una ruta, en una marcha sindical. Aquí y ahora, más que la angurria privada y la ausencia estatal, lo que manda es la tristeza. Por los muertos, por los heridos, por la sensación de que nada va a cambiar, por la desidia, por las canalladas conscientes o inconscientes, por el Indio mismo. No hay héroes en este lío.
8 Hace mil años la poesía angustiante de Solari aparecía impoluta. Esa poesía, su corpus, es una de las páginas más gloriosas del rock argentino. No existían libros intentando descifrar enigmas y nadie quería explicar nada porque todos sabían de qué hablaba ese hombre menudo con camisa de oficinista, en un sotanito, parado en el borde del sistema o de su propio abismo existencial, preguntando, por ejemplo: “¿Puede alguien decirme: ‘Me voy a comer tu dolor?’”.
Nadie nunca respondió, porque no hay respuesta a esa súplica y porque ahí afuera –lo sabe ahora, drásticamente el Indio Solari, el poeta inescrutable, el fenómeno más espectacular de la cultura popular argentina, el hombre de los records, en su peor semana– nunca hubo nadie.