La narrativa de Brasil y de América Latina está de luto. “Escribir es mucho mejor que vivir”, decía Sérgio Sant’Anna, que murió a los 78 años, en Río de Janeiro, por coronavirus. El escritor carioca, que ganó cuatro veces el premio Jabuti, empezó a ser leído en la Argentina de la mano de la editorial Beatriz Viterbo, cuando publicó la novela Un crimen delicado (2007), traducida por César Aira, que el propio autor brasileño presentó en la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires. Dos años antes, en “Un discurso sobre el método”, incluido en la antología de relatos Vereda Tropical (Corregidor), exploraba el absurdo existencial y la violencia social que siguen al inocuo momento en que un limpiador de vidrios se asoma a la ventana de un piso dieciocho, para fumarse medio cigarrillo que encontró tirado en la calle.
La prosa de Sant’Anna (Río de Janeiro, 30 de octubre de 1941) es sutil y envolvente como una telaraña. En Un crimen delicado, publicada en Brasil en 1997 y adaptada al cine por Beto Brant en 2005, el narrador y protagonista es el crítico de teatro Antonio Martins, accidentalmente involucrado con una mujer misteriosa y renga, con quien establecerá una relación ambigua. Antonio deviene un detective obsesionado en una trama donde perseguido y perseguidor se confunden. “Hay una tendencia reaccionaria y retrógrada en la literatura brasileña, apoyada por críticos y escritores, que plantea que la literatura está volviendo a contar historias porque se acabaron las vanguardias y las experimentaciones –explicaba el autor brasileño a Página/12-. No me opongo a que se cuenten historias, pero a mí como escritor y como lector, me parece mucho más interesante cómo contar esas historias, el proceso, que simplemente la historia en sí misma”.
Aira también tradujo el segundo libro de Sant’Anna que salió en Argentina: los tres relatos que integran El monstruo (2012), donde utiliza diferentes géneros como la entrevista periodística, la carta y el diálogo. La forma literaria siempre fue importante para este narrador brasileño que, en sus comienzos, convivió con dos de los escritores más importantes de Brasil: Clarice Lispector –a la que definía como “una escritora contagiosa”- y Guimaraes Rosa. También lo influyó el estilo directo y “violento” de Rubem Fonseca (1925-2020). Publicó una veintena de libros, entre novelas, cuentos y poesía, como O concerto de João Gilberto no Rio de Janeiro (1982), Amazona (1986), A senhorita Simpson (1989), Páginas sem glória (2012) y O homem-mulher (2014), entre otros. Parte de su obra ha sido traducida al alemán, italiano y francés. Los personajes que aparecen en sus libros desean con tanta insistencia que trasgreden los límites; la escritura se despliega como la justificación de un exceso cometido.
El crítico que protagoniza Un crimen delicado afirma que en país donde la broma es la regla, la transgresión sería la seriedad. “Mi literatura nunca es seria ni solemne –aclaraba Sant’Anna-. Uno de los grandes innovadores de la literatura brasileña, Oswaldo de Andrade, decía que el humor es la prueba del nueve, que se hace en matemática para comprobar la exactitud de una multiplicación o de una división. No se puede ser muy serio; siempre la seriedad excesiva, como el humor ligero y liviano, son muy peligrosos”.