La tentación de evocar Garúa mientras circulo sin permiso hacia el confín de los mares donde las tortugas sostienen al mundo besándose con dos elefantes parece irremediable. Tarde o temprano el tango te hace sucumbir y te adentra en lo más hórrido y hermoso de la condición que somos: criminales que esperan desarrollarse como las cigarras bajo tierra hasta explotar un día, trastornados felices, borrachines en cuotas, misteriosos canallas potenciados por el mal de copiarse modas, guerras, violaciones, poemas, armas, arte. Todo en una bolsa siniestra que regalamos a nuestros niños en Navidad. Parece 24 de diciembre afuera: dejaron las luces encendidas del Parque y hay guirnaldas lumínicas sobre los árboles, pero todo envuelto en una garúa que atenúa el paisaje hasta borrarlo no definitivamente, pero que deja en los ojos un aura empañada. Las modelos desde los afiches están sonrientes: son del otro mundo, del de antes, cuando nos besábamos y tocábamos los picaportes de las casas sin miedo a morir con los pulmones resquebrajándose. 

"Así quedan", grafica un médico mostrándome por guasap una bolsa de nylon estrujada para infligirme pesadillas. Se hace el amigo, pero la inquina de haber conocido a su mujer antes que él hace que me quiera fracturar la fe en mi fe de no tener miedo a morir. Le mando una foto de joven, abrazado a ella bailando en una fiesta junto a él. Silbo Soledad o El día que me quieras para alejar la mufa. Borro su envío de un diablito sonriente. 

A nadie importan ya las disputas, ni la filosofía ni los cuernos o lo que haga o deje de hacer la Tierra en sus giros: mis acreedores y deudores están empatados y empantanados en un partido perdido para todos. Otra vez el Conejo de Hule con Cara de Luna ha salido de su madriguera y se me planta para que lo recoja. 

—Subí que te llevo –me dice cuando ingresa al auto. Una peli de Carreras sensacional era esa. Con Sandro y unas minas que ya se murieron todas.

—Buen día –le recrimino por su ausencia de saludo. 

—Ah, pibe ¿te pusiste la gorra? 

No hay saludos, ni tres ni cuatro: sólo es desolación, muerte y esperanza. 

—¿Te gusta la mezcla? Es como maridar alcoholes diferentes: terminás en pedo y no podés escribir ni una letra buena de tango. 

—¿O si? –interroga–. Yo estoy mirando lejos, sobre el Laguito. ¿Ves lo que yo veo? –Le digo señalando con el dedo. 

—Sí, sale de vez en cuando. La sombra o figura o espectro de humo aparece como una nube que se aposenta entre la isla y la orilla. 

--Adivina adivinador –dice intrigante el Conejo de Hule con Cara de Luna silbando por lo bajo divertido. Enciende un join. Ahora llueve demasiado como para seguir. Detengo el Corsa.

—¿Qué carajos es eso? Me golpea con su patita marrón. 

—Más respeto, che, esperá y vas a ver que no es ningún carajo. Se acerca al tablero y pone sus dos garritas cruzadas, como orando. El agua despide un vapor y se empieza a oír un ¡bandoneón!... Silencio de un codazo al Conejo que empieza a rezar y bajo la ventanilla: un Troilo gigantesco hecho de humo, vapor del cielo, sentado en una silla blanca toca Garúa. Es de las formas inusuales de una nube pero vaporosa y casi transparente, como de neblina, y es auténticamente el Gordo con su fuelle.

—Ya nada es lo que es ni lo que será... Ya nada importa y todo es distinto y mejor o peor pero amplio como una gama de pigmentos interminables –el Conejo murmura mirándome alternadamente a mí y a la silueta. Me echa el humo. Busco en la guantera el samsung para eternizar el momento. Un manotazo conejil me redime. 

–No sea chambón, hombre. No sale en las fotos y además es como querer tener un pedazo de los clavos de Cristo, los ojos de Tutankamón, los dedos de Tizziano, la púa de Hendricks, las tetas de la Gioconda --escucho al Conejo como si me murmurase algo desde dentro de un tubo. He caído en un letargo que me impide mantener los ojos abiertos.

Es para que no veas ni recuerdes, ni sientas nada, como si fuese el sueño de un sueño. Me sopla con su aroma. Duerme pequeño idiota, duérmete con el último acorde de Garúa que el mañana será para bien o para mal pero no esto horrible y previsible. 

Circo Beat, Circovid 19, que veinte años no es mañana y febril la mirada errante en la sombra te fuiste un día María para no volver. Misheta, Niní, Malena, el amor es algo tan poderoso que sólo lo puedes dejar cuando mueres, pequeño saltamontes, ahora te dejo un beso en cada mejilla para que despiertes en tu camita y sea la gotera quien te llame, no este último acorde final tan triste como era el Gordo, fúnebre y feliz con la dosis de la vacuna para el corona que ha desarrollado sin saberlo con cada abrir y cerrar de su bandoneón espectral, levantate despacio ahora pequeño hombre idiota cavernícola ilustrado, proveedor de palabras para los diarios y las canciones, empecinado en encontrar algo en las oraciones que no sirven para mucho, arrepentido de vivir con el mote de escritor indispensable, empujado a seguir a pesar de estas guerras invisibles, donde te creés eterno y protegido porque claro, Troilo ha salido desde el fondo de las aguas tocando Garúa con la cura de todos los males y los estornudos, y te habrá de dejar en tu mesita de luz un clavel que nunca se habrá de secar por los siglos de los siglos amén. Y recién ahí, cuando despiertes, podrás escribir el mejor y último poema de un hombre que sabe que puede morir y no le importa, porque el Gordo querido con un soplo de su fueye ha espantado todos los males de este mundo.

 

[email protected]