La sala de ensayo de Arbolito queda en un subsuelo de una antigua casona de Parque Patricios. En el piso principal funcionan una imprenta cooperativista y una carpintería. Herramientas, máquinas, afiches y aserrín conviven en armonía con parlantes, guitarras y micrófonos. Desde hace veinte años, la banda que revitalizó el concepto de música popular argentina acompaña con sus canciones los procesos culturales y políticos del país. Ahora están presentando Simples Volumen II, una serie de discos cortos –el primer volumen salió a fines del año pasado- que reflejan los “tiempos que estamos viviendo”. “El Volumen I es bastante más directo y político. Y este es más humano: una progresión de canciones que describe un panorama desalentador, no solo en el país, sino también a nivel mundial. Hubo giros derechosos en todo el mundo. Afloraron discursos muy retrógrados: antiinmigrantes, discriminatorios, egoístas. Desde el dolor que nos causa ver que la humanidad parece que va para atrás sentimos la necesidad de aferrarnos a las cosas más esenciales; reconstruirnos a través del amor. El nuevo simple toca fibras más desde ese lado. Hay denuncia y enojo, pero no tan explícita como en el Volumen I”, cuenta Agustín Ronconi, vocalista, compositor y multiinstrumentista. Es que en el anterior había canciones urgentes como “Pará la mano”, cuya letra filosa desenmascaraba el “chamuyo” de la revolución de la alegría y el cambio. Las nuevas canciones de Arbolito sonarán hoy a las 18.30 en Ciudad Cultural Konex, Sarmiento 3131, un concierto pensado para toda la familia.
El Volumen II, producido por Sebastián Schachtel, reúne tres canciones más intimistas y oscuras. Entre ellas, el explosivo tinku “Una señal”, la bella zamba “En este pasillo del tiempo” o la esperanzadora “Sueños”. “Cuando elegimos un productor, queremos que aporte su sensibilidad, su experiencia, su conocimiento”, explica Pedro Borgobello, clarinetista y compositor. “Trabajar con productores es buenísimo porque las canciones se potencian y salen del círculo cerrado de la banda. La idea es que cada productor saque una faceta diferente”, completa Ezequiel Jusid, voz y guitarra del grupo formado en la Escuela de Música Popular de Avellaneda (EMPA). Alejados de la histeria de los medios y el marketing, la banda construyó un repertorio de sólidas canciones con un perfil poético sensible a las realidades de los pueblos originarios, los organismos de DDHH y las luchas obreras. Aunque tuvieron un breve paso por Sony (Cuando salga el sol, 2007), nunca dejaron de tomar las decisiones sobre su música y prevaleció la autogestión del proyecto.
–¿Se consideran obreros de la música?
Ezequiel Jusid: –Sí, evidentemente es una construcción de veinte años. Desde hacer una canción hasta juntarnos para ensayar, armar una fecha, producir un disco, una gira. Si no fuera por todos los que somos, más allá de los músicos, no existiría Arbolito. Somos obreros, contadores, fleteros. Decidimos hacer todo de manera autogestionada.
Agustín Ronconi: –Hay una impronta de laburante en el espíritu de la banda, de obrero. Por eso nos fuimos vinculando tanto a fábricas recuperadas. Hay caminos más marketineros en la música, de apostar a la imagen, pero lo nuestro es laburar: tocar en todos lados, generar cosas. Y es un espíritu que nos vincula a mucha gente de laburo, a organizaciones sociales, trabajadores.
E. J.: –Hay bandas que tienen más conexión con las empresas, pero nosotros nunca tuvimos relación con un sponsor.
A. R.: –En un momento hicimos todos los laburos nosotros. Nos hicimos cargando las cajas, pero después delegamos algunas tareas para dedicarnos más a la música. En la época en la que se empezaron a recuperar fábricas, cuando íbamos a apoyar nos sentíamos pares. Nos mostraban cómo arreglaban las máquinas rotas y es la misma sensación que cuando armás una guitarra, es tu instrumento, tu herramienta. Pusiste a andar algo que estaba en desuso. Tener lindo el lugar, proyectar, invitar a las familias a compartir, cosas que vivimos también nosotros cuando organizamos un show.
–Hablando de fábricas recuperadas, los trabajadores del Bauen tienen orden de desalojo el 14 de abril, después de que Macri vetara la expropiación aprobada por el Congreso...
