Desde Barcelona
UNO Tiempo atrás, Rodríguez leyó que Islandia --a pesar de volcanes por los que los héroes de Verne descendieron hasta el centro de la Tierra o que clausuran los cielos, alguna crisis económica, auroras boreales que lucen mucho más desteñidas en la realidad, primer ministro que renuncia por descubrirse empapelado en Panamá o el ulular cool de Björk jamás a la altura de un por siempre hot ¡A-wop-bop-a-loo-bop-a-wop-bam-boom!-- estaba considerada por diversos estudios estadísticos-sociológicos como la región más feliz del planeta. Es decir, la tierra donde los islandeses eran los más satisfechos de ser islandeses y gozaban de una sociedad lo más cerca que se puede llegar a estar de una utopía. También, aseguran, el primer país europeo en derrotar a la pandemia. Pero lo que más impresionó a Rodríguez del artículo sobre Islandia fue una de las fotos. Tanto que la guardó en una carpeta de su ordenador: la foto de una cabaña despintada bajo un cielo que parecía como iluminado por Mark Rothko. Aquí está. Y vuelve a verla y se dice lo que se dijo entonces: "Algún día viviré en una cabaña así y no saldré nunca".
DOS Aquí y ahora, Rodríguez parece tener lo que ha dado en llamarse Síndrome de Cabaña. Algo así como una cepa del Síndrome de Estocolmo pero en el que uno es su propio secuestrador. Mes y medio de andar por casa y, de pronto, mientras se "relaja el confinamiento" para todo público/edad, cuesta tanto salir de ahí dentro. ¿Por qué? Porque Rodríguez --y tantos otros-- está acabañado, de acabañar: verbo que se aplica a la acción pastoril de erigir refugio temporario mientras se apacienta el ganado. Rodríguez no tiene ganado (tiene perdido); pero su refugio supuestamente "temporal" (pisito pasajero por crisis matrimonial) se ha convertido en rehogar, dulce rehogar. En nidito de desamor. En cabaña que --según el humor cambiante varias veces al día-- a veces evoca a la cabaña trascendentalista de Henry David "Walden" Thoreau y otras a la cabaña anarco-terrorista de Theodore John "Unabomber" Kaczynski o la cabaña horror-metaficcional de Drew "The Cabin in the Woods" Goddard. Pero concluyendo siempre que in será siempre mejor que out.
TRES Y Rodríguez no puede sino sentirse un poco como esos personajes a solas en sus respectivos planetitas con los que se va cruzando el Principito. Ese que decía que lo esencial es invisible a los ojos (y la covid-19 lo es) y que no dejaba de pedir aquello de "Dibújame una vacuna". ¿O era un cordero de pastor acabañado? ¿Qué importa, quién sabe? Lo que sí importa y sabe Rodríguez es que el gobierno español estaba a punto de acometer un ejercicio de nombre clave CRISEX que, coordinado por el Departamento de Seguridad Nacional, ensayaría y calibraría la capacidad de respuesta del Ejecutivo ante una hipotética crisis desconocida. No hizo falta la simulación porque, de pronto, hágase la realidad. Y nadie respondió de manera muy capaz que digamos.
CUATRO De ahí que Rodríguez salga poco aunque pueda salir bastante. No se confía mucho en las sogas y arneses y clavos y pitones para la "desescalada”. Tampoco han sido muchos los comercios que han reabierto pudiendo hacerlo porque no les salen a cuenta y a favor lo de la capacidad/clientela reducida. No ayuda mucho el que los "expertos" y "especialistas" insistan en que el que sea una buena noticia el que las muertes/contagios se han "estabilizado" con "pequeños repuntes" o "grandes descensos" (aunque se traten de las mismas cifras arriba o abajo y equivalgan a la caída diaria de un avión de pasajeros o a mega-atentado terrorista cada 24 horas). O que a la vez se advierta de casi seguros rebrotes. O que se admita con aires épicos que "no hay plan B al estado de alarma" más allá del ir viendo qué pasa o deja de pasar. O que el gobierno prometa "cogobernanza", reparta dinero por las autonomías y regiones (pasando o no a la siguiente fase de relajación del confinamiento --Barcelona y Madrid a la cola-- como participantes en un irritado e irreal reality show: ¡Virusvisión!). O que se intente cambiar los (des)ánimos de una oposición que tampoco tiene nada mejor que ofrecer. O que las calles y parques y playas desborden de descabañados dispuestos a lo que sea por eso de la "nueva normalidad": concepto que se repite como propio pero en verdad patentado hace rato por el secretario general comunista chino Xi Jiping (¿por qué no ser originales y lanzar "falsa normalidad" o "anormalidad vintage"?, propone Rodríguez). O que el presidente parezca adicto a sus eternas y findesemanescas comparecencias donde cada vez se extiende más en la parte de "En episodios anteriores...". O que el vocero-viral del gobierno se atragantase con una almendra en cámara y vivo y directo. O que --en Portugal-- lo que sigue al Estado de Alarma en lo que hace a la mejoría de situación se llame Estado de Calamidad. ¿Qué sigue después entonces? ¿Estado de Apocalipsis?
No, Rodríguez no se siente como uno de esos miles de súbitos y flamantes deportistas desolimpiados: todos corriendo y pedaleando en todos los noticieros con falsa sensación de seguridad e ignorando distancia de seguridad que se incrementa hasta cinco metros por el efecto estela si uno va en bicicleta o skate, dejando una rastro tan conspiranóico como esas líneas blancas que alguna vez hubo en el cielo, cuando en el cielo habían aviones.
CINCO Rodríguez, en cambio, no tiene ningún apuro por entrarle a lo de salir: compra comida una vez por semana, saca la basura cada dos mañanas, y alterna el uso de un conjunto de pijamas/gimnásticos a los que siente cada vez más como su uniforme de X-Men doméstico y domesticado. Por un lado, las "instrucciones" para la nueva movilidad son muy vagas pero inquietantes. Por otro, la sospecha de que tal vez siempre quiso vivir así y que ahora tiene la coartada perfecta para afirmar que lo ha hecho no por libre albedrío sino en defensa propia. Tal vez este sea el verdadero contagio a abrazar y besar y difundir: la epidémica uniformidad de la vida. Y --de nuevo-- no es el único. Muchos niños temen al Coronamonstruo, los adolescentes no soportan llevar mascarilla, los millenials a los que se les viene encima una segunda crisis laboral están aún más sensibles de lo que suelen estarlo, y ya son muchos los que fantasean --acostumbrados al teletrabajo-- a dejar las grandes y contaminantes metrópolis y partir a mucho más económico y destintoxicante pueblo de la España Vacía a rellenar. ¡Cabañas de verdad para todos! Mientras tanto y hasta entonces, repetir una y otra vez en voz alta y a solas --tirado en el sofá, cerveza en mano, mirando la tele-- un "qué ganas de que pase todo esto para volver a estar tirado en el sofá y tomándome una cerveza y mirando la tele". Y, de fondo, que resuene el Himno Nacional de Cabañalandia: "Spent the Day in Bed", de Morrissey, con sus invocaciones a negar al boss y al bus y, sobre todo, a los noticieros "Porque sólo quieren asustarte / Para que te sientas pequeño y solo / Para que sientas que tu mente ya no es tuya". Telediarios donde explican, una y otra vez, las franjas horarias en las que bandas impuntuales pueden o no salir a las calles. Cerrando bien la puerta pero sin tirar la llave en la alcantarilla para que así el pobre santo de Rodríguez pueda volver y meterse en la cabaña, en su cabaña tomada.