El viernes pasado Netflix estrenó la segunda temporada de Dead To Me. La entrega sigue la singular relación de Jen (Christina Applegate) y Judy (Linda Cardellini), dos amigas suburbanas y cómplices criminales. Diez nuevos episodios de media hora que ahondan en la “traumedia”. Ése fue el término elegido por Liz Feldman, su creadora, para explicar una ficción que tiene tanto de comedia oscura como de superación de heridas emocionales. En definitiva, la dupla protagónica está conformada por dos mujeres muy distintas que se vuelven íntimas en tanto cometen acciones que sonrojarían a Thelma & Louise. En una enroscada sucesión de eventos, y aparatoso equilibrio kármico, cada una es responsable de la muerte de la pareja de la otra. Lo cual no va a impedir que se junten a tomar Chardonnay, se apoyen y hagan chistes con múltiples referencias de cultura pop.
Las acciones se inician justo después del cliffhanger que supuso la aparición del cadáver de Steve (James Marsden) flotando en una pileta. El tensor argumental y narrativo de este año es cómo lograrán deshacerse del cuerpo sin dejar rastros, eludir la investigación policial mientras se devela lo que sucedió esa noche. Claramente el tono de este arco resulta menos lacrimógeno y más alocado que la anterior temporada donde pesaba la temprana viudez de Jen. La química entre las actrices, los diálogos afilados y la sororidad, por otro lado, se mantienen inquebrantables.