Aunque llevo más de 50 años recorriendo canchas del Ascenso para ver a All Boys, estoy en esa inmensa mayoría futbolera que nunca vio jugar a Tomás El Trinche Carlovich. Algo había escuchado del Trinche hace ya mucho tiempo. El mundo del Ascenso es pródigo en historias, y a los que nos gusta ir temprano a la cancha, disfrutamos de esa especie de desafío en las tribunas donde se despliegan saberes futboleros que navegan entre el mito y la realidad. Que en Central Córdoba había jugado un 5 que la rompía, que le llovían ofertas para jugar en otros clubes, pero que el tipo –un verdadero crack- no se quería ir de Central Córdoba era un clásico del folclore del Ascenso.
Con el tiempo la historia se confirmó como verdadera. Carlovich con un combinado rosarino le había dado un peludo bárbaro a la Selección que se preparaba para el Mundial del 74; Menotti lo había convocado para el 78 y el Trinche se pegó el faltazo a la práctica; y había recibido importantes ofertas pero no se entusiasmaba con la idea de cambiar de club.
No hay siquiera algún borroso video de Carlovich. Sin embargo, me resulta un personaje familiar. Y sospecho que a los hinchas de clubes del Ascenso, les debe ocurrir algo similar. En las categorías menores del fútbol argentino se genera otro tipo de vínculo: identidades más anchas, que incluyen al barrio, a la tradición familiar, a los amigos. Los jugadores no quedan afuera de esa relación de mayor cercanía, no son ajenos a esa mística que, hasta la llegada de la televisión en vivo de los partidos del Ascenso, tenía su acto central solo los sábados.
Me parece que El Trinche, un típico crack del Ascenso, no podría haber jugado en un club grande de Primera División. Y no porque le faltara talento con la pelota bajo la suela, más bien eso era algo que le sobraba, al decir de ex jugadores y técnicos de fino paladar futbolero como Marito Zanabria, el Flaco Menotti o Jorge Valdano, algunos de los pocos privilegiados que lo vieron jugar.
De hecho, Carlovich tuvo un fugaz paso por la Primera División, vistiendo la camiseta de Colón. No lo veían motivado y apenas jugó cuatro partidos. El de Carlovich no es el único caso de jugadores del Ascenso que, con grandes condiciones técnicas, no llegaron a los primeros planos del fútbol argentino. Entre ellos, Alberto Pascutti, Garrafa Sánchez o los históricos goleadores Pablo Solchaga y Bazán Vera. En los dos primeros casos, también tuvieron un breve paso por Primera División, pero no se adaptaron y, sin pena ni gloria, volvieron al Ascenso. Y otra vez cosecharon aplausos, admiración y éxitos deportivos.
Como ellos, seguramente Carlovich al salir a la cancha de su querido Central Córdoba tenía una sola cosa en la cabeza: jugar a la pelota. Jugar, la esencia del fútbol. El Trinche jugaba. Los demás, desde la tribuna, disfrutaban de eso: verlo jugar a la pelota.
El Ascenso –y sobre todo en la década que jugaba el Trinche- tiene algunas particularidades. El fútbol se parece más a un juego. Qué hubiese hecho Carlovich si el técnico –como se suele escuchar a entrenadores de Primera- planteaba que había que darle la pelota al rival. Casi seguro, El Trinche hubiese levantado la mano para pedir el cambio.
En el Ascenso, lo social se multiplica. Y los vínculos cobran un tinte casi familiar. Se conoce al que se tiene al lado en la tribuna o, de tanto verse (“somos siempre los mismos” se suele escuchar), se terminan forjando amistades. Los hinchas crecen en el club y nunca se van del club. Nada menos parecido al show business de la pelota.
No es extraño que Carlovich haya hecho prácticamente toda su carrera –el término carrera, seguro no le gustaría al Trinche- en un cuadro tradicional del Ascenso, como Central córdoba. No es extraño que fuera a ver al Charrúa cuando jugaba en Rosario. No es extraño que sus restos hayan sido despedidos en la cancha de Central Córdoba por una multitud, aún en plena pandemia.
Tal vez lo extraño es que Carlovich se haya convertido en el mayor mito del futbol argentino. Al fin y al cabo, Carlovich lo único que quería era jugar a la pelota. Nada más.