Si bien trabajó en alguna que otra superproducción -como Relatos salvajes, de Damián Szifrón, haciendo de fiscal-, el actor Diego Velázquez es cada vez más requerido por el cine independiente argentino. Velázquez tuvo su ascenso en la curva de reconocimiento masivo con La larga noche de Francisco Sanctis, largometraje de Andrea Testa y Francisco Márquez, donde su personaje se enfrentaba a una disyuntiva ética de carácter extremo, en plena dictadura. Hace unos días, se estrenó Erdosain, el film de Ana Piterbarg y Fernando Spiner, en el que, al igual que la serie televisiva, Velázquez compuso al personaje principal de las novelas Los siete locos y Los lanzallamas, del gran Roberto Arlt. En unos días, se estrenará Camping, de Luciana Bilotti, proyecto ganador del concurso Raymundo Gleyzer edición 2015 región Cuyo. Pero ahora es el momento de El maestro, de Cristina Tamagnini y Julián Dabien, con protagónico absoluto de Velázquez. El film se estrena el próximo jueves a las 20 por Cine.ar Play (con repetición el sábado 16 en el mismo horario), y a partir del viernes 15 estará disponible en Cine.ar, la plataforma digital del Incaa.
En El maestro, Velázquez compone a Natalio, un apasionado docente de pueblo del noroeste argentino que aún vive con su madre, una mujer posesiva y acaparadora. En su casa da clases particulares a Miguel (Valentín Mayor Borzone), el hijo de Susana (Ana Katz), su empleada doméstica. El niño atraviesa situaciones de violencia en la escuela y con Hugo (Danny Veleizan), la pareja de su madre. Natalio y Miguel crean un vínculo especial mientras crece la admiración de Miguel por Natalio. Cuando Juani (Ezequiel Tronconi), un amigo de Natalio, llega a vivir al pueblo, los habitantes confirman los rumores sobre la orientación sexual del maestro. Los padres, molestos con las actitudes de Natalio, quitan a los alumnos de la obra de teatro que está preparando dejándola sin protagonista. Natalio, a pesar de la situación, decide seguir adelante y le dará una oportunidad a Miguel cuando lo elige para interpretar al protagonista de la obra. Sin embargo, los padres hostigan a la directora para que Natalio no siga al frente del aula.
"El maestro fue un proyecto que me acercó Julian Dabien, uno de los directores. Nos habíamos conocido mientras filmábamos La casa, una miniserie que hicimos con Diego Lerman. Yo actué ahí y Julián era uno de los técnicos. Cuando terminamos la serie me pasó el guion", comenta Velázquez sobre el origen de El maestro. "Me gustaba la idea de poder contar la historia en Salta. Quería también filmar allá", cuenta el actor en diálogo con Página/12.
-¿Pensás que es una película que habla sobre temas que la sociedad está rechazando como el machismo y el maltrato infantil?
-Es raro porque una de las cosas que yo pensaba cuando leía el guion era: ¿Otra película sobre este tema? Y, a la vez, todo el tiempo uno se está enterando de situaciones que suceden, y cree que la discriminación es algo que ya superamos, pero en realidad no es así. Lo bueno es que conseguimos que haya leyes y ahora no es tan sencillo discriminar a alguien. Uno todo el tiempo se entera de hechos que suceden de chicos que les pegan porque van de la mano por la calle. Te enterás acá en Capital. Y en el interior, a veces en comunidades más pequeñas, es más difícil todavía. Me parece que es actual. La película tiene un aire noventoso porque transcurre en ese período de tiempo, pero en realidad hay cosas que siguen sucediendo.
-¿Cómo observás ahora a la sociedad argentina en relación al respeto que merece cualquier persona por su orientación sexual? ¿Hay un camino por transitar?
-Las leyes, a veces, van un poquito más rápido que una parte de la sociedad. Todavía hay un montón de pensamiento retrógrado y facho que está tratando de hacerse presente cuando ve la oportunidad. Según el momento político que se esté viviendo, se sienten con mayor permiso para hablar, opinar y agredir. Y hay momentos en los que no. Por suerte, creo que éste es un momento en el que no. Pero igual están ahí. Tienen ese impulso de odiar lo distinto, de no aceptar lo que no está dentro de lo que ellos piensan.
-¿Es una película que viene a mostrar también las consecuencias de la homofobia?
-Sí, devela la hipocresía, como esto de "Está todo bien mientras te mantengas dentro de los parámetros que nosotros manejamos". El maestro ha sido un gran alumno dentro de esa comunidad. Logra tener un lugar respetado, querido, pero porque no hace visible su elección sexual frente a los demás. Cuando él da un mínimo paso que puede hacer visible eso, se lo devuelven con todo.
-¿Crees que el cine puede colaborar para aprender una cultura del respeto hacia las personas homosexuales? Hoy en día, hay chistes que ya no se hacen y buena parte del humor de los 80 sería cuestionado, ¿no?
