Estoy feliz/ Yo, bastante asombrada por lo bien que lo llevo/Acomodándome, semana a semana, día a día/Me pegó bastante mal/No la estoy pasando bien. La poesía que se escribe en la soledad del aislamiento por coronavirus tiene muchos matices. El confinamiento pega, cómo no. Pero no hay, entre quienes lo transitan consigo mismos, quien lo viva igual. Las variables que entran en juego son infinitas. Tener mascota, patio o terraza cotizan muy bien. Pero sobre todo lo que impacta es tener recursos internos para afrontar lo ominoso de nuestro presente. La necesidad del cuerpo a cuerpo se valora hoy como al aire que barbijos de por medio todavía se respira. ¡Solos y solas están vivos! Pero solos. Y, tal vez más que nunca, a la soledad hay que saber vivirla y acompañarla.
Nos da desolación la soledad cuando no tenemos autonomía y cuando no tenemos horizonte de vida propio, ha dicho hace años la antropóloga mexicana Marcela Lagarde en relación a las mujeres. Necesitamos estar solas, y solos, siempre lo supimos. El asunto, por estos días, parece ser cómo convivir con un estado de soledad impuesto y de duración incierta. El tema incumbe a gran parte de la población. En las grandes ciudades la gente vive cada vez más sola. Por ejemplo, según un informe de Estadísticas y Censos del gobierno de la Ciudad de 2015, más de un tercio de los hogares de la ciudad de Buenos Aires están compuestos por una sola persona (35.6%).
Las personas que dieron testimonio para esta nota, tienen más o menos garantizados sus ingresos, por lo que ese tema, de zozobra para muchas, no las desvela en lo personal. En ellas lo que pesa ¿o alivia?, es la soledad descarnada. Un mes y medio sin sentir el olor, el calor, el peso de otro cuerpo humano.
Ana Lía es una escritora de 72 años. Vive en el barrio de Nuñez y desde que empezó la cuarentena su mayor aventura hacia el exterior fue sacar la basura. Sus hijos le hacen las compras para que no salga.
--Yo estoy bastante asombrada por lo bien que lo llevo. A lo mejor hay algo de negación de mi parte, pero no estoy todo el tiempo pensando en la muerte.
Sus días no cambiaron mucho con la imposición del aislamiento. Antes, escribía y pasaba el tiempo metiéndose en discusiones de Facebook. Un problema de equilibrio la había llevado tiempo atrás a retraerse de su vida de militancia feminista y política activa. Cuando empezó la cuarentena leyó la recomendación de armarse la rutina y así lo hizo. “Hay gente que te recomienda que no te exijas nada. Ese no es mi estilo”. Se levanta muy temprano. Nada de quedarse en piyama. Hace gimnasia tres veces por semana. Se ocupa de tener todo desinfectado. Se prepara la comida, cosas más elaboradas que antes. También recurre a Netflix, relee novelas. Habla con amigas. Empezó a escribir un diario de la cuarentena que publica en Facebook y sigue con una novela. “Mi vida no es muy distinta”, insiste.
--¿Qué es lo que más extraña?
--El contacto directo con la gente, sobre todo con mis hijos y con mis nietas.
Ana Lia resume así la falta más grande para todo el mundo. La cercanía con otro ser humano. A Celeste, por ejemplo, ver a los que quiere es lo único que le pesa del aislamiento forzado. Ella es de las que están casi mejor que antes. A los 48 años, divorciada y madre de dos hijos grandes, se siente feliz por estos días.
--Tengo mucho tiempo para hacer todo lo que me gusta hacer. Desayunar súper tranquila como si fuera siempre domingo. Tener tiempo de cocinar, que a mí me encanta. Terminar cosas pendientes que me llevan mucho tiempo. El otro día estuve haciendo un espejo y mueble del baño con mosaiquismo. O tenía un montón de lana que me había quedado y se me ocurrió empezar a tejer y estoy haciendo cubrecamas.
Celeste es artista plástica y trabaja con tareas administrativas en una escuela. No tiene tareas desde que empezó el aislamiento. También daba clases de gimnasia.
--En el gimnasio se cortó todo, antes de que larguen la cuarentena. Y decidí empezar con lo virtual. Primero salió porque alguien me dijo por qué no daba clases y empecé para hacer algo yo. Y después me pidieron que pase el cbu y así empecé a dar clases por ese medio. Es una manera de compensar lo que ganaba en el gimnasio, incluso capaz que gane más.
De domingo a lunes da clases virtuales, entonces, y además los sábados se impuso la rutina de vestirse, maquillarse y perfumarse como para salir; cocinarse algo rico e invitar a sus amigos a compartir la cena con ella. Incluso, logró empezar algo nuevo: estudia italiano.
