Obra misteriosa y trascendente, el milenario texto oracular chino I Ching habla de la complementariedad de los opuestos, de la acción-reacción cíclica en un suceder siempre cambiante. “Cada suceso, cada estado lleva en sí el germen de la mutación, del tránsito a ser otro. La no permanencia se erige, entonces, como la regla de oro de toda posible solución o sentido”, escribe al respecto la histórica feminista Leonor Calvera, talentosa pensadora, poeta, escritora. “Quien consulte el I Ching se encontrará con un sistema de xiang, de símbolos, que irán revelando su sentido, como se abren las flores del loto, para mostrar la gema del instante. Un significado que solo tiene validez aquí y ahora, para una persona determinada, en una precisa situación moral, psicológica o social”, anota en el sustancioso prólogo de la traducción de Gustavo Rocco del perenne libro sapiencial. Donde señala además que se trata de “una gran rueda cíclica, un juego de adivinación, pero, asimismo, un inmenso tratado sobre la vida y las fuerzas que la mueven. Así como el río de Heráclito, Las mutaciones son siempre iguales y siempre distintas. Es una obra oracular infinita, arcana, que comenzó a escribirse in illo tempore y que concluirá con el último lector que la consulte”.
Sobra decir que, creado alrededor del 1200 a.C., el I Ching ha cautivado a grandes mentes (para pruebas, el precioso poema que le dedicó el mismísimo Borges) y es fuente de consulta para la joven artista Coni Rosman (Argentina, 1986), al que recurre religiosamente dos veces al año. “Aprendí a tirarlo hace un tiempo; entonces venían muchos amigos a casa para hacer consultas. Pero me gusta que tenga su espacio ritual bien cuidado, le tengo demasiado respeto para abrirlo con demasiada frecuencia”, cuenta a Las12. De allí que la fotógrafa, gestora y productora cultural pergeñara curiosa alternativa: crear un oráculo virtual. Con inspirada vueltita de tuerca, dicho sea de paso: las respuestas que arroja su propuesta adivinatoria son instantes de películas o series, capturas de pantalla que ofician de predicción. De los títulos más eclécticos: pueden llegar de Into the Inferno, documental volcánico de Werner Herzog, de cintas de Pedro Almodóvar, Jim Jarmusch, Xavier Dolan o Agnès Varda, o bien provenir de la alunada Phoebe de Friends, del revoltoso Kevin de Mi pobre angelito…
“Conjuga el cine, los algoritmos y la fe, habitando las prácticas de la era 3.0”, resume la muchacha su proyecto autoral, pertinentemente bautizado Oráculo de las capturas de pantalla (OCP). Una web que, aunque lleva ya un tiempo en línea, ha ganado nuevos bríos en este tiempo tan particular, de marcada incertidumbre. “La necesidad imperiosa de respuestas ha acabado por darle otra dimensión a la propuesta, un renovado impulso”, corrobora Rosman, cuyo sitio recibe miles de consultas cada mes, principalmente de Argentina, aunque también cliqueen desde México, España… Casi tres cuartas partes suelen mujeres, mayormente con entre 25 y 34 años, que se topan con la variopinta selección de fotogramas curados por Rosman.
Una curaduría que, en sus palabras, “responde a tópicos que me interpelan: el amor, la magia, la sincronía… En especial, materias tan esenciales como el cambio y el tiempo”. ¿Cuántas capturas son parte del acervo? “Infinitas”, dice con picardía esta licenciada en Artes egresada de la UBA.
Cabe mencionar que, como buen oráculo, las respuestas del OCP no son concluyentes: hay ambigüedad, espacio para la propia reflexión. Si se le recuerda a su creadora que antaño se perdieron guerras por malinterpretar vaticinios, entiende que es “un claro ejemplo de la necedad de las personas”, y remacha en cuán imperioso es sintonizar con el momento y disponerse honestamente al diálogo que se abre a partir del augurio cinematográfico. Incluso ver el film de querer profundizar un cachito más.
En tanto interactiva, dice Coni que su obra se completa con cada participación, cada consultante. Además, entiende que quitar al fotograma de su contexto de producción original es una forma lúdica de resignificación amén de generar una nueva obra. “Obra que también parte de cuestionar el culto a Internet: esta entidad todopoderosa, invisible como dioses y diosas, a la que entregamos nuestra privacidad aunque no la comprendamos cabalmente, y que acaba modificando nuestra realidad analógica. Y de poner entre signos de pregunta qué nos pasa con la fe, algo tan íntimo, cuando la trasladamos a la web”.