-Sí, tal cual. Eso cambió un montón. Ahora es el cine y otras cosas. El problema no son las generaciones más jóvenes sino las generaciones más grandes que crecieron con determinados parámetros con respecto a qué era lo que estaba bien y qué era lo que estaba mal con respecto a ese tema. Y el cine siempre ayuda a hacer visibles las cosas. Por eso, me parece que está buenísimo que esto se cuente desde una mirada salteña, no que sea otra mirada porteña sobre el tema. En realidad, es muy distinto ser homosexual en un pueblo del interior del país que serlo en Recoleta.
-En 2009, participaste en El niño pez, la segunda película de Lucía Puenzo, que narraba, entre otras cosas, un amor lésbico juvenil. En aquel momento empezaba a cambiar el paradigma en la Argentina en cuanto a la necesidad del respeto a la orientación sexual.
-Sí, es verdad. Esa historia estaba más enmarcada más en un género, era más un policial. En El maestro el tema es más central, pero sí, el cine viene ocupándose de eso hace rato.
-Naciste en Mar del Plata y trabajaste allí de mozo, carpero y en una playa de estacionamiento, pero mientras tanto armabas fichas y cuadernos de actores y actrices famosos. ¿Cómo nació la idea de ser actor? ¿Fue algo que se dio o que planificaste en base a tus estudios?
-Tiene que ver con haber encontrado en el cine una especie de refugio. Esto de un adolescente en el invierno marplatense no es tan sencillo como parece. En el cine encontré algo que me gustaba, que quería ser parte. No tenía muy claro de qué manera. Pensé que iba a ir más por el lado de la dirección. Cuando empecé a estudiar actuación, eso me ganó por completo. El acceso a la información en aquella época era muy distinto a la actualidad. Las revistas de cine no llegaban a Mar del Plata. Entonces, conseguir información era complicado. Y después, conseguir las películas que me interesaban era más difícil todavía. Pero yo me tomaba mucho tiempo. Durante toda la adolescencia hice unos cuadernos. Era mi propia revista de cine. Y tenía un fichero con los actores y, a medida que las películas se iban estrenando, las iba sumando a la ficha de cada actor. Lo que llegaba a Mar del Plata era un cine ochentoso, noventoso, más comercial. Después, iba descubriendo otras cosas, como el pasado del cine, los cines del mundo. Y, entonces, fue una ventana a descubrir el mundo entero, que no tiene fin.
-Hace unos días se estrenó la película Erdosain (actualmente disponible en la página del CCK), donde pudiste componer al personaje principal, al igual que Los siete locos y Los Lanzallamas, serie en la que está basado el largometraje. ¿Cómo fue protagonizar a un personaje de Roberto Arlt y con un adaptador de lujo en la serie como Ricardo Piglia?
-Fue un proyecto soñado. Tengo el mejor de los recuerdos de todo ese trabajo. Fue un trabajo intenso. Tener la posibilidad de decir esos textos, de jugar esas situaciones con los compañeros fue hermoso. Se armó un equipo de trabajo muy bueno con un diálogo con Fernando Spiner y Anita Piterbarg, que estuvo buenísimo. Fue compartir la creación. Y eso lo agradezco un montón. Era un lujo. Todos los días era un desafío porque tenía unas escenas re difíciles pero, a la vez, estaba buenísimo. ¿Cuántas veces voy a tener la oportunidad de poder decir esas palabras? Esas estructuras lingüísticas que escribió Arlt, que, además, son imposibles de decir. Entonces, encontrarle el tono era un desafío que estaba buenísimo. Y después, todo el trabajo que hicieron ahora Ana y Fer reeditando todo es descomunal para mí: bajar quince horas de programa a dos y que se entienda es un montón.
-¿La bisagra en tu carrera cinematográfica fue La larga noche de Francisco Sanctis? ¿Cómo viviste la experiencia de Cannes y todo lo que sucedió con esa película?
-Todo el recorrido que hizo la película fue una locura. Primero, el encuentro con los directores Francisco Márquez y Andy Testa fue muy hermoso. Fue también un encuentro de trabajo parecido, en ese sentido, al de Fer Spiner y Anita Piterbarg. Ellos se acercaron con el guion y con un montón de dudas -y las compartieron- y también con un montón de certezas de cosas que no querían respecto de cómo tratar el tema. Fue una película hecha con mucha pasión, con mucho amor y se escuchó a todo el equipo. Lo que pasó después, esa especie de sorpresa de que haya sido seleccionada en el Festival de Cannes, que hayamos viajado allá y a un montón de otros festivales de otros países fue un flash. Era muy gratificante porque como es una película hecha con tan poca especulación, que esos festivales hayan respondido de esa manera, era para mí un reconocimiento a los chicos que se lo merecían enormemente. Y era bueno ver qué le pasaba al resto de la gente sobre algo que nosotros pensábamos que era una historia tan local. Y no. Era posible abstraerse. Frente a esa situación que vive Francisco Sanctis de querer ayudar a otro, es posible hacer una parábola. En todos lados hay gente que necesita ayuda y en todos lados hay alguien a quien podríamos estar ayudando. Hubo un montón de situaciones particulares, como en el Festival de San Francisco, al que fui yo solo. Había espectadores argentinos que se habían ido durante la dictadura. Se armaban unas cosas muy emocionantes. Andy y Fran son dos directores que escapan totalmente al cliché del director de cine. Entonces, toda esa situación de los festivales se la tomaron de manera muy relajada. Fue muy divertido. No fue tensionante ni nervioso. Fue vertiginoso pero en el buen sentido.
