Varios estados en esa unión de cincuenta que son los Estados Unidos están reabriendo en todo o en parte su economía. De los cuatro costados les avisan que levantar las cuarentenas implica un costo en vidas, que están haciendo casi un cálculo de cuánto cuestan los muertos, a ver si vale la pena en dinero. Pero esas advertencias no tienen en cuenta un lado importante de la ecuación. No es “la vida o el dinero”, si no “la vida de quién o el dinero de quién”. En los estados más apurados en reabrir, quedó en claro que el dinero es de la mayoría blanca y las vidas de la minoría negra.
Los gobernadores de esos estados “aperturistas” argumentan que reciben presiones de pequeños comerciantes y de trabajadores desempleados. Pero según la encuestadora Civis Analytica, el setenta por ciento de los que opinan que es hora de abrir la economía son blancos que no perdieron su puesto de trabajo por la cuarentena. Es decir, que apenas un tercio se dice dispuesto a correr el riesgo del coronavirus por desesperación, por pobreza. La amplia mayoría está cómoda y a salvo.
La explicación está en la diferencia en la tasa de mortalidad de la covid-19 por raza, que en algunos estados llega a ser brutal. De los quince estados con minorías negras importantes, nueve muestran las mayores disparidades. De esos nueve, siete son gobernados por republicanos más o menos alineados con el presidente Donald Trump. Para dar una idea de la diferencia, en Kansas el seis por ciento de habitantes afroamericanos puso el 33 por ciento de los muertos hasta ahora. En Michigan, donde los milicianos de ultraderecha tomaron la legislatura armados con fusiles automáticos para reclamar la reapertura, el 14 por ciento de población negra puso el 44 por ciento de los muertos.
Pero el estado más aberrante es el de Georgia, gobernado por un republicano duro, Brian Kemp. Georgia es “el sur profundo”, una expresión que implica la vieja tradición confederada, una economía original de plantaciones con esclavos, racismo, Ku Klux Klan y una verdadera manía por andar armado. El 32 por ciento de los habitantes de este estado es negra, y no sólo puso la mitad de los muertos de covid-19 hasta ahora, sino que un asombroso 83 por ciento de todos los pacientes que fueron a parar a un hospital resultaron ser afroamericanos.
El gobernador Kemp autorizó a reabrir hasta las peluquerías.
En Alabama, otro símbolo del apartheid norteamericano, el 27 por ciento de los habitantes es negro y puso el 46 por ciento de los muertos. En ese estado, una buena cantidad de comisarios de pueblo -sheriffs, les dicen- simplemente se negaron a hacer cumplir la cuarentena. El gobernador acaba de abrir las playas.
En el discurso demócrata, camino a las elecciones, ya se instaló la idea de que la pandemia del coronavirus dejó al descubierto las disparidades raciales y sociales del país. El Centro de Control de Enfermedades, el ya famoso CDC, coincide. En un estudio a nivel nacional, encontró que el 18 por ciento de los norteamericanos de raza negra ya puso la tercera parte de los muertos de esta emergencia. Exactamente el 33 por ciento.