En estas últimas horas no pasó nada que no se conociera con suficiente anterioridad.
Nadie informado en dosis elementales pudo sorprenderse por la prolongación flexibilizada del aislamiento social, ni por la aceptación ¿transitoriamente? escasa de los acreedores internacionales ante la oferta argentina.
Sí se ratificó que el Gobierno está al frente y no detrás del comando de situación.
Al cabo de admitirlo habrá acuerdo o no, parcial o total, respecto de cómo está haciéndolo. De qué le alcanza y cuánto le falta. Pero no es legítimo poner en duda que hay gobernando una imagen de autoridad. Una gran mayoría de los argentinos se muestra de acuerdo, inclusive en las encuestas opositoras.
Habilitemos ciertas reflexiones en torno del tema. Relación entre ideas y ejecutores.
El domingo pasado se publicó aquí una muy buena entrevista de Eduardo Febbro, nuestro corresponsal en París, al sociólogo francés Michel Wieviorka.
Algunas consideraciones --ya resaltadas en comentarios de los lectores de PáginaI12-- podrán estar teñidas de una visión excesivamente global o europeísta, según fuere, con típicas miradas prejuiciosas acerca de “los populismos”.
También merece ponerse en debate que el Poder esté pagando “el precio de años y años de falta de preparación y despreocupación”, porque podría oponérsele que sí se preparó, y cómo, para generar este sistema de exclusión social y sobre-explotación.
Pero hay otros conceptos que disparan provocaciones atractivas y necesarias.
Uno de ellos, aunque se estime obvio, es el registro de que con la pandemia hemos descubierto “categorías” olvidadas, como la de los ancianos que mueren en asilos, la gente muy pobre, los presos, las profesiones mal remuneradas e indispensables. La cajera del supermercado, los repartidores, los recolectores de basura (y vaya si cabe agregar a los trabajadores de la salud, en el primer puesto de la observación y elogio colectivos).
Todos los que tornan visible aquello de lo cual no se hablaba. O, también corresponde añadir, aquellos sistemáticamente ignorados por los medios de comunicación que son parte primaria, constitutiva, del poder establecido.
Habrá que ver en qué redunda tal “redescubrimiento”, pero por lo pronto Wieviorka alude a ese mundo que ahora se plantea si no hacen falta Estados más fuertes, más redistributivos, con mayor intervención en las economías.
Arriesga que conquistar el universo que se tambalea, o resignarse a que vuelva a ser como antes, depende más de una “democracia de combate” que de una revolución. Y sintetiza que para eso no son ideas las que faltan, sino figuras, líderes, actores políticos, con suficiente legitimidad y credibilidad para llevarlas a cabo.
Será asimismo discutible, como toda hipótesis, que no son ideas las que faltan. Sin embargo, con seriedad intelectual, nadie pondría en duda lo imprescindible de conductores y referentes capaces de vehiculizar el ideario que exista o esté por venir.
En ese sentido, Argentina marca una clara diferencia en el escenario de su región. Y no se la extiende más allá sólo por razones del, tal vez, falso pudor de reconocerse en el traste del mundo.
Basta constatar que, aun sin perder de vista los tamaños económicos y las características demográficas, la comparación no es sólo contra Bolsonaro, sea que se lo juzgue como un demente, como resultado de una clase política desquiciada o como ambos productos.
Y ya que de Brasil se trata, vale preguntarse si está tomándose nota de que nuestra vecindad puede tornar dramático el caos sanitario y organizativo que sufre. La peste parece estar allí fuera de control.
¿Dónde quedó el papel "rector” de Estados Unidos? ¿Cuál respuesta ejemplar ofrece al orbe el todopoderoso Imperio, y cuáles las naciones de esa vieja Europa que parece estar viejísima?
Con toda la modestia geopolítica que es menester, por acá ocurre que hasta los energúmenos más preciados, así sea en voz baja, deben admitir la labor eficiente que condujo al dichoso aplanamiento de la curva. La reacción a tiempo. El reequipamiento de hospitales y centros de atención frente a la emergencia. La articulación con gobernadores y jefes de distrito.
Ni siquiera la brutal agresividad de medios, trolls y delirados que responden a la militancia del odio pudo ignorar ese aspecto.
Debieron concentrarse en yerros graves pero circunscriptos, como el del viernes en que se agolparon jubilados y asistenciados a la puerta de los bancos.
Tuvieron que producir el invento colosal de una banda de asesinos y violadores liberados; caer en el grotesco inenarrable de llamar a una marcha contra la llegada del comunismo y, con una falta de originalidad que ya aburre, meter a Cristina y La Cámpora en todos los mejunjes que se les ocurran.
Como si fuera poco, frente a la propuesta del Gobierno a los bonistas hubo una catarata de apoyos desde el mismísimo establishment por mucho que, como advierte Carlos Heller, lo que en rigor respalda la crema del empresariado es llegar a un arreglo sí o sí. Es decir que, si el grueso de los acreedores terminara aceptando la oferta, bienvenido sea; pero, en caso contrario, reclaman consentir sus exigencias para evitar el default a cualquier costo.
Ninguno de los méritos gubernamentales relega a componentes muy preocupantes.
Hay cuestiones puntuales, como la expansión del virus en villas de emergencia (aunque eso ataña además, o en cabeza, a los responsables jurisdiccionales: ¿cómo justificar que en la ciudad más rica del país no se haya prevenido con acciones más decididas lo que iba de suyo?).
Y hay otras tramas más “globales”, como el fondo y la forma de resolver que crisis y circunstancia pandémica sean afrontadas en primerísimo lugar por los enormes grupos del privilegio.
Para no ir muy lejos, ¿es aceptable sin más ni más o es extorsivo que grandes emporios impongan reducción de salarios en canje por evitar despidos? No hablamos de pymes acogotadas, sino de sectores a los que les sobra paño para resistir un momento que se transformó en etapa.
Sin embargo, interrogantes como ésos no perjudican la certeza de que el país está en las únicas manos posibles para atravesar el tsunami y el después (son prácticamente lo mismo si es por consecuencias terribles, a las que Argentina ya sabía que debería acostumbrarse tras el período macrista. Es, sí, un diluvio pegado a otro).
Hay una alianza gobernante que, con todos los bemoles que quieran encontrársele, dispone de algunos liderazgos, conducciones y referencias sociales sin cuyo concurso no hay idea realizable que valga. Y si no se puede implementar, nunca puede ser una buena idea. Como en cualquier orden de la vida.
En fundamental medida, ésa es la angustia de la oposición silvestre que se expresa a través de sus medios comunicacionales: no tiene absolutamente nada distinto para ofrecer ni muchísimo menos con quiénes, que no termine en los efectos ya comprobados después de los devastadores años de ex Cambiemos.
No es un altillo y ni siquiera alguna pared sólida para sentirse confortados. Debería ruborizarnos, si sintiéramos algo así, frente al crecimiento de pobreza y miseria, junto con la zozobra de muchas franjas medias y medio-bajas por más asistencia que el Estado resuelva o intente.
Pero sí es la base más sólida que podía ocurrirnos, en términos de política real. No de fantasías.