“No puedo hablar, pero estoy conforme con las medidas”, dice Cintia, y señala un reloj imaginario en su mano. Es casi mediodía. Ella habla mientras camina, va rápido. Recién salió de la Municipalidad y sube a un coche. Es la única persona que se ve apurada en la ciudad, donde a las 13 horas cierran los estudios contables, las escribanías, los consultorios médicos. Después de mediodía Baradero entra, podría decirse, en un modo de siesta provinciana permanente. “Y a partir de las 18 no ves a nadie en la calle, nos adaptamos a los horarios”, cuenta José Cabañas, antes de subir a la bici para volver a su casa. Es agente de policía y sale de su guardia municipal, cuando se detiene para contestar la consulta de PáginaI12.
En esta nueva vida a la que nacemos, en pandemia, lo cotidiano comienza a ofrecer un nuevo perfil de sociedad. La que se gesta, con el tono y el ritmo que impone el distanciamiento social. Puede verse en los distritos que iniciaron la apertura de la cuarentena. Baradero es uno de esos distritos, en la provincia de Buenos Aires donde comenzaron a funcionar actividades no esenciales. Sus vecinos, entrevistados por este diario, cuentan cómo mantienen la zona “desinfectada” y, al mismo tiempo, reflexionan sobre esta nueva vida, en modo pandemia.
Ya en la ruta, cuando uno va llegando a Baradero se percibe una prolijidad de película futurista. No hay bullicio del factor humano. Solo camiones, camionetas de traslado de mercadería, y muchos vehículos particulares. No hay puestos de productos regionales a los costados. Ni parrillas. Los carteles de “frutillas”, “limones” o “choris” plantados en las banquinas anuncian en vano, los puestos están vacios. El corredor de la Ruta 9 ofrece en Baradero, en el desvío que media entre Zárate y San Pedro, una particularidad, una ciudad donde no hay coronavirus.
La ciudad desplegó una estrategia sanitaria a cargo de un Comité de Crisis que es estricto en los controles. Toman la fiebre a cada persona que ingresa a la ciudad y fumigan sus vehículos, en un “arco sanitizador” a modo de bienvenida. Incluso hay terraplenes que impiden el acceso por las rutas locales. Cuidan su estatus sanitario y no tienen casos de coronavirus. Aunque hay sospechas y saltan alarmas con algunos transportistas que llegan a la ciudad, Baradero exhibe su credencial de zona libre de virus.
Algunos arriesgan: “Somos una ciudad que está campo adentro, no sobre la ruta, y eso ayuda”, dice Romina Fernández que se crió en el campo y vive en la ciudad. Otros lo adjudican a “las medidas preventivas tomadas en los geriátricos”, una semana antes que a nivel país. Y destacan también la respuesta de la sociedad civil.
El Comité de Crisis es un ejemplo de la nueva modalidad. Allí convive el municipio con Bomberos Voluntarios y la Sociedad Rural. La salud pública y privada forman una alianza de trabajo: el sistema público atenderá toda afección de coronavirus. El privado, lo demás, desde partos hasta accidentes de tránsito, que en Baradero eran de nivel superior a lo normal. “Había muchos y eso ahora bajó”, como efecto positivo de la cuarentena.
Hay movimiento en la ciudad. Se ven comercios abiertos además de farmacias y ferreterías: son ópticas, casas de ropa, venta de materiales de construcción. Hay gente haciendo cola en lugares de pago, con la distancia óptima. Todos con tapaboca. Los coches van y vienen. Hay muchos, pero transitan con ritmo de siesta de provincia, cuando en verdad es la mañana de un viernes.
Hoy en Baradero todo parece funcionar aletargado, como en cámara lenta. Faltan niños en las plazas. Falta color en la ciudad. La gente circula en calma pero atenta. Algo de puesta en escena, de movimientos aprendidos, se observa en las calles, como si la vida cotidiana habitara una dimensión imaginaria donde se imponen la cautela y, por supuesto, la distancia.