-Trabajaste en una película que hizo historia en la Argentina como Relatos salvajes, componiendo a un fiscal. ¿Te interesa el cine de llegada masiva? ¿El actor trabaja para que lo reconozca la mayor cantidad de gente?
-Yo no. Me interesa formar parte de películas que estén buenas. Cuando leí el guión de Relatos salvajes vi que era impecable. Trabajar con Damián Szifrón estuvo buenísimo. Pero hay películas chicas que son buenas y las hay malas, y lo mismo sucede con las grandes. A mí me interesa formar parte de películas que estén buenas, que esté bueno el proyecto, si hay algo que me calienta de con quién tengo que actuar, o qué es el personaje que tengo que hacer, de qué habla la película. Hice Familia sumergida, de María Alché, porque me encantó la película. Y son dos escenitas pequeñas, pero había que jugarlas con Mercedes Morán, a quien admiro. Entonces, me daba ganas de hacerlo. Lo miro más por ese lado. Y jamás pensando en cuánta gente lo va a ver. Siempre querés que lo vea la mayor cantidad de gente posible, pero eso escapa a lo que uno puede manejar.
-La pregunta apuntaba a porque cada vez sos más convocado por directores del cine independiente argentino...
-Sí. Ya que un director te llame, al margen del tipo de cine que haga, uno lo puede tomar como algo liviano, pero hay que pensar que es alguien a quien, generalmente, le lleva mucho llevar sus películas adelante. Y a partir de ese sueño que tiene, pensó en uno para prestarle la cara. Entonces, hay algo ahí que requiere atención, respeto y agradecimiento. Y después, ves. También te podés equivocar. Cuando tengo una reunión con directores, me interesa ver si va a ser posible entablar un diálogo con esa persona. Diálogo de trabajo porque todos los directores son distintos. Y algunos no tienen nada de experiencia, otros sí; a veces, te sorprendés que son más abiertos aquellos que no hicieron nada. Es un encuentro entre personas. Son todas distintas. Y eso es lo que está bueno.
Los premios
“Agradezco los premios pero no los entiendo”, dijo una vez Diego Velázquez. Y ahora lo argumenta así: "No me gustan los premios. Me parece que no son acertados para nuestra disciplina. No hay un ‘mejor actor’. Eso es un pavada, pero realmente es una pavada", admite con vehemencia. "Somos todos muy distintos. No hay uno mejor, uno peor. Algunos podemos actuar unas cosas. Otros pueden actuar otras. Entonces, que se nos ponga a competir entre nosotros y se nos intente generar los 'mitos de los grandes actores' no me interesa", plantea. Y no deja de lado el humor: "Lo único que me quiero ganar es el Trinidad Guevara porque te da plata. Ese lo quiero con todo mi corazón (risas). Yo los agradezco igual porque no quiero ser maleducado y porque sé que atrás de eso, hay gente que está votando, pero no voy a las entregas de premios. Y me parece que estaría bueno que no existan más. O encontrarle otra dinámica, como destacar algo de lo que fue el año cinematográfico o teatral y armarlo de otra manera", concluye Velázquez.
Un poco en cada lugar
Diego Velázquez egresó en 2002 de la carrera Formación del Actor de la Escuela de Arte Dramático de la Ciudad de Buenos Aires. En danza estudió con Ana Frenkel, Cristina Barnils, Eugenia Estevez, y Andrea Fernández. Y realizó estudios de Cine (I.D.A.C) y Artes Visuales (Escuela Superior de Artes Visuales Martín Malharro, Mar del Plata). Consultado respecto de cuál es el medio que considera que se puede expresar mejor como artista, dice lo siguiente: "Hay algo que me gusta mucho: poder estar un poco en cada lugar", según confiesa. "Cuando cada disciplina encuentra su cauce en una obra, en el teatro o en una película es muy gratificante", admite. Y también reconoce que es muy diferente. "Es muy distinto actuar para un público que te está viendo en ese momento ahí, es muy único. Es muy distinto el lenguaje de una obra de danza-teatro que del teatro, ni hablar respecto del cine. Me gusta todo, no puedo elegir. Me gusta el proyecto, más allá del soporte que tenga. Frente a una mala película y una buena obra de teatro, prefiero hacer la obra de teatro. Tiene que ver con cuál es el proyecto que me calienta, que me pone en juego algo de lo que tengo deseos por hacer", afirma Velázquez.