La ciencia es un campo en disputa donde algunas teorías prevalecen sobre otras. A lo largo de las décadas, varios fueron los y las protagonistas que contribuyeron a la circulación y el avance en sus diferentes ramas. Sin embargo, la forma en la que se construyeron y aún hoy se construyen esos saberes, expulsan a unas y dejan a otros: las brechas de género son el producto histórico de una organización vertical del conocimiento científico.
“Somos más estudiando, somos más enseñando, muchísimas trabajando, pero pocas en puestos jerárquicos”, afirmó Ana Franchi, integrante de la Red Argentina de Género, Ciencia y Tecnología (RAGCyT) y directora del CONICET, el principal organismo de promoción de la ciencia en Argentina. La cantidad de mujeres becarias es mayor pero la asimetría, indicó, está en las categorías, donde “sólo el 23 por ciento de las becas superiores son ocupadas por mujeres”. “En los cargos de gestión son sólo el 25 por ciento y en los rectorados de las universidades la cifra es del 12 por ciento”, sumó.
El famoso “techo de cristal” aparece como un obstáculo en el desarrollo profesional de las mujeres. Como en la mayoría de los espacios laborales, la cuestión de la maternidad y las tareas de cuidado son dos de los grandes impedimentos que tienen las científicas a la hora de ascender o continuar en sus cargos. Y en la historia, estos y otros factores provocaron el rechazo de las mujeres a participar del conocimiento científico.
Así lo planteó Alejandra Ciriza, filósofa feminista, investigadora y docente de la Universidad Nacional de Cuyo (UNCUYO), quien resaltó el carácter “androcentrista” y “europeísta” del conocimiento científico y analizó que el contexto en el que nació la ciencia moderna explica los rasgos que tiene hoy en día. “Europa construyó un saber desde la extorsión de la naturaleza y desterró a las mujeres al considerarlas ineptas para el conocimiento”, subrayó. La caza de brujas entre los siglos XV y XVII es un ejemplo de este exterminio de las mujeres sabias. En esta línea, amplió: “Es una concepción que supone que para el saber, los seres humanos somos mentes sin cuerpo y la razón es cosa de los hombres blancos. Las mujeres tenemos que devenir masculinas para el uso de la razón, pero respetar la especificidad de ser mujeres”.
Ciriza, quien investiga la genealogía de las mujeres, criticó la noción de que “las científicas tienen que producir lo mismo que los científicos” en las condiciones sociales preestablecidas ya que argumentó que las primeras “piensan distinto porque viven distinto y tienen una cantidad de trabajo asignado sólo por cuestiones de género que son invisibilizados por esta sociedad”.
A lo largo de los años, ese rechazo se filtró en las instituciones de la ciencia cómo prejuicios o ausencia de políticas que solventen las inequidades. Pero también, en “barreras subjetivas” que las propias mujeres reproducen producto de esa construcción histórica.
Las barreras subjetivas
Para Victoria Cano Colazo, licenciada en Psicología de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC) y becaria doctoal en Estudios de Género (Instituto de Investigaciones Filosoficas-IIF/SADAF/CONICET), el problema puede pensarse en dos ejes y esos obstáculos subjetivos tanto en una “segmentación vertical” relacionada al ascenso como en un eje “horizontal”, vinculado a la “masculinización” de ciertas disciplinas.
En el primer planteo entran en juego estos obstáculos “internalizados” a partir de la “socialización” de las mujeres y además, “la concepción del conocimiento es de por sí jerárquica y sus instituciones también”, por lo que para acceder a puestos de mayor decisión existe la noción de que “hay que sobreexigirse y estar doblemente capacitadas que los hombres porque sino, no llegamos. Y menos si queremos construir otro tipo de saber más socializado”.
La aproximación horizontal, por otro lado, indica que “no hay ninguna barrera formal” para impedir que las mujeres integren ciertos grupos de poder; “como a Marie Curie que le negaron la entrada a la academia”, ejemplificó. Sin embargo, las “barreras invisibles” de la patriarcalización de la ciencia “son las que ponen un freno”, explicó.
Las cuestiones personales no pueden involucrarse en la ciencia. “Si pedís una prórroga para la entrega de un paper o de la tesis porque estás embarazada, podés, pero está muy mal visto”, contó Colazo. El tema puntual de la maternidad y los roles de género continúan siendo un punto de inflexión en las posibilidades de desarrollo de las mujeres dentro de la ciencia.
