Es una road movie de paisajes desérticos y mendocinos, que reúne a su pareja fugitiva entre la salida de la cárcel de él (Nicolás Goldschmidt) y la desobediencia familiar de ella (Guadalupe Docampo). Cada uno proviene de un mundo distinto, con los contrapesos patriarcales que respectivamente interpretan Juan Palomino y un perverso Daniel Aráoz. De esta manera, rasgos de cultura milenaria, de pueblo originario, a la par del terrateniente blanco y su desdén, traman un clima de deriva fantástica y venganza. Las Furias es la nueva película de Tamae Garateguy (Mujer Lobo, Toda la noche, Hasta que me desates), se estrenó en Cine.Ar Play y puede verse allí de manera gratuita hasta el jueves próximo.
“Es sorprendente e insólito estrenar así, pero yo lo veo con buenos ojos, porque me parece que para nosotros, los independientes, es algo bueno. Se pierde la magia de la sala, pero se gana en que llegamos a mucha más gente y a lugares donde no hay sala. Además, se siente la no presencia de los tanques, ocupando páginas y páginas”, comenta la realizadora a Rosario/12.
Entre paisajes y lugares que parecen retenidos en el tiempo, la dupla que interpretan Docampo y Goldschmidt inculca un ritmo de cine, entre reminiscencias de género y algunos efectos gore. Hay una iglesia que bien podría envidiar el mejor western spaghetti. “El pueblo es Laguna del Rosario, queda en medio del desierto. Es un pueblo donde podés encontrar también casas más híbridas, pero las construcciones están hechas con adobe y juncos. La iglesia es antiquísima”, explica la realizadora.
Tamae Garateguy hace en Las Furias lo que no pudo antes, de alguna manera amparada como estaba en la confianza provista por el escenario de Buenos Aires. “Me preparé mucho para esta película, porque para mí era un desafío. Una cosa es buscar e improvisar en lugares de la ciudad, a la que caminé mucho y tengo en la mente. Pero en este caso no conocía nada. Pude hacer un scouting y pasar unos días allá, además de ir hasta La Payunia, uno de los pocos parques volcánicos que hay. Es muy difícil entrar, se filma poco ahí, los seguros casi no te cubren. Y resulta que nos agarró una tormenta eléctrica con granizo, que casi nos rompe los equipos”, señala.
—¿Cómo manejaste esos imprevistos?
—Teníamos trabajado el storyboard, la imagen con el DF (José María Gómez), y con el postproductor de imagen hicimos reuniones, con una puesta de cielo azul y sol rajante. ¿Qué pasó? Tormentas eléctricas. Tuve todo bañado con cielo nublado. Pero, ¿qué me dio a cambio? Los rayos que ves son de verdad. La tormenta se venía, en un momento se largó a llover y luego el granizo. Nos tuvimos que subir a las camionetas y salir. Todo esto para ejemplificar que si bien me había preparado muchísimo y creí que conocía el lugar, cuando llegué cambió todo y tuve que surfear la ola de las inclemencias.
—Pero lograste imágenes que difícilmente hubieses podido prever.
—Es todo real, salvo lo de la camioneta, que tiene las ventanas pegadas cuando ellos la conducen. El guión decía que se levantaba el viento Zonda, ¿cómo lo íbamos a lograr? Ya lo veríamos en la postproducción. El problema también estaba en que a la película la hicimos luego de las devaluaciones y problemas del INCAA, y el presupuesto se nos había achicado a menos de la mitad. ¡Pero se levantó una tormenta de polvo perfecta! (risas), y filmamos los planos así, de verdad.
—A la vieja usanza.
—Sí, el cielo de pompón rosa era así, estaba ahí. Íbamos por la ruta y me dicen por el walkie talkie, “tenemos que parar”. “No”, les digo, “nos va a agarrar la noche, vamos a llegar a las tres de la mañana, decidan ustedes”. “Queremos parar, mirá lo que es el cielo”. Filmamos entonces los planos de la camioneta, con ese cielo. Todo gracias al equipo y su amor al cine.
—El guión tiene una estructura simétrica entre sus personajes, pienso en Aráoz y Palomino.
—El mérito es de (el santafesino) Diego Fleischer, con quien trabajé en Mujer Lobo y en Pompeya. Él siempre está pendiente de las tensiones entre los personajes, de que los antagonistas estén bien construidos, así como de la aparición de la bruja, que es una figura que se contrapone al personaje de Aráoz. Esta bruja tiene sus razones. Él es muy cuidadoso en que todo esto sea claro, y en qué fuerza de oposición se trata.
—El plano de la bruja me hizo pensar en la Lechiguana de Leonardo Favio.
—Mirá qué me pasa. Cuando estoy con el guión y antes de pensar en el scouting, la referencia obligada era ver Nazareno Cruz y el lobo. Yo me dije que lo mío iba a ser diferente, porque a la bruja me la imaginaba con sol, caminando con cielo azul por el desierto de La Payunia. ¿Qué pasó? Llegué y estaban los mismos rayos como los del inicio de Nazareno. ¡Tengo el plano igual! ¡Es la maldición de Favio! Pero bueno, a la película la hicimos en 13 días, y dos días nos llevó ir y venir para filmar 40 minutos en el desierto negro y con esa tormenta. Fue muy exigido.
—Los toques gore los disfrutás de una manera especial, ¿no?
—Me parece importante que la violencia se explicite, porque con tanto ánimo de no mostrarla a veces se lava, como si no existiera. A veces, las historias tienen que demostrar cuánta crueldad hay, y creo que la película logra que la violencia de la opresión, de la injusticia y la impunidad, sea peor que la violencia explícita de un corte, de un golpe, o de algo de sangre que se vea.