“Antes la gente viajaba físicamente al oráculo de Delfos, uno de los más populares de la Antigua Grecia. Ahora acudimos a Internet”, subraya Rosman. Al respecto, vale recordar que el notorio recinto sagrado al pie del monte Parnaso supo recibir peregrinos de las colonias más remotas y los estatus más diversos. Cada viajero debía purificarse, pagar una tarifa y ofrecer un sacrificio; si se le consideraba digno, se lo citaba para un encuentro con la figura estelar: léase las pitias o pitonisas, que tras beber aguas sagradas y quemar hojas de laurel, entraban en trance y recibían los presagios divinos, que comunicaban en forma de verso. Aconsejaban a generales sobre invasiones, a los ciudadanos sobre el destino de sus inversiones… Y algo habrán hecho bien para perseverar en su rol durante mil años, aunque científicos varones se hayan emperrado en reducir su afilada intuición femenina a mero estado narcótico causado por filtración de vapores…
El oráculo de Delfos, por cierto, estaba consagrado al dios Apolo. Sí, sí, mismo que quiso tener sexo con la profeta Casandra, hija de Príamo y Hécuba, tan citada por estos días. Por negarse ella rotundamente, le cayó terrible castigo: seguiría teniendo el don de la videncia pero perdería el don de la persuasión, nadie creería en sus pronósticos. Y efectivamente ardió Troya por el engaño del caballito que ella había advertido.
Las intrigantes artes adivinatorias en el tiempo
“Rituales adivinatorios han habido en todas las civilizaciones a lo largo de la historia del mundo, en muchos casos asociados a elementos de la naturaleza, de la Madre Tierra”, advierte Rosman. El asunto cruza épocas y regiones, e intentar rastrear su origen primero, según voces en tema, sería una pérdida de tiempo: es (casi) tan antigua como la humanidad misma. Algunas prácticas de ayer para descifrar el mañana siguen vigentes hoy, e incluso han sido declaradas patrimonio inmaterial de la humanidad por la Unesco (por ejemplo, el sistema adivinatorio Ifa de Nigeria o el ritual senegalés xooy).
Haciendo sucinto repaso por tiempos inmemoriales, nótese que la adivinación a partir de entrañas de animales era una práctica común en el mundo antiguo, incluso antes… En la Mesopotamia y ya luego en la Grecia clásica, animales eran sacrificados en rituales de hieromancia, inspeccionados sus órganos en pos de presagios: un hígado sano, por caso, era signo positivo; un defecto en el corazón o exceso de sangre era portento negativo. Menos gore, empero, otra práctica de los antiguos griegos: interpretar el canto y el vuelo de las aves para anticipar el futuro. La ornitomancia, como se llama, resonó también entre romanos, cuyos sacerdotes observaban otros signos naturales, como truenos y relámpagos, para adelantarse a la voluntad de los dioses. La adivinación manipulando o mirando huesitos, léase osteomancia, también tuvo asidero. Para los babilonios, sin más, tenía estatus de profecía científica. Y en la China del neolítico, durante la Dinastía Shang, los restos óseos eran cincelados y, a partir de las grietas, “leían” respuestas sobre los intríngulis que les corroían.
Al parecer, data del Imperio Romano la
bibliomancia, aunque retorna con fuerza en la Europa medieval; una modalidad
sencillita: se plantea una duda y se abre un libro al azar, encontrando en el
primera paraje sobre el cae la mirada, la anhelada solución. La Biblia, el
Libro de los Salmos, el Corán y las obras del poeta romano Virgilio, entre las
piezas más consultadas. Aunque haya menos registros sobre los detalles de la
tiromancia, parece que fue recurrido recurso adivinatorio durante la Edad
Media: básicamente suponía que los agujeros de los quesos auguraban presagios.
Y como el asunto podría seguir ad eternum (habemus especialidades con cera
derretida, humo, el chasquido de una llama, hojas de coca, las líneas de la
frente humana…), solo recalaremos en otro formato antaño extendido: la oniromancia,
prueba de que la interpretación de los sueños de ninguna manera es invento
freudiano. Práctica milenaria, se creía en la Antigüedad que el sueño era
vehículo idóneo para la expresión de la voluntad divina, desandándose su
mensaje alegórico para vaticinar lo que vendría.