Las muchas vueltas que la filosofía política contemporánea ha realizado sobre la obra de Antonio Gramsci bien pueden deberse a la novedad que siempre implica una reedición o una reorganización del material que se encuentra disponible de su fragmentaria escritura. Con diversos artículos publicados en periódicos como L’Ordine Nuovo o, antes de allí, en Il Grido del Popolo o Avanti!, el “sardo giboso” fue un intelectual que había pasado de la tendencia socialista a convertirse en la principal figura del PCI, teniendo un juicio acorde a tan alta relevancia durante la dictadura mussoliniana, la misma que lo condenó a “no pensar” por veinte años, sometido y controlado en la cárcel fascista. Como todos sabemos, el resultado de ese encierro han sido los Cuadernos de la cárcel, una colección de textos manuscritos que recogen sus reflexiones en torno a temas puntuales del comunismo y de la política italiana y europea, en general, que lo llevó a proponer diversos conceptos por los cuales pasó a cobrar una importancia decisiva dentro de la así por él denominada “filosofía de la praxis”, nombre con el que rebautizó el saber fundado por Karl Marx. La aparición del tercer y último tomo de la edición local de los escritos de juventud, Il nostro Marx, sumado a la publicación del trabajo filológico de Giuseppe Cospito, El ritmo del pensamiento de Gramsci, sirven para entender, de manera cabal, la importancia que ha tenido y sigue teniendo Antonio Gramsci para el pensamiento socialista (sobre todo, post caída del bloque soviético) o para cualquier otro tipo de reflexión filosófica
En Il nostro Marx tenemos un conjunto de artículos publicados con el objetivo de poder entender las luchas particulares de Gramsci a finales de la Primera Guerra Mundial. Este proyecto de publicación comenzó en 2014 con la aparición de Crónicas de Turín, continuó con La ciudad futura y finaliza ahora con el presente volumen, recopilando así los artículos firmados por Gramsci en un período tan trascendente para la historia occidental como el que va de 1914 a 1918. Si en Crónicas de Turín la nota central era “Neutralidad activa y operante”, artículo de 1914 en donde proponía la oposición a la guerra burguesa e imperialista a través de una resistencia activa, en este tercer volumen, el texto titulado “Nuestro Marx” es el centro indiscutible del último tramo de la Gran Guerra vivido por el sardo. Allí, Gramsci rescata la figura de Marx no ya desde una perspectiva cerrada, que encuentra en él el depositario de algún tipo de verdad revelada, sino uno de los principales pensadores que predispone a la humanidad a reencontrarse con la historia. Es esta apertura frente a los hechos que permite entender algunas sorpresas en los artículos de Gramsci: por un lado, la esperable distancia con respecto a la recién fundada “Sociedad de Naciones”, en donde se sospecha el control e imperio de Francia e incluso Inglaterra para hacer prevalecer su punto de vista (nacionalista, imperialista) con respecto a las determinaciones post-Primera Guerra. Pero, por el otro, Gramsci saluda con alegría a las acciones del presidente norteamericano Woodrow Wilson, encontrando en el accionar de Estados Unidos un modelo de renovación para el anquilosado y aún feudal contexto italiano. Y es que, por razones como estas, Gramsci apoya la paulatina liberación del mercado en su país: la burguesía italiana es feudal y tradicionalista, y antes que vivir en ese mundo de valores rancios y de una estructura que sigue retrasando a Italia y condenándola a una vida agrícola y católica, es preferible seguir el ejemplo de “América” y dejar que lo viejo muera por su propio peso.
El trabajo de Cospito, El ritmo de pensamiento de Gramsci. Una lectura diacrónica de los cuadernos de la cárcel, dueño de una erudición y minuciosidad sin precedentes, nos muestran también a este Gramsci totalmente dispuesto a pensar lo puntual, lo efectivamente sucedido, por fuera de todo tipo de dogma. Es así que un conjunto de conceptos claves aparecidos a lo largo de sus cuadernos pueden permitirnos seguir los cambios que el propio Gramsci llevó adelante en su manera de pensar: por ejemplo, la famosa metáfora arquitectónica entre “base” o “estructura” y “superestructura” es, primero, mencionada, luego discutida y finalmente tomada como un mero recurso didáctico en tiempos de penurias para la lucha comunista. El “didactismo” de Bujarin, su “filosofía de manual”, es vista apenas como un recurso útil durante un determinado momento del pensamiento comunista, pero para nada debe tomarse lo dicho como una verdad última. En el apartado Segundo del libro, por ejemplo, se sigue cómo van cambiando términos referidos a esa misma, aparente, dicotomía a lo largo de los cuadernos: “calidad y cantidad”, “objetivo y subjetivo”, “contenido y forma” son oposiciones que vuelven a esta división supuestamente central del marxismo que Gramsci encuentra pobre en la medida en que no captura lo que sucede tal como sucede, sino que peca, de manera burguesa, al realizar abstracciones que nada tienen que ver con los hechos. Cospito sopesa diversas entradas o párrafos en los cuadernos que van mencionando estos y otros términos para cotejar otras entradas y poder reordenar los cuadernos en función de su escritura a lo largo del tiempo, realizando una suerte de “crítica genética” propia de la filología antes que de cualquier modo de filosofía política.
¿Cómo ordenar el material de Gramsci? Recordemos que la numeración tradicional, aún utilizada en la actualidad, responde a los números romanos que colocó Tatiana Schucht, su cuñada, al momento de guardar los cuadernos luego de la muerte del autor. El orden trató de ser enmendado con la edición completa de los cuadernos en 1975, a cargo de Valentino Gerratana. Pero, ¿qué pasa con los cuadernos que quedaron afuera, como los dedicados a traducciones? ¿Qué pasa si un análisis filológico más puntual demuestra que el orden de los cuadernos debería ser revisado en función de los cambios de definición de algunos conceptos? Tanto la edición de los textos de juventud como los trabajos recientes en torno al estudio de los Quaderni demuestra, en definitiva, lo que el mismo Gramsci aspiraba con respecto a la relectura de Marx y a cualquier otro tipo de actividad intelectual: más que de un canon cerrado, tratamos aquí con un organismo vivo que demanda, todo el tiempo, renovación.