“La realidad es que aunque hay más mujeres en carrera que hombres, aún no nos integramos de igual medida al mercado de trabajo ya que la repartición de las tareas de cuidado no es igual”, argumentó la también integrante de la RAGCyT. Lo interesante sobre todo es la reproducción de esas barreras subjetivas: “Dependiendo de la edad reproductiva, cuando le preguntás a una trabajadora de la ciencia te decía que la pareja ‘ayudaba’, siempre dando a entender que la mayor carga de cuidado recae en ella. En cambio si a los varones no les preguntás directamente sobre el tema, no sale en el discurso”.
Acá entra en juego la importancia de políticas públicas. En los últimos años, varias feministas integraron el directorio del CONICET y el organismo tomó “medidas afirmativas” para ampliar los derechos de las científicas, como la extensión de las becas de investigación luego del embarazo o los protocolos de actuación en casos de violencia de género. Además, la Cámara de Diputados dio media sanción a un proyecto para que exista igualdad de género obligatoria en la conformación de grupos de trabajo para investigaciones.
En este punto Érica Hynes, licenciada en Química de la Universidad Nacional del Litoral (UNL), ex ministra de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva de Santa Fe y actualmente diputada provincial, destacó la necesidad de que el Estado ayude a cambiar el paradigma a uno que favorezca “la inclusión de las mujeres y de la diversidad sexual” para que la ciencia “no continúe” con la misma lógica.
También resaltó que es crucial que el cambio se dé desde la perspectiva con la que se producen los conocimientos. “Hay teorías, técnicas y estrategias que se estudian con sesgos muy marcados. Un ejemplo clásico es cuando se enseñan los síntomas del infarto de miocardio, que sólo fueron investigados en hombres por lo que los resultados sólo se condicen con los síntomas de los hombres. Cuando las mujeres los sufren, es un ‘infarto atípico’, porque no fueron estudiados los síntomas en ellas”.
Esos sesgos de género cuestan “vidas y millones de dólares”, aseguró. En la misma línea, Franchi contó que las pruebas en animales, muchas veces, realizan análisis clínicos sólo en machos porque son “más fáciles” por la falta de ciclicidad que tienen los organismos femeninos.
El cambio desde las bases
Las universidades, como centros de producción y democratización del saber, son señaladas como uno de los lugares estratégicos para promover el cambio hacia la construcción del conocimiento desde una perspectiva de género. Según Hynes, “las materias núcleo de cada programa deben incluir autoras feministas”.
“Es necesario que la introducción de estas modificaciones se haga desde el hueso de las carreras de grado, no desde seminarios anexos que agreguen información por fuera”, indicó. La titular del CONICET, por su parte, celebró la cantidad de ensayos, tesis y trabajos de investigación que surgen tanto en las ciencias sociales como en las exactas sobre temas relacionados a brechas de género y producción de conocimiento feminista.
“Hoy estos temas tienen muy buena prensa. No hay una discriminación. Las colegas pioneras sufrieron más. Ellas sacrificaron mucho para llegar a donde llegaron. Nos toca otro contexto en el que los obstáculos siguen pero el alrededor impulsa”, reflexionó.
La llamada “ola verde” de las nuevas generaciones logró democratizar el reclamo de las organizaciones y militantes feministas. La comunidad científica además comenzó a adoptar estas temáticas como un lugar interesante para indagar y profundizar reflexiones que, puestas en disputa, llevarán hacia las transformaciones del campo de las ciencias.
No obstante, Ciriza pidió no caer en los discursos que aseguran que el cambio se da sólo en esta época y tienen una intencionalidad de generar una “discontinuidad histórica”. “Las mujeres vienen dando modificaciones profundas desde siempre. Pero estos cambios no están garantizados nunca. Tienen que ser constantemente fogoneados, sostenidos y percibidos. Tener un protocolo, por ejemplo, es una herramienta, pero eso no garantiza su aplicabilidad ni su perspectiva. La ciencia que nos enseñaron es la de Newton, la de Darwin: está masculinizada. Va a llevar mucho tiempo y una conciencia feminista despierta. Es un problema sumamente complejo de transformación lenta que nos involucra a todas”, subrayó.