Una selección de poemas del libro Arbol solo (Iván Rosado, 2017) que la escritora y periodista de Rosario/12 Beatriz Vignoli presentó anoche en Bon Scott.

 

 

Sobre todo a partir de cierta hora

 

Sobre todo a partir de cierta hora,

los chicos del rock eran fáciles.

Hoy son hombres de ojos muy abiertos,

quemados por un fulgor desde adentro.

Vasallos del azar, acarician sus radios,

habitan la soledad móvil de sus autos.

No tienen perro si es no absolutamente fiel.

No soportan softwares de código abierto.

De la madre a la muerte van por el vacío.

Se escurren como peces

por entre lo oscuro que los ilumina.

No los agarran más. Han hecho de sus almas

algo que no comparten.

 

 

Eugenesia

 

a Nacho

 

Ustedes seducen, yo acoso;

ustedes aman, yo dependo;

ustedes, felices; yo, maníaca;

ustedes, enamorados; yo, obsesionada;

ustedes hacen poesía, yo hago catarsis;

ustedes expresan, yo exorcizo;

ustedes regalan, yo derrocho;

ustedes se casan, yo debería saber estar sola;

ustedes se reproducen, yo muero.

 

 

Hitler invadió Polonia

(una canción de amor)

 

Hitler invadió Polonia

con aviones, soldados y tanques

y yo no me animo a llamar

a tu fijo desde mi celular.

Hitler invadió Polonia

sin preocuparse de lo que opinara el mundo

ya que tenía poder suficiente

para matar a quien no estuviera de acuerdo

y yo no me decido a mandarte un email

porque sé que te dan impresión esas cosas.

Hitler invadió Polonia

en el invierno de 1939

y yo no te visito porque en tu casa hace frío.

Voy a esperar hasta la primavera

y entonces pensaré mejor qué hacer.

No quiero resultarte demandante,

no debo permitirme traspasar tus fronteras.

 

Hitler invadió Polonia

masacrándolo todo a su paso

y yo no te busco en Facebook,

no te busco en Skype,

no logro marcar tu número,

no logro decidirme.

Es un sábado a la noche y te extraño.

Confío en mis poderes extrasensoriales

y te envío señales telepáticas

que mágicamente harán que pienses en mí.

 

 

 

Traductores

 

Deciles que te paguen en diamantes:

el colega y su saludo apresurado

mientras miles de palabras traducidas

a un centavo de dólar cada una

se escurrían como arena de minutos

por esos relojes únicos y antiguos

que eran todo el tiempo de sus vidas.

 

 

Cero

 

Le dijo al matemático paranoico

su tercera alucinación: "da cero".

Era el nombre del número perfecto,

el despejarse de todo signo superfluo,

la ausencia de todo melodrama, el fin

de todo desequilibrio, la cesación

de toda misericordia y toda deuda:

la magnitud ausente, la libertad

del ser respecto del ente,

el aquietarse de la balanza,

el cero.

Ser

cero.

Nada que contar;

salvar los gastos.

Salir derecho,

subir lo que se baja.

Habitar la frontera.

Justo en el borde, pero

no marginal: ni adentro

ni afuera.

Arabesco del cero.

No ser ya más quien pierde

ni quien gana.

No estorbar ‑se nos pide‑

la caída en el tiempo,

el tráfico de las cosas.

¿O qué credibilidad puede tener

esta alucinación: el nombre propio?

¿Qué valor asignar

al puro esfuerzo humano

si el valor es el ser,

el cero,

esa boquita abierta en medio de la serie

y que los romanos ignoraron

tan olímpicamente, la boquita redonda

del esclavo,

ese ano,

el cero?

Y ‑para ahorrar‑ morimos.

Horror de Dios,

que sobra.

 

 

Cerradura

 

Me llevé el calidoscopio y la morfina.

Un minuto para contemplar los cuadros azules

en el cuartito azul, las escenas marinas;

una tregua hasta que tomaron el relevo.

Ahora soy yo el cáncer, el enemigo interno,

el agua que sube hasta los bordes.

Ojalá aprendan a cerrar la puerta:

adentro puro desierto y afuera el mar.

 

 

Lo ardido

 

Restos royendo aún de lo que ardió

acampamos a la vera de nosotros.

Inventamos canciones y la biblia

deviene papeliyo.

Mutado en estaca el sable

duerme al calor del fuego;

duerme y se sueña rama,

parte de algo.

Nos hubiera hermanado

comer juntos;

suena el animal tótem en la chapa

como si vivo.

Que sean los que han sido.

A los muertos la gloria.

A nosotros la brasa todavía,

el soplo que la incendia.

 

 

Arbol solo

 

a Manuel Musto

 

Pero ah ese mosh virtual

de llamar a todos tus amigos

zambulléndote en un océano de voces,

adivinando en ellas cada cuerpo,

la tibieza de cada cuerpo en la voz

y decirles que hay trazos como árboles,

árboles como trazos y que la música

se parece al fin a todo.

O ese riff visible del ramaje

‑un alma en las líneas del aire‑

o decirles de aquel idioma extranjero

al que trataste con la misma desapegada

dulzura que a un amante

pero no decirles esto último

y no lograr jamás lavarte del todo

de las explanadas de cemento, las horas

de guardia, la espera de la muerte;

y en el cuadro hay sólo un árbol solo,

un chico y una chica lo contemplan

escuchando a Meat Puppets,

la música y el trazo forman una

misma corteza áspera

y el pintor desde algún lugar del tiempo

‑un pintor muerto, pero nunca se sabe‑

es al fin comprendido,

es amado

y se salva.

 

 

The New Romantics

(Neomarica gracilis)

 

Enamóranse los que nunca antes

color floral, corola

de fuego bien azul

 

en lo ártico del cemento y su calor

los descreídos del alba

contemplan esa suave luz que nace

 

ese puño cerrado en lo verde

se abre una mañana y ves que adentro

habitan como duendes diminutos tigres.

 

Supérstite

 

En desesperación se cuece el día.

No se si estoy en el lugar equivocado,

si acecho inútilmente

algún brillo cualquiera.

En el colectivo, un hombre cede el asiento

con su última dignidad y su camisa

americanista de treinta y cinco años.

Otro sube y explica

que hace literales malabares

para mantener a su familia.

Afuera es una tarde de verano.

Acá adentro alguien lleva

una bolsa con yuyos de montaña;

corriéndose hacia el fondo,

señores pasajeros,

rastros del ser en el declive del día;

tengan un buen retorno a sus hogares,

restos del hombre en las hebras de la luz.