A pesar del frío, los que caminan por la plaza disfrutan la tibieza del sol de mayo. La ciudad está administrando su funcionamiento. “Es difícil”, “cuesta”, dicen los vecinos. Pero se adaptan al requerimiento y transitan la apertura por tramos, a consciencia. Respetan los tiempos que impone la emergencia. Entran y salen de algunos edificios. Cruzan la plaza, frente a la Municipalidad. Del otro lado, está la iglesia. En una esquina, el café. Todo cerrado, salvo los lugares habilitados. En los bancos y lugares de pago hay gente haciendo cola. Y en sus veredas se ven las marcas que indican el distanciamiento.
En una moto viaja junto a un mayor, un niño, con tapabocas de colores. “Irán a un trámite”, advierte un vecino. “Cuesta, pero todos estamos haciendo lo correcto, por eso funciona”, agrega el agente Cabaña. “En mi barrio cuesta más --detalla--, alguna gente anda sin barbijo. En el almacén le dije al dueño que ponga un cartel para que no entren sin barbijo. Y que él también use. Para cuidarnos entre todos. Le hablé como ciudadano, no como policía, y me hizo caso”, cuenta con orgullo. Y sube a su bicicleta.
Todavía no hay salidas recreativas en Baradero. Pero junto a la nueva tanda de comercios, se habilitaron con turno y por las tardes las peluquerías y los lavaderos de autos. También los consultorios médicos. Las cuadrillas de la municipalidad recorren los comercios. Controlan. Entregan barbijos y alcohol en gel.
La ciudad concentra fábricas de galletitas, aceites, autopartes y químicos. Entre las medidas de prevención se destaca la indicación de cuarentena para los transportistas, un rubro con mucha población en la zona, y un protocolo de convivencia en familia. “Mientras sean asintomáticos no se hace aislamiento”, explican desde la Dirección de Relaciones con la Comunidad municipal. Esa dirección mantiene una línea de seguimiento. Y aunque hay reclamos “se respeta”, cuenta Natalia Negre directora del área.
Dividir el gabinete fue otro de los aciertos de gestión en el municipio que lidera Esteban Sanzio. “Una línea siguió los servicios esenciales y otra las asistencias”, señala Negre. Además hay una línea de asistencia psicológica muy utilizada por los vecinos. Y el armado unificado para el sector salud con el que se preparan para los casos que pudieran ocurrir.
En los barrios
“En el barrio es mas difícil porque los chicos quieren salir, no ven el problema”, explica Romina Fernández. Es maestra jardinera y vive lejos del centro. Frente a su casa hay grandes terrenos ideales “para un fulbito”. Sin embargo su hijo Axel, de 12 años, no puede ir. “Incluso pasó su cumple en cuarentena, pobre, pero es la única manera para evitar que se propague, no circular, mi marido trabaja en la construcción por eso sale, pero yo solo salgo cuando voy al colegio a entregar materiales. Mis padres viven en el campo acá cerca, y si tienen que hacer algo los ayuda mi hermana. Ustedes son las primeras personas que entran a esta casa desde que empezó la cuarentena”, detalla Romina al equipo de PáginaI12.
En los barrios, por las noches, circula un camión regador. Fumiga con solución de agua con hipoclorito. “No es fácil”, admiten en la municipalidad. Pero concentran los esfuerzos en que sea posible.
En el centro
Todo funciona con la luz del sol. Salvo el rubro gastronómico. Algunos comercios pueden entregar a domicilio, hasta las 23. Pero no todos tienen delivery. Hay muchos locales cerrados. Por caso, las cervecerías. “Los gastronómicos nos estamos fundiendo por los altos costos de los locales y los insumos, agua, luz y gas”, dice Martin Pousa, dueño de la pizzeria Martineza y presidente de la Cámara Gastronómica de la ciudad. Destaca la actividad que los movimientos sociales realizan en los barrios alejados del centro: “Funcionan los comedores y los merenderos, más la tarjeta alimentaria y el bono de la emergencia, la asistencia está funcionando” detalla. Pero aguarda una nueva reunión con el municipio, para que bajen las tarifas y los alquileres, y no tener que despedir a sus cinco empleados ni tener que cerrar su Martineza en forma definitiva.