Jorge tiene 73 años y toda la vida tuvo bares. Comandó durante 25 años la concesión del boliche de la terminal de ómnibus del pueblo y luego se dedicó a su querido "El Amanecer". La pandemia del coronavirus lo sacudió y cuenta su hijo José que bajar las persianas en marzo le provocó un pico de estrés y terminó internado. “No está acostumbrado al encierro, a la casa solo va a comer y dormir”. Así de dura es la cuarentena, el “encierro”. A ambos los atraviesa una paradoja, viven en Centeno, una localidad de 4 mil habitantes a unos cien kilómetros de Rosario, que cuenta con una profusa flexibilización, el 80 por ciento de la actividad local según el presidente comunal Juan Gufi. Pero no hay caso, el bar no reabrirá por un tiempo. Lo saben y sufren.

La cuarentena que anunció el presidente Alberto Fernández el 20 de marzo agarró a Centeno en plena organización de un evento por el Día de la Mujer. “Teníamos los tablones listos y los pollos en la parrilla”, recuerda Gufi. En un puñado de días hubo que bloquear ingresos, colocar un arco de desinfección para vehículos y cerrar comercios. La comuna reconvirtió el hotel Güemes en un centro de aislamiento con 23 habitaciones y 46 camas, y el albergue que administra la familia Lipnik, los hijos de un reconocido médico del pueblo, cambió su fisionomía. Centeno es un pueblo rural, por lo que la plenitud de la cosecha determinó exámenes intensivos a los camioneros que arriban, especialmente, desde Buenos Aires.

Centeno no tuvo contagiados por coronavirus. Tomó los recaudos, cumplió los protocolos del caso y controló que los 17 habitantes que habían viajado al exterior respetaran la cuarentena obligatoria de catorce días. Se paralizó todo el comercio, los cinco supermercados grandes, las dos farmacias, los dos bancos y la clínica.

Demasiados sobresaltos para la localidad cuya nombre está asociado, al menos en los últimos años, a SanCor. La lechera inauguró su planta en 1967 y unió familias en el pueblo. Tras ocho meses de incertidumbre, los trabajadores de la firma láctea evitaron su cierre en 2017 y la empresa fue comprada por la bonaerense La Tarantela. De una planta de cien empleados, retiros voluntarios mediante, se bajó a 42 activos más tercerizados. Pero la lechera sigue siendo un pilar para el pueblo. Horacio, uno de sus trabajadores, contó que la fábrica no cerró y se movió normal en esta era. Cumplió protocolos y dividió la tarea por turnos en las primeras semanas. Si bien no sufrió un parate, los dueños debieron meter un giro de 180 grados y modificar la producción. Abastecían de queso en barra y muzzarella a unas 200 pizzerías de Buenos Aires y Capital, pero “se frenó todo”. Por lo que en tiempo récord, instalaron una línea de queso cremoso para zafar. “Al no ser una actividad esencial no recibimos ningún ayuda, pero la venta se trancó terriblemente, se pagó con normalidad sin la ayuda de nadie”, destacó Horacio.

La otra piedra angular del trabajo del pueblo es Abut, una firma de transporte y logística que emplea a 80 personas. Allí trabaja, en uno de sus cuatro empleos, Luisina, psicóloga. La profesional tuvo que suspender clínica y consultorio en Centeno y en Díaz, otro pueblo muy chico de la zona. Ahora tiene permiso para volver, pero espera mayor claridad en lo que respecta a requerimientos. Trabaja también como facilitadora de la convivencia en la escuela secundaria, desde donde le toca en estos tiempos ir a la casa de alumnos sin internet ni teléfono. Sin acceso a una educación remota, en definitiva. A esos chicos les lleva las tareas personalmente, caso contrario algunos profesores dejan la tarea en la escuela y los chicos pasan a retirarla. “Hay una situación socio económica que requiere nuestra presencia”, confía.

Luisina aclara que, por características geográficas, los controles férreos que el gobierno provincial entabló en otros lares no se vieron con peso en Centeno. “Al ser un pueblo, todo lo que tiene que ver con el Estado y control no lo vemos. Hay puestos e inspectores dando vueltas, pero no tenemos una policía que te lleva a tu casa si cometiste una infracción. Me recuerda a la dictadura, donde la gente creía que no pasaba nada, porque no lo vivía, no lo veía. Esto a mucha gente no le parece importante, se siguieron juntando, hubo reuniones sociales, denuncias, pero no pasó nada”, repasa la psicóloga.

Centeno fue alcanzado en los últimos días por las primeras medidas de flexibilización dispuestas por el gobierno provincial. Los pueblos con menos de cinco mil habitantes liberaron peluquerías, el comercio minorista, la construcción privada de baja escala y las caminatas saludables. El pueblo vuelve a ser el pueblo. “Estamos controlando de cerca, si vemos gente juntándose en una esquina vamos a suspender las caminatas, pero toda la semana se cumplió. Acá hacés cinco cuadras y tenés un camino rural, por eso no hay problemas para estar lo más distante del otro posible”, cuenta Gufi. Solo resta liberar gimnasios, la actividad en los clubes Defensores e Independiente, y las escuelas. Y el bar de Jorge y José, claro.

Claudio, uno de los peluqueros de Centeno, no da abasto. Entrega turno para la semana que viene porque desde que retomó su actividad se vio desbordado de trabajo. Sufrió “altibajos emocionales”, pero ejercer la profesión lo devolvió a su centro. “Estoy totalmente colapsado”, se ríe. El rubro se habilitó y le cambió el humor. “En un pueblo la cosa es mucho más pasable”, concede. Casas de patios, con terrenos grandes, junto a su esposa y dos hijos aprovechó para recuperar tiempo valioso. Cerró durante más de un mes y tuvo “40 días con la caja en cero”. Como el local se encuentra en el frente su casa, zafó el alquiler, pero arranca con un piso de 13 mil pesos mensuales de luz y agua. Se alivió cuando retomó, el miércoles. Tiene una cartera de clientes de 300 personas y suma 20 cortes al día. No descansa, cumple ocho horas en dos turnos. Porque a la siesta sagrada en los pueblos se la respeta. Y tiene bien en claro también que volvió porque su oficio “cumple otra función”. ¿Cuál?, le preguntó Página/12. “La de charlar, acá uno se desahoga, tenemos un relación casi de amistad”.