Se dice que fue un grupo informal de virólogos quienes utilizan por primera vez el término en español coronavirus. Habrían enviado sin mucha expectativa de publicación, un artículo sobre sus investigaciones a la revista británica Nature. El consejo editorial decide publicarlo en el mes de noviembre de 1968. ¿Cuándo París estornuda, toda Europa se resfría?[1] . Seguramente, la ciencia que es otra forma de la imaginación al poder recibía el aventón de Mayo del 68. En ese contexto de ebullición y megalomanía, un halo de grandilocuencia también define el nombre del microorganismo.

Se comprenderá que se Otro coronado no podrá menos que instalarse en nuestro psiquismo, en nuestro imaginario social, con reminiscencia a algunas de las imágenes del poder. De aquí que los mandatarios europeos y ahora también latinoamericanos lo llamen el “enemigo invisible”. ¿Qué habrá más aterrador para el sujeto que un daño exponencial acéfalo de responsabilidad?

Seamos precisos, digamos que en ciertos ámbitos de decisión internacional el enemigo es bien visible. Donald Trump ha tomado la delantera en la generación de mecanismo de defensa subjetivo y, en su necesidad de hallar un chivo expiatorio, le ha otorgado invariable identidad; el enemigo es chino, “ese virus chino”, repite.

En la historia moderna de occidente las categorías de amigo / enemigo fueron desterradas del discurso político luego de la segunda guerra mundial. En la llamada fase de contención, el orden bipolar mediante la idea de adversario propicio la democratización a escala planetaria. Siete décadas más tarde sin embargo, el virus de la corona nos vuelve a sumergir en el lodo de la violencia primitiva y una no sabe aún porque pero comienza a olfatearse un tufillo de desconfianza sobre las capacidades resolutivas de las democracias liberales ante la crisis.

Que no se mal entienda; aprecio las intenciones preventivas decretadas por el gobierno de mi país. Que no se mal entienda; no quiero que mi padre añoso enferme. Vivo a cuadra y media de su casa y escribo para escaparme de sus ojos. Solo que, de tanto en tanto, mi conciencia ajetreada insiste en recordarme que esta noche negra sin estrellas cubre a otros desde hace tiempo. Veinticuatro mil personas mueren de hambre cada día en el mundo. El 75 % de estos fallecidos son niños menores de cinco años. Los condenados de la Tierra, así los llamó Frantz Fanon poco antes que el Mayo del 68” empujara al General de Gaulle a llamar a elecciones.

Que no se malentienda; me conmueve la solidaridad científica global y la gestualidad misericordiosa de ciertos filántropos millonarios en medio de la pandemia pero ya ven, no puedo escapar de los ojos de mi padre que acicatea mi conciencia con el mandato sartreano. Habrá pues que afrontar las contradicciones de un espectáculo inesperado: el striptease de nuestro humanismo[2] .

1 La frase se atribuye a Clemente Wenceslao Lotario de Metternich, conde y luego príncipe de Metternich.

 

2 Jean-Paul Sartre. Prefacio a la primera edición de Los Condenados de la Tierra de F. Fanon.