Qué comemos, en medio de la crisis pandémica -devenida crisis económica, social, habitacional, ecológica-, se volvió una cuestión fundamental. Por muchas razones: por la inflación que encarece los alimentos (exhibiendo el proceso de concentración en su producción, procesamiento, distribución y comercialización en cadenas de valor multinacionales), porque se han multiplicado las redes de compras comunitarias, porque el trabajo de cocinar está tomando más tiempo en la vida diaria y porque la denuncia del desastre ecológico que pone de relieve la pandemia involucra de manera decisiva a la producción campesina.
“La crisis que pone en riesgo nuestras vidas pone en primer lugar el alimento pero no de cualquier manera, sino como crítica directa al momento del agronegocio”, sintetiza Rosalía Pellegrini, secretaria de género de la Unión de Trabajadorxs de la Tierra que hoy agrupa a 16 mil familias en quince provincias de todo el país. Con ella y con otras compañeras de su agrupación nos conocimos en asamblea coorganizada entre la Secretaría de Género de la CTEP y el Colectivo Ni Una Menos en octubre de 2018, convocada para discutir el cruce entre economía feminista y economía popular junto a Silvia Federici, en ese momento de visita en Argentina. Ese cruce ha cultivado múltiples encuentros.
“Hoy las compañeras en asamblea dicen que hay que pensar en términos de cuerpo-territorio como propone el feminismo porque lo sentimos más fuerte que nunca a la hora de enfrentar la pandemia. Es claro que nosotrxs proponemos otro modelo agroalimentario en Argentina. Por supuesto es una discusión en todo el mundo, contra la producción basada en el agronegocio. Sabemos que estos modelos implicaron grandes ganancias para las multinacionales y graves consecuencias en los ecosistemas y en los territorios”.
En el crecimiento de la organización la perspectiva feminista ha sido fundamental: “Con la agroecología, las compas decían ‘esto lo veníamos planteando nosotras y no nos daban bola’. Esas voces se hicieron audibles cuando el feminismo empezó a tomar las calles y a discutirse en cada organización”, apunta Pellegrini. Las mujeres en las organizaciones campesinas cuestionaron el rol en la casa y, como en un dominó que empuja una ficha y mueve el resto, se empezó a cuestionar el rol en la producción y, sobre todo, en las decisiones de cómo y con qué técnicas producir. Esto también se enhebra con el debate más amplio sobre la propiedad de la tierra y sobre su titularización.
Hay otro trabajo feminista que se ha fortalecido en este tiempo y es el de las promotoras rurales de género: “Eso se extraña hoy con la pandemia, al tener limitada nuestra movilidad para acompañar y acompañarnos”, nos cuentan. Pero además porque son ellas las que llegan a las compañeras que están en situaciones de violencia y no tienen celular, no tienen red familiar cercana, son migrantes en territorios aislados.
La economía campesina es parte hoy de lo que se visibiliza como producción esencial e imprescindible frente a la crisis que profundizó el coronavirus. Queda así directamente involucrada con la reproducción social, es decir, con todo aquello que es necesario para reproducir la vida. Y, al mismo tiempo, amplía la noción de reproducción social: la lleva más allá de la espacialidad del hogar. La intervención de la Unión de Trabajadorxs de la Tierra estos días ha sido crucial donando miles de kilos de verduras agroecológica a varios barrios y emprendimientos comunitarios. Su desembarco la semana pasada en la villa 31 y 31 bis, en el momento de emergencia frente a los contagios y la falta de agua, es un gesto político de esa frase que dicen lxs integrantes del movimiento en sus comunicados: “el pueblo sólo salvará al pueblo”. Pero además enhebra la lucha agroecológica con los sectores populares, a los que se les suele proponer alimentos procesados de malísima calidad, como los que está distribuyendo el gobierno de la Ciudad en las escuelas y en los comedores en plena pandemia según denuncias diarias de las propias habitantes de las villas.
EN LAS QUINTAS, LAS PLAZAS Y LAS FERIAS
La Unión de Trabajadorxs de la Tierra ha construido su presencia en los últimos años a través de acciones directas: las más conocidas son los verdurazos y los feriazos. Fueron formas contundentes de presencia pública para evidenciar el mal pago a lxs productorxs y, a la vez, de hacer disponibles alimentos sanos a precios bajos. Hoy, gracias al modo en que los movimientos sociales han desplegado luchas por modelos de producción alternativos al del agronegocio, toda otra imagen del campo se hace posible y da respuestas concretas a la crisis alimentaria.
