Una B que se deviene en H muda atraviesa el campo de la militancia por derechos LGBTTTIQ+. Muda es la invisibilización. Mudas son las violencias. La bisexualidad estuvo y sigue estando atrapada en falsas dicotomías impuestas, desde el castigo de una sílaba (BI) que convierte a todxs en eruditos sobre etimología, hasta lo que lxs bisexuales llamamos monosexismo (esa presunción de que todxs sentimos atracción hacia un solo género, es decir, solo ve como aceptable a lxs heterosexuales y homosexuales/ lesbianxs). En este océano de disputas, estereotipos y violencias nos mantenemos a flote. Nos ven a medio camino como a quien se le queda el auto en una ruta: no llegamos a destino y no estamos en el punto de partida. Entonces, ¿dónde estamos? Hay un carnet invisible que lxs bisexuales tenemos que llevar a todos lados, sobre todo en los espacios de militancia. Siempre nos miden: no sos lo suficientemente lesbiana, no sos lo suficientemente gay, no sos lo suficientemente heterosexual. Nos falta un golpe de horno.
La invalidación de la bisexualidad se expresa especialmente bajo una infantilización constante (“es una fase, ya te vas a decidir”) y una fetichización por parte de lesbianas, gays y heterosexuales. Tanto lesbianxs/gays/heterosexuales repiten los mismos estereotipos para con lxs bisexuales, con ellxs las violencias. En algunos estudios realizados en otros países (acá no tenemos estadísticas específicas sobre bisexuales) indican que mujeres bisexuales sufren mayor violencia intrapareja que heterosexuales y lesbianas y también, jóvenes y adolescentes bisexuales reportan mayor ideación suicida que sus pares de otras orientaciones.
Vuelvo al peso del silencio, a pronunciar esa B muda. Muchas/muches lesbianas/es, a raíz de la discusión en @lesbodramas, planteaban que se sentían inseguras/es teniendo relaciones con bisexuales (“Solo pensar que garcha con chabones me da rechazo”, “siento que quizás el pibe con pija tiene algo que yo no. Algo que no le puedo dar yo” (sic), solo por traer unos ejemplos). Todo sentimiento es válido, no me interesa aquí ponerlo en duda ni pretendo que todas/es las/les lesbianas/es se vinculen con bisexuales, sino todo lo contrario: tomar estos sentimientos (que se repetían) de manera seria y problematizarlos. ¿Qué pasa cuando los sentimientos de nuestros vínculos cargan con estereotipos violentos sobre nosotrxs? ¿Qué daños soportamos cuando no somos dignxs de confianza de las personas que queremos solo por ser bisexuales? ¿Qué intimidades se nos clausuran?
Primero, pensar los vínculos sexo-afectivos como competencia es un legado del amor romántico. Esa idea casi económica del (los) afecto(s) donde todxs competimos y hay un libre mercado: oferta-demanda, mejor postor, ¡vendido! ¿Todos tus vínculos compiten por tu atención y tu cariño? ¿Vos competís con el resto? La economización de los vínculos debilita otras formas de vinculación menos problemáticas. Como bisexual (y no es la única forma de vivirlo), entiendo los vínculos sexo-afectivos como complementarios, no en términos monogámicos donde una persona es mi media naranja y nos complementamos de esa manera, sino con la potencia que significa que todos los vínculos son distintos y tienen distintos aspectos que compartir conmigo: ningunas de mis amistades son iguales, ningunx de mis amantes son o fueron iguales. No busco afecto en igual, no espero que alguien me quiera igual que la persona que estuvo antes o la que estará después. Cada vínculo es único y aquí radica su potencia.
Por otro lado, argumentar la falta por carecer de un pene deviene en una reducción biológica de las personas. Mucha agua ha pasado bajo el puente de esa discusión. Lejos de esbozar aquí una discusión sobre psicología, solo resta por afirmar que la idea de la carencia de un falo de las feminidades cis resulta en una visión de incompletud falocéntrica de la cuestión. También, cabe por preguntar: ¿todas las bisexuales queremos que nos penetre un pene de carne? ¿Es lo único que buscamos en una relación? Vuelvo nuevamente a la riqueza de la diversidad de los vínculos, de la diversidad corporal, de los deseos. A muchxs bisexuales no nos importa la genitalidad de una persona. No define nuestro vínculo. Existe el prejuicio de pensar que todas las feminidades cis que se vinculan de manera sexual con masculinidades cis son solo ellas las penetradas y que así lo fuese, viene reforzar una condición de “pasividad” (otra dicotomía que refuerza estereotipos: pasivo/activo). Aun así, si una feminidad bisexual deseara solo ser penetrada, ¿solo existe el pene para hacerlo? Ya lo dijo Paul B. Preciado, todo es potencialmente una tecnología para penetrar. Por otro lado, no es menor señalar y repetir hasta el hartazgo que no todo cuerpo portador de pene es el enemigo y no todo cuerpo portador de vulva es aliado.
Si el lesbianismo es entendido por muchas/es como una ruptura total con el mundo heterosexual, planteándolo como dos polos de la cuestión ¿qué vínculos son posibles para todo lo que no entra en ese esquema? El rechazo de muchas lesbianas/es y gays viene de entendernos como contaminadxs, no somos puros. Por lo tanto, somos peligrosxs. No somos dignos de confianza. Nos ven poco responsables, nos endilgan como promiscuos/as en términos peyorativos. Por lo tanto, de “sucixs” y pocos “saludables” (por ejemplo, en esa misma línea de prejuicios, obvio que el/la/le promiscux tiene ITS). Los feminismos y el movimiento LGBTTTIQ+ han criticado y superado la construcción de purezas, entes homogéneos y dicotomías artificiales como: espacio público/espacio privado, mujer/varón, heterosexual/homosexual, cisgenero /transgenero, cultura /naturaleza. ¿Cuándo nos van a tocar a lxs bisexuales?
Karen Azcurra