El vínculo con su novio también va sobre ruedas. “Hablamos. Nos mensajeamos todo los días. Hacemos video llamada. Tampoco nuestra relación era que nos veíamos todos los días. En general era el finde”, dice. “Hace mucho que aprendí a estar sola”, cuenta en la línea de ese aprendizaje que plantea Lagarde.
--¿Cómo ve el panorama?
--En algún momento me agarró angustia de tener que volver a la rutina, a interactuar. No tengo ganas de volver. Esta, mi casa, es mi zona de confort. Pienso que la rutina volverá en septiembre, a largo. Me hice a esa idea. Y tampoco tengo apuro.
Para otras personas, en cambio, sí hay apuro por volver, porque vuelvan los encuentros, el día a día con compañeros de trabajo, las reuniones y los intercambios cara a cara. El sueño es uno de los grandes alborotados por estos días: insomnios, pesadillas, trasnoches perpetuas. Algo de todo eso le pasa a Ignacio, estudiante de artes plásticas de Caballito, que se acomoda, semana a semana, día a día, a la nueva situación.
--Yo necesito el contacto humano. Hago un laburo sindical muy fuerte en el colegio Nacional Buenos Aires, donde trabajo. Soy no docente, y ahora no hago nada. Sí tengo laburo en lo sindical. Medio gremialmente entre la obra social y la gente. Ahora hay laburo de una manera complicada. Porque siempre es un trabajo cara a cara. Entonces falta eso y la mente se desordena un poco. Pero no me puedo quejar, hay gente que la está pasando mal.
Su rutina aproximada es levantarse, desayunar, revisar el teléfono cada tanto. Tocar algo de música. Trata de respetar la comida del mediodía. Sigue con la facu: cursa las mismas materias, “en teoría” con los mismos horarios. Y después, a la tarde-noche, yoga.
Ignacio vive con dos gatos con los que comparte su pequeño espacio: “son de acaparar mucho”. Extraña el sol, el aire; siente más que nunca el encierro de vivir en un departamento interno.
Sus perspectivas son negativas a nivel general. En lo personal, dice, es un momento de cambio enorme: “Se está transformando todo tanto adentro mío, que no sé. Creo que saldré mejor de lo que entré. Eso me tiene ansioso, pero medio angustiado”. El trabajo personal, ya sea con terapia, meditación o apelando los recursos que la vida le hizo transitar a cada persona, es central en muchos por estos días, como dice la Lic. en Psicología Vita Escardó (ver aparte). Para otros, el aislamiento es un tiempo que no da respiro.
Angustia, ansiedad, culpa. Los primeros días de la cuarentena de Matías fueron abrumadores. Recién la semana pasada logró salir del shock. Se dormía a las siete de la mañana. Se negó a todas las propuestas de ser productivo. Se resistió al entrenamiento por Zoom en su club de jockey, no sin una gran culpa. No tomó sus retrovirales (vive con vih).
--Suelo estar muy ansioso, sumado a que las noticias no ayudan. Te vas enterando que tal persona está mal de plata. Hay muy pocas buenas noticias. Recién esta semana me siento más estable. Voy a tratar de vestirme todos los días. Voy a tratar de organizar los horarios. Recién estoy volviendo. Decí que tengo patio pero cuando me agarra la ansiedad… Es como una sensación de que algo falta, de que estoy velando lo que quería hacer, el torneo, el trabajo. No estuve trabajando nada.
Matías tiene 32 años, vive en las afueras de La Plata y trabaja en la legislatura provincial. Esta semana empiezan las reuniones de comisión virtuales y eso le permitirá ordenarse, dice. Si siempre tener trabajo es un valor en sí mismo, hoy cobra nueva dimensión, no solo por la necesidad de seguir generando ingresos, sino por el hecho simbólico de que un orden externo marque algunos ritmos. “Las personas que tienen trabajo la están llevando muchísimo mejor porque el día tiene algún modo de organización. Las personas sin tareas no saben qué hacer. Trabajo mucho en el consultorio la cuestión de organizarse, de levantarse temprano, de cambiarse, de comer saludable, a las horas, hacerse comida. Son parte de las indicaciones que trabajamos en el campo de la salud mental para toda la población pero fundamentalmente para personas solas”, dice la doctora en psicología Débora Tajer.
Matías también empezó a sentir miedo de enfrentar situaciones que antes eran cotidianas. “El jueves que viene veré a la infectóloga. Hace mucho que no voy al centro y me da miedo ir, por cómo estará la calle… A mí me pegó así. Hoy estoy más alineado, más firme, con adaptarme a esta realidad que no sé cuándo va a terminar, así que me parece que lo mejor es adaptarse”.