“Con la pandemia se agudiza un fenómeno que construyó la UTT desde las luchas con feriazos y verdurazos de conectar a la gente con alimentos, de popularizar y masificar la comprensión de la soberanía alimentaria, como lucha sobre lo que se produce, sobre lo que que comemos, y por visibilizar un campo históricamente negado en Argentina. Hoy esa vincularidad esencial que todes tenemos con el alimento también se resignifica”, sintetiza Pellegrini. La circulación que tuvo el recetario de estación que difundió la UTT hace evidente que la crisis alimentaria hoy tiene otros recursos desde las organizaciones populares. “¿Se acuerdan lo que fue en la crisis de 2001? Hacíamos milanesas con una carne que venía en frasco y que no sabíamos bien qué era. Hoy estamos en otro lugar, hemos dado una enorme vuelta de tuerca al problema de la alimentación popular, lo cual no significa resolverlo, pero lo avanzado se debe a las luchas”.
La producción agroecológica, señalan, “implica una vida digna para quien te da de comer, para que tenga acceso a derechos, vivienda, salud, y también desmitifica la idea de que lxs pobres no tienen derecho a comer sano, variado, nutritivo. Todo esto implica otra economía”. En la conversación surge una y otra vez que “tener una relación con lo que se come no puede ser un privilegio de clase y que tiene que transformarse en política pública”.
La UTT trabaja componiendo tres planos en simultáneo: la reproducción a escala del hogar, la producción en la quinta y la organización política. Ahora, combinarlos desafiando la división sexual del trabajo es una tarea política en sí misma. “Nosotras planteamos la socialización de las tareas de cuidado y su desnaturalización. En la medida en que el trabajo en la quinta es muy sacrificado encaja muy bien con ese modelo que se sostiene porque hay una mujer que te lava y te cocina. Es necesario una re-educación entre lxs agricultorxs que desde la secretaría de Género hacemos constantemente”.
Las mujeres campesinas estaban hasta hace pocos años muy relegadas. Para sintetizar, dice Pellegrini: “Peonas sin sueldo en la quinta, más las tareas de cuidado en la casa no reconocidas ni tampoco pagadas”. La crisis económica intensifica el trabajo pesado de toda la familia en la tierra. La estampa que recuerdan, unas y otras, es “estar atrás del cajón de verdura”. “Y sí, porque previo a la secretaria de Género que fundamos en diciembre de 2016 y a nuestros espacios de reflexión, quedábamos en un lugar secundario. Especialmente por la cuestión de la técnica y del conocimiento que parece relegarnos”. A partir de las huelgas feministas, la participación en el Encuentro plurinacional de mujeres, lesbianas, travestis y trans y no binaries y del acompañamiento por cuestiones de violencia, ese trabajo tomó otro status. “Es que en el último encuentro en La Plata nos reunimos 200 promotoras de género rurales. Fue impresionante. Eso se extraña hoy, al tener limitada nuestra movilidad para acompañar y acompañarnos, y para sabernos útil en esa tarea con las otras. Hoy además, en plena cuarentena, frente a la violencia somos nosotras las únicas que llegamos a las trabajadoras rurales que no tienen celular, que no tienen parientes, que son migrantes. Necesitamos que el Estado reconozca formalmente, jurídicamente, salarialmente, y en términos políticos ese trabajo que no tiene relevo porque hoy el Estado no llega a los territorios rurales”.
Esa labor sin embargo no es puramente cultural o de cambio de hábitos anquilosados. Refiere también a cómo se reparte el acceso y la propiedad de la tierra. “Sí, nosotras planteamos prioridad en el acceso a la tierra para las mujeres y hay un trabajo de concientización muy fuerte y queremos que se traduzca en acceso también a los bienes de producción. Por ejemplo, ¿de quién son los vehículos? Sabemos que en el sector rural el vehículo otorga una autonomía muy importante y necesitamos que estén a nuestro nombre”.
FEMINISMO Y AGROECOLOGÍA
El feminismo, al interior de la organización, aparece como disputa por la decisión sobre el modo de producción que es directamente política. La secretaría de Producción hoy está a cargo de Delina Puma, migrante boliviana de 25 años. Ella cuenta: “En las familias que ahora producimos agroecología, y que antes producían de manera convencional, era muy distinto el trato entre hombres y mujeres. El que hacía las cuentas de la producción y el que pagaba el alquiler, siempre era el hombre y nuestro era en la casa con los chicos y en la cocina. En cambio, ahora se trabaja en conjunto y a la par. Esto quiere decir por ejemplo que ahora podemos decidir sobre la producción en las quintas y sobre las cuentas”. ¿Qué tareas en concreto implican la decisión de producción? “Nos encargamos ahora de sacar semillas, de difundir y animar a otrxs a que produzcan de forma agroecológica porque es una forma más sana. Nuestra perspectiva busca incluir a todxs en este modelo. Eso hace que la quinta cambie totalmente cómo se produce y cómo se planifica la producción. Por ejemplo, antes eran dos o tres variedades que se sembraban en la tierra y ahora son más de diez u once variedades y entre medio de eso se ponen flores y aromáticas. La quinta ha cambiado totalmente hoy respecto de lo que era”.
Puma cuenta la historia de la que forman parte muchxs migrantes desde Bolivia. “Nos ha tocado migrar a familias completas y por ahí cuando una viene de otros países, tiene su propia cultura y creencias. Nuestros abuelos siempre fueron productores, siempre trabajaron en la tierra. Pero la forma de producir allá es muy distinta, casi no se usaba agroquímicos, se respetaba el tiempo de las plantas o el tiempo de la producción. Y cuando todas las familias se vienen a vivir aquí, conocen otro tipo de producción más masiva y en cantidad y no se le da el tiempo que necesitan a las plantas. Se les pone un montón de fertilizantes, agroquímicos, porque la producción está destinada a producir en cantidad sin importar el costo”.
El debate dentro de la organización creció al punto de invertir esa ecuación entre cantidad y calidad. También porque esa cantidad implicaba un círculo vicioso: más agroquímicos y, en consecuencia, endeudamiento para comprar ese insumo dolarizado. “Con la producción agroecológica recuperamos ciertas formas de preparar remedios y de curar la tierra. Antes nos estábamos envenenando”.
ESENCIALES Y ABANDONADAS
La crisis por la pandemia a la vez que pone en boca de todes la preocupación por el cuidado, tiene el riesgo evidente de sólo destinarle aplausos o convertirla en sinónimo de contención. Apunta Pellegrini: “Las agendas que venimos sosteniendo las organizaciones, de avanzada, de ofensiva, como las del movimiento feminista, parece que hoy quedan relegadas frente a la crisis, ¿no? ¡Qué vamos a hablar de tierra si tenemos que repartir comida!, escuchamos por ahí, ¡pero para nosotras está completamente relacionado!”.
La UTT viene haciendo un relevamiento sistemático de las tierras fiscales abandonadas o sin uso, o que se usan para basural o que son apropiadas para sembrar soja transgénica. “Acá nosotrxs tenemos un reclamo puntual y urgente en la crisis: queremos esas tierras del Estado para lxs agricultorxs, para vivir y producir dignamente”. En la localidad de Jáuregui (cerca de Luján) la UTT tiene una colonia de 55 hectáreas, donde se produce alimento sano agroecológico. “Ahí vemos una experiencia concreta, donde la organización crea donde no hay nada. En este momento la situación alimentaria es grave y el Estado puede instrumentar un fondo fiduciario para que se pueda comprar tierra y armar estas colonias agroecológicas”. Según lo que ya han experimentado, la unidad productiva que se necesita es de una hectárea y media. Al armarse colonias, se favorece el uso colectivo de maquinarias.
Este problema vuelve a poner en primer lugar la cuestión de la propiedad: “Tenemos hoy muchos casos de compañeras que se separaron y muchas productoras con situaciones de violencia familiar que están trabajando la tierra como cabeceras de su quinta y queremos un cupo especial para que ellas ahora obtengan su propia tierra”.
LOGÍSTICA POPULAR
La UTT también distribuye y comercializa otros productos como yerba, fideos, aceite, leche, etc. “Nosotrxs tenemos experiencia logística no sólo en verduras” agrega Puma. Sólo que el problema con un sistema de logística popular es cómo solventar los lapsos de pagos. “Hay un sistema de pagos a varios meses, incluso que es el del Estado, que solo lo pueden soportar y financiar los grandes jugadores. Necesitamos que eso cambie y que el Estado subsidie las cooperativas”.
La UTT tiene ahora un desafío mayor en términos de logística, por lo cual ha sido también noticia al inicio de la crisis de coronavirus: Nahuel Levaggi, uno de sus integrantes, ha quedado a cargo de la dirección del Mercado Central de Buenos Aires en nombre de la organización.
El rol de la UTT en el Mercado Central consiste en garantizar la provisión de alimentos a precios justos para las mayorías, en batalla contra la especulación en este momento tan excepcional y delicado. Al asumir la gestión, les toca lidiar con actores establecidos de la logística: los operadores que compran directo a lxs productorxs y los que luego distribuyen en comercios. Con ellos, se busca llegar a un consenso sobre los precios pautados tanto hacia lxs agricultorxs como para la venta en verdulerías. La complejidad es que estos operadores tienen diferentes intereses y tamaños que se traducen en capacidad de acopiar, negociar y distribuir, lo cual impacta directamente sobre el poder de fijar precios.
“Lo que queremos es que la agenda de la UTT esté presente en el Mercado Central pero diferenciamos los dos ámbitos: por una lado, la gestión del Mercado que es a través de un dirigente de la organización que sigue sus lineamientos pero donde hay una estructura piramidal ya existente. Para nosotrxs es una responsabilidad histórica hacia la sociedad en su conjunto hacernos cargo de esa tarea ya que es el único mercado del Estado en todo el país y es un lugar muy importante para fijar precios de referencia”. Esto es clave aun cuando los grandes supermercados ya han conseguido paralelizar toda la estructura de compra, acopio y distribución por fuera del Mercado Central, lo que les da un poder propio sobre los precios, e incluso permite frecuentes operaciones de dumping sobre algunos productos. ¿Quién no ha visto alguna vez un supermercado con precios de remate sobre el tomate o la lechuga?
“Por otro lado, está la agenda de la organización que sigue también por afuera de la gestión del mercado ya que implica asambleas, organización política y luchas concretas por el acceso a la tierra y por lograr una relación directa entre productorxs-consumidorxs” concluye Pellegrini. La secretaría de Género no descansa y ya está implementando un estudio de la composición del Mercado Central en clave de géneros: “una de las propuestas es que haya cupo de géneros en la estructura administrativa del mercado y además de que ya estamos aplicando la Ley Micaela”.
DESENDEUDADAS NOS QUEREMOS: CRÉDITOS POPULARES
Después de aquella asamblea de fines de 2018, nos volvimos a encontrar con las compañeras de la UTT en La Plata en un taller de formación para pensar el rol del endeudamiento doméstico en las economías campesinas y populares y hacerlo desde una lectura feminista. Muchas financieras, ubicadas en las cercanías de las quintas, ofertaban sus créditos para afrontar la compra del agrotóxico, otras para sobreponerse a los imprevistos climáticos que arruinaban cosechas. En aquel taller también conversamos cómo los enviados de las financieras iban a “apretar” hasta dentro de las quintas, con amenazas de todo tipo frente al incumplimiento de la deuda.
Ese problema creció con la crisis pero la organización se ha hecho cargo de pensar alternativas financieras. Una flamante medida que la UTT ha tomado refiere a la creación de créditos populares para que puedan reconvertirse productivamente lxs floricultorxs, uno de los sectores más afectados por la crisis ya que se cerraron sus ventas en los invernaderos y en la venta callejera. Silvia Córdoba nos cuenta, con entusiasmo, la modalidad: el crédito se devuelve con verdura, según un precio fijado ahora por medio de asambleas de precios, que se sostienen durante seis meses. “Es a partir de un fondo que conseguimos en principio para diez familias y que lo haremos como experimento. Es urgente porque lxs floricultores no tienen qué comer hoy y estamos haciendo comedores para sus pibxs”.
Se trata de una propuesta para pasar de la producción de flores a la producción de verdura agroecológica. Continúa Córdoba: “Es un gran cambio que las compañeras estuvieron dispuestas a hacer para poder pagar la luz, el alquiler y los gastos diarios. Todas lo tomaron con mucha expectativa a pesar de la tristeza que tenían por sacar las flores, pero van a tener financiamiento para comprar los plantines, van a tener acompañamiento del consultorio técnico popular para aprender el método de la agroecología. Están contentas porque no están solas”. El crédito impulsado por la UTT es también un recurso fundamental para no caer en formas de deuda usurarias que hoy están a la orden del día, cazando desesperación en la crisis. También una manera práctica de desobediencia financiera.