E. J.: –Hemos tocado ahí. Ni bien se recuperó, fuimos a hablar con los trabajadores y el auditorio estaba abandonado. Y le propusimos hacer unas fechas y grabamos canciones de Mientras la chata nos lleve en 2004. Siempre tuvimos contacto. Estamos al tanto del veto del presidente y estaremos apoyando.
Pedro Borgobello: –Es un predio muy cotizado, está en el centro de la ciudad. Por eso, hay que apoyar y resistir. Hay mucho laburo ahí. El trabajo de las fábricas recuperadas es mucho mayor. Porque los que se hicieron cargo de lo que otro tiró abajo, muchas veces a propósito, se tuvieron que ocupar de cosas que no tenían idea cómo se hacían. Cuando estuvimos en Zanón nos decían que iban rotando las funciones porque consideraban que todos tenían que saber la parte administrativa, cómo funcionaba la fábrica, cómo se hacía el tema de las exportaciones. En una empresa tradicional cada uno tiene su función, para que no sepa cómo funciona el trabajo general. Es una jaula mental.
A. R.: – Son visiones contrapuestas: especulamos o construimos entre todos. Las recuperadas no tienen que ver con el proyecto de país del actual gobierno.
–¿Se sienten en situación de alerta como músicos en relación al acontecer político?
P. B.: –No sé si craneamos qué vamos a decir en cada momento, son cosas que nos preocupan, nos ocupan y nos tocan, y a la hora de escribir surgen esas canciones. No es tan consciente, no hacemos una asamblea para decir “vamos a decir esto”.
E. J.: –Siempre decimos cosas que tienen que ver con nuestras sensibilidades. En 1997 hicimos el “Huayno del desocupado”, porque los movimientos nos llamaban para tocar en las marchas y en las peñas. El año pasado apareció “Pará la mano”, era lo que queríamos decir nosotros y evidentemente mucha gente más. Ante la sorpresa e inquietud que generaron los primeros meses de este gobierno surgió esa canción. Si lo pensáramos demasiado, no nos saldría.
P. B.: –Siempre se habló del “contenido social” en las canciones de Arbolito. No es más que sentirnos parte de la sociedad y volcar esas inquietudes. Está bueno aprovechar lo que hacemos para expresar cosas que nos movilizan. Cuando uno hace las cosas que hace, en nuestro caso con la música, es de algún modo para cambiar la realidad. Nos conmueve que utilicen nuestras canciones para impulsar luchas.
A. R.: –Hay una función curativa en la música. Expresar lo que sentimos y compartirlo con los que sienten parecido es un alivio y te renueva, te da fuerza. Es algo a nivel humano. Si no podés expresar lo que te pasa, te enfermás.
–Cuando irrumpieron en la escena, generaron una ruptura al abordar ritmos folklóricos con ropaje rockero, cosa que complicó ubicarlos en bateas y en circuitos musicales. ¿Hoy se desdibujaron un poco esas fronteras?
E. J.: –Se abrió más el panorama en la cabeza de los músicos y la gente, pero no tanto en las productoras y en los grandes festivales, por una cuestión de mercado y negocio. Pero hay muchísimas bandas en todo el país que mezclan instrumentos y ritmos, algo que es muy sano. Y en las bateas de las cadenas de disquerías ahora hay licuadoras.
A. R.: –Nosotros rompimos algo pero más inconscientemente, porque siempre nos sentimos referenciados en tipos como el Chango Farías Gómez, León Gieco o incluso Divididos, que desde el rock abordaron el folklore. Nos sentimos en ese andar. Hoy ya no tenemos que explicar lo que hacemos.
P. B.: –Muchos nos dicen que tienen bandas “onda Arbolito” y ya sabés que es una mezcolanza. El otro día hablábamos sobre la cultura andina que comparten varios países. La frontera física de los países es un invento político y las fronteras en la música son un invento comercial. La música es música. Por supuesto que cada lugar tiene su música porque tiene que ver con su historia, su paisaje, su idiosincrasia, su alimentación, su idioma, con los instrumentos que tienen a mano, entre otras cosas. Nosotros somos bichos de ciudad, con el rock muy metido en la cultura. Sacando a Inglaterra y Estados Unidos, Argentina desde ser el país que más rock tiene en su vida cotidiana. Y el folklore lo tenemos incorporado. Cuando empezamos a estudiar en la EMPA nos dimos cuenta que ritmos como la chacarera nos salen naturalmente, porque son nuestros. Nunca forzamos la mezcla de géneros.