El miedo tiene una presencia tan fuerte como el virus mismo. Paulina también lo siente en su dos ambientes en Balvanera. El temor a salir a la calle la agota. Le cuesta mucho el protocolo de limpieza, así que sale una vez por semana, lo mínimo. De lunes a viernes trabaja, mucho, de 10 a 18.30 hs, después hace gimnasia, habla con alguien, come y se acabó el día. “Me siento encerrada”, dice, en un departamento que siente chico (aunque antes le resultaba perfecto) a pesar del balcón a la calle.
--Al principio estaba tan preocupada por volver operativo lo que estábamos haciendo en el trabajo que no me di cuenta mucho del tiempo. Caí después de tres semanas. Los domingos son los días que más me cuesta porque de lunes a viernes trabajo, el sábado hago compras y el domingo es una mezcla de ‘qué bueno, descanso’, y de angustia, de caer en la cuenta.
La cuarentena pesa. Todo le cuesta. “Me cuesta bastante vincularme con otros, lo necesito, pero por pantalla, celular, me agota, entonces termino aislándome”. Para algunas cosas se siente más lenta y para otras más lúcida: “Es una gran pausa en la que puedo profundizar sobre algunos pensamientos. Más profunda para los vínculos”.
Además del contacto físico, Paulina extraña ir a tomar cafecitos a bares, ir al teatro, al cine. La libertad, en definitiva. La respuesta por el futuro también es oscura para ella. “No lo veo muy bien, pienso que vamos a estar dos años más así. Que va a morir gente y muchos se van a quedar sin trabajo. Y los vínculos también van a cambiar”.
Se aconseja pensar que esto, a lo que recién nos estamos adaptando, será transitorio. Difícil vivir en el presente perpetuo, más en soledad, donde los pensamientos pueden llevar por caminos pesadillezcos. “A lo mejor este un momento para encontrarse con uno mismo, une misme. No es tan grave. Pero aunque no sea grave no es tan fácil tampoco”, dirá Tajer. Un momento para aprender cómo no sentirse desolado ante tanto desamparo exterior.
Las variables
Es difícil generalizar cómo pasa la cuarentena la gente que vive sola. Depende de muchas variables. “La edad, es distinto si es una persona anciana que un joven de mediana edad. O alguien que está solo pero visita hijos porque está divorciado. O si es una mujer sola, que tiene que salir a asistir a madre o padre ancianos. Qué tipo de vivienda, no es lo mismo vivir en un monoambiente que en un lindo departamento con balcón terraza. Eso desde lo externo”, dice Lic. en Psicolocía Vita Escardó, codirectora de la carrera de Psicología en ISalud
Pero como factor común, dice Escardó, es central cuál es el vínculo que cada persona que está sola tiene con su mundo interno. “Si está habituada a transitar ese mundo interno y a lidiar con los aspectos más sombríos, más conflictivos, y tiene recursos para eso, o si no tiene esa capacidad, ese entrenamiento y se encuentra con las condiciones de aislamiento que en general exacerban aspectos más regresivos. Además también las emociones se sobredimensionan y las posibilidades de contención no son las mismas. Depende de qué grado de organización interna se de. Si organiza sus tiempos para manejar cierta rutina o si transita un estilo más caótico, de abandonarse a lo que venga. Pero sin dudas depende de muchos factores. Lo que sí es central es el vínculo con el mundo interno. Algunos pacientes por ejemplo han hecho procesos de transformación, trabajando en terapia pero además con su propia conflictiva, indagando sobre su inconsciente y su mundo, y alguna gente no. más bien trata de seguir manteniendo vinculación con el afuera y más dependiente de mirar series o alguna cosa que lo saque de su propio mundo interno”.
¿Cómo se construye el mundo interno y cómo podemos trabajarlo durante la cuarentena? La especialista explica que la construcción del mundo interno se da a lo largo de toda la vida. “Son las sumatorias de vivencias, imágenes, emocionalidades y la historia de todos esos elementos más los vínculos de toda nuestra vida. Lo que no siempre se mantiene igual es como narramos o qué conciencia tenemos de ese mundo interno. Si pudiéramos decir que es un paisaje, cómo transitamos sus aspectos más oscuros, más dolorosos. Los símbolos con los que nos vinculamos, las asignaciones que hacemos con las cosas y personas que nos rodean, o a las que observamos. Requiere de ser consciente de esa construcción para llamarla mundo interno. Durante la cuarentena podemos modificarlo. Nuestro mundo interno se va construyendo ahora a partir de esa realidad, va incorporando ese paisaje lo que estamos viviendo. Y por supuesto que operamos sobre ese mundo interno con la perspectiva que esta vivencia tan intensa nos da ahora”. Para eso, Escardó recomienda “tomarse a una misma con humor. No perder vínculo con les demás, con el exterior, el trabajo y con lo creativo”.