La serenidad y naturalidad del Presidente ante las cámaras cada vez que anuncia la prolongación y características de la cuarentena son para admirar. Prácticamente dejan sin argumentos a los "miserables" y sus apoyadores, inconscientes la mayoría, y a los charlatanes de la telebasura. Pero por eso mismo el panorama nacional dista de serenarse, y, al contrario, se recalienta semana a semana. Lo que es harto peligroso y aconseja reflexionar diversas cuestiones.
Una es obvia: los multimillonarios argentinos son relativamente pocos, pero necios y duros de entendederas porque sólo "piensan" con el bolsillo, están enfermos de tacañería y egoísmo, y tienen nulo sentido social. Su accionar es siempre engañoso, incluso para acompañar en alguna foto al Presidente. Y sus fortunas no reconocen límites a la ambición de multiplicarse eludiendo impuestos, que es lo que siempre han hecho.
Otra cuestión es el papel de los mentimedios y la telebasura, que ya sabemos que es intrínsecamente miserable porque cada paso tenue o moderado que dan, o en apariencia "amistoso", es para enseguida apretar con infundios y editorializaciones incendiarias.
Un tercer punto a reflexionar es el campo propio, y esta columna ya lo ha señalado: los equipos de prensa y difusión, así como los asesores de la Presidencia deberían ejercer un rol activo –y para nada silencioso– en defensa de las posiciones del Estado, que hoy encarnan Alberto y Cristina. Información verdadera y comprobable son armas seguras para enfrentar a la canalla infomediática, y de paso así se protegería la imagen presidencial, ya que por muy sereno y firme que sea Alberto da un poco de fastidio verlo cada tanto a la defensiva. Son sus adláteres los que deben enfrentar la basura, y no él solo o algunos pocos medios y periodistas que lo apuntalan día a día y parecen ser los únicos encargados de desmentir, aclarar, discutir y explicar. Sobre todo porque no son "errores" de los mentimedios, sino campañas perfectamente orquestadas.
Y un cuarto aspecto es la urgencia de dar la batalla ideológica, que el gobierno no está dando, mientras sí la dan todos los días y a toda hora los enemigos (que no adversarios, porque sin eufemismo los "miserables" son enemigos de la democracia, la paz, la igualdad y la soberanía). Ellos sí libran esa batalla, porque es su razón de ser dado que es la única manera que tienen de eternizar explotación y dominación. Ahí está como ejemplo el bluf de la "liberación masiva de presos".
Esa batalla, sin dudas, es la decisiva. Porque se juega en el terreno de la gente, los seres humanos de a pie, los sin trabajo y sin tierra, los millones de jodidos en la marginalidad, por un lado, y por el otro los clasemedieros de poca alma y ninguna cabeza, sea que se creyeron el cuento de la superioridad sobre negros, indios y extranjeros, o sea que se tragaron el cuento "aspiracional" que les hace creer que pertenecen adonde nunca pertenecerán. Sobre este campo de juego, y de fuego, que es el país todo, es necesario y urgente que el gobierno y los millones que lo votamos y apoyamos hagamos militancia cívica, social y pacífica.
Absurdamente apoyados por muchos, pero muchos, ciudadan@s engañados e ingenuos –que no inocentes–, los "miserables" delinean y se aprovechan de un panorama abstruso en el que gruesas porciones de las explotadas clases baja y media avalan estúpidamente a los ricos, sus explotadores. Irracionales y gorilizados, expresan a ciertas clases medias urbanas, sobre todo porteñas y cordobesas, en coincidencia con lumpemproletarios como esos tractoristas y peones que muestra la tele en cada pretendido "paro del campo". Seres, en realidad, que representan la colonización a que fueron sometidos por miserables minorías décimonónicas.
Somos much@s quienes pensamos estas cosas, y quizás habría que subrayar que sobre todo quienes vivimos en provincias y tenemos, diríase, cierta distancia objetiva para observar fenómenos que se repiten. Por caso, que en los últimos 40 o 50 años el peronismo en el gobierno es siempre el que cuida las formas y procede con mesura, como para no ser atacado por lo que igualmente siempre será descalificado: por autoritario, demagógico y antirepublicano. Lo que no sólo no es cierto, sino que además dificulta la gobernabilidad y obliga a proceder casi siempre a la defensiva, mediática, parlamentaria y fácticamente.
Y eso mientras los supuestamente republicanos, elegantes y finos productos de la (mala) educación privada, son los que sí proceden y gobiernan autoritariamente. Campeones del DNU y de atropellos a la democracia, sin ir muy lejos en el gobierno de Macri agrandaron la Corte Suprema por decreto, liquidaron y se afanaron empresas públicas, ejercieron censura mediática, asfixiaron a Aerolíneas Argentinas, entregaron el río Paraná a las multinacionales agroexportadoras, se repartieron los peajes entre amigos, no hicieron una sola autopista, hospital ni escuela, se llevaron carradas de dólares al extranjero, entregaron el oro del Banco Central y encima ahora la van de fiscales del gobierno popular.
Los límites, en política, siempre son odiosos. Pero peores son los que te imponen los adversarios a los que derrotaste en las urnas. Por eso, parece imperativo no retroceder ni un milímetro y pasar a la ofensiva. Que somos muchos más que ellos, y somos mejores, y encima están con miedo hasta las verijas.
Gracias a su extraordinaria imagen positiva, nuestro Presidente ha construido poder, y ése es un crédito valiosísimo. Pero acaso todavía simbólico, con todo lo que vale. Quizás esté empezando a ser tiempo de tomar medidas estratégicas, como reformar de una vez la ley de entidades financieras y restablecer algunos artículos de la ley de medios. Y también restablecer las juntas nacionales de granos y carnes como acaba de proponer la senadora rionegrina Silvina García Larraburu, en aras de crear empresas alimenticias estatales, que fijen precios de referencia.
Más allá de los aciertos sanitarios, hay que hacerle sentir al gobierno que tendrá seguro y macizo apoyo toda política oficial en defensa de los intereses populares.
En política el equilibrio siempre recibe
aplausos, es cierto, pero las caídas son estrepitosas y rompen todo. En la
historia de la Argentina nacional y popular sobran ejemplos. Pero nuestro
pueblo ya no quiere ni merece